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CRÓNICA PARLAMENTARIA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“Curricular”, ese enigma

La ley del catalán en la escuela quiebra de los bloques que han condicionado desde 2015 la dialéctica política catalana

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès (c), durante la sesión plenaria, en el Parlament de Cataluña, este miércoles 25 de mayo.
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès (c), durante la sesión plenaria, en el Parlament de Cataluña, este miércoles 25 de mayo.David Zorrakino (Europa Press)
Manel Lucas Giralt

Fíjense ustedes qué ocurrió este miércoles en el Parlament. En el debate sobre la proposición de ley del catalán -y el castellano- en la escuela, la diputada de la CUP Dolors Sabaté, afirmó: “Lo que está haciendo hoy el Parlament es convertir el castellano en lengua vehicular por primera vez en 40 años de historia”. Exactamente tres minutos más tarde, segundo por segundo, el portavoz de Ciudadanos, Carlos Carrizosa, decía, con similar contundencia: “Esta ley tan urgente tiene solo al catalán como lengua vehicular y al castellano, no.” Una y otro han leído el mismo texto, y uno y otra han utilizado argumentos literalmente contrapuestos para votar en contra.

Está claro que la proposición de ley es deliberadamente ambigua, como un final de serie de televisión que deja tramas abiertas para que se desarrollen en una temporada posterior. Por eso ha logrado que cada partido la interprete a su modo, tanto para votarla a favor como para rechazarla. El punto central de este guion enigmático es la palabra “curricular” para referirse al tratamiento del castellano en las aulas. Como el monolito de 2001: Una Odisea en el Espacio, cada espectador tiene una teoría particular sobre ello.

Por eso, no es fácil saber hasta qué punto Sabaté puede tener razón cuando dice que estamos viviendo un momento histórico para la educación en Cataluña. Pero lo que sí marca como un tatuaje la piel del Parlament es la quiebra de los bloques que han condicionado desde 2015 la dialéctica política catalana. Esa fractura no ha llegado de un día para otro, pero una votación con 106 síes no se recordaba desde hace años. Al menos, en un asunto de calado ideológico. La centralidad se ha ensanchado para incluir desde un exministro español como Salvador Illa hasta el azote diario de los pactos ERC-PSOE, Albert Batet, o desde un empresario ultraliberal como Joan Canadell, hasta el exlíder del sindicato CC OO, Joan Carles Gallego.

Esta amplitud, forzosamente, empuja hacia los extremos a los que se han quedado fuera del consenso. A la izquierda, la CUP, alejada -momentáneamente, al menos- de los ámbitos de influencia que antes frecuentaba a causa de su sempiterna preferencia por gestionar el No antes que el Sí, y de su recuperada vocación purista.

A la derecha, un trío mucho menos homogéneo de lo que aparenta. Por ejemplo, solo uno de ellos defiende hoy por hoy la Constitución tal como está: el PP. A los otros dos, por razones distintas, les incomoda. Ciudadanos, necesitado de un clavo ardiente para salvar su supervivencia política, acaba de recuperar el viejo debate sobre las “nacionalidades y regiones”, el mismo que usaron algunos exministros franquistas de Alianza Popular para no votar la Carta Magna (a pesar de ello, Carrizosa ha seguido esgrimiendo la Constitución en sus intervenciones como si tal cosa). A Vox, su ideología intrínsecamente centralista le impide transigir con el Título VIII y sus 15 artículos dedicados a definir las autonomías; entre otras cosas que liquidaría, por supuesto.

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