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La Cataluña vaciada clama por la falta de médicos

La dificultad por cubrir vacantes provoca el abandono de dispensarios de pueblo y la desatención

Marc Rovira
Cataluña vaciada
José Manuel Petit, médico de familia en La Fatarella, junto con Carolina, enfermera.josep lluis sellart

La pandemia pareció desvelar las ventajas que conlleva residir en áreas de menor densidad de población, lejos de la saturación de las grandes urbes y en entornos más despejados. La realidad es que el principal trasvase de gente de la ciudad hacia el extraradio se concentró, sobre todo, en zonas donde abundan las segundas residencias. Un estudio publicado por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y el Centro de Estudios Demográficos (CED-CERCA) concreta que los municipios de menos de 10.000 habitantes acapararon los flujos de salida desde las principales ciudades durante el 2020. En la práctica, el desangre de las comarcas amenazadas por la despoblación no se detiene, y provoca un racimo de efectos en cadena. Por ejemplo, la falta de profesionales sanitarios.

Las carencias de médicos y otros sanitarios que puedan atender dispensarios y centros de salud en las zonas rurales ha obligado a hacer llamamientos públicos para tratar de evitar que las consultas queden descubiertas y los pacientes desatendidos. “Es un problema generalizado, las plazas que quedan vacantes por jubilación no se cubren, y la atención a los vecinos se va reduciendo”, lamenta Carme Pinyol, alcaldesa de Llardecans. El municipio está a una treintena de kilómetros de Lleida y no llega al medio millar de vecinos, la mitad que hace 20 años. Busca un médico titular a toda prisa e incluso ha publicado anuncios en las redes sociales.

El Ayuntamiento afirma que le pone una vivienda al candidato que esté interesado en instalarse en el pueblo. Teresa Oromí ejerció de doctora en Llardecans, pero se jubiló en octubre y nadie la ha relevado. La vacante ha hecho reajustar los turnos del equipo de sanitarios que cubre una área de ocho pueblos: Bovera, Bellaguarda, La Granadella, El Soleràs, Juncosa, Els Torms, Granyena de les Garrigues y Llardecans. Un parche, porque la plantilla ya iba, de por sí, muy justa. A finales de los años noventa, para cubrir los ocho pueblos había un equipo de seis médicos. Ahora, tres facultativos se tienen que apañar para abarcar el mismo territorio, lo que repercute en la atención sanitaria de los residentes.

“De cuatro días de consulta a la semana, ahora hemos pasado a tres, y lo mismo pasa en los otros pueblos”, lamenta Carme Pinyol. “El efecto más inmediato es que la atención al paciente se resiente porque el médico se pasa más tiempo en la carretera”, analiza la doctora Teresa Oromí. “La población ha menguado, cierto, pero la sanidad no es un negocio que tenga que dar dinero, no es una empresa privada. ¿Tiene menos derecho a una buena sanidad alguien que vive en un pueblo que otro que vive en la ciudad?”, pregunta Oromí. ”Se habla mucho de la España vaciada, pero en Cataluña tenemos una extensa zona rural que está perdiendo población”, avisa Carme Pinyol.

“Pues, si se cierra un consultorio, lo mismo que una escuela, se favorece la despoblación”, señala la alcaldesa. Llardecans cuenta “con todos los servicios”, dice Pinyol, y enumera la farmacia, la guardería, la escuela, la panadería y la fibra óptica. Incluso nombra a una vecina que ha sido protagonista en la premiada película Alcarràs, que da nombre a un municipio cercano. “A mí me ha gustado mucho ejercer de médico de pueblo, me lo he pasado muy bien. Te permite atender todo el ciclo de la vida, es una medicina total del cuerpo humano, pero entiendo que un recién licenciado tal vez tenga más interés por estar en un hospital que por dedicarse a la primaria”, observa Teresa Oromí.

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”Si no hay relevo, iremos mal”, avisa Francesca Frígola directora del Equipo de Atención Primaria en la Terra Alta, una comarca que apenas suma 12.000 habitantes, según el Idescat. Frígola coordina los 13 médicos que cubren los consultorios de 12 pueblos, y explica que una baja altera el cuadrante y deja coja la atención sanitaria. “Si una plaza no se cubre, tiene que asumirla el médico del pueblo más cercano”, explica. En los próximos meses se jubilan tres facultativos, y previendo la necesidad que se avecina en la Terra Alta se han publicado anuncios buscando médicos. “Entorno rural y familiar, con escuelas, guarderías, tiendas, bares y restaurantes, y una población muy acogedora”, se publicita. Más allá del escaso interés que genera ocupar una plaza de médico en las comarcas más rurales, un problema añadido es la jubilación de muchos de los facultativos que llevan años atendiendo los males de los vecinos de estas zonas. “Esto se veía venir, se podría haber hecho alguna cosa más”, sentencia la doctora Teresa Oromí.

”Viendo mi estado mental, me dijeron que aprovechara la oportunidad”

José Manuel Petit tiene 58 años y es médico. Ejerce desde principios de mes en la Fatarella, de 900 vecinos en la comarca de la Terra Alta. Cuenta que escogió ese destino tras quedar "agotado" en el centro de atención primaria de Sant Andreu de la Barca, donde ejerció durante más de una década. Los efectos de la pandemia vaciaron sus reservas. "Yo no estudié Medicina para eso", manifiesta. "Dos médicos nos repartíamos a 300 pacientes por guardia", recuerda.  

Un piso "pequeño" en el barrio del Poble-sec de Barcelona era testigo del estrés que iba acumulando. "Compré una casa en la Fatarella hace cuatro años, con la idea de remodelarla. Veníamos los fines de semana con mis hijos", dice. En una de esas escapadas, en la gasolinera le comentaron que el pueblo se quedaba sin médico. "Mis hijos, viendo el estado mental en el que estaba, me dijeron que aprovechara la oportunidad". Opina que el desgaste que le hizo abandonar la medicina en la ciudad es común en muchos sanitarios, "pero cada uno toma su decisión personal". Tener a dos hijos mayores de edad facilitó dar el salto. "A ellos, esto les gusta más que a mí". El doctor Petit es natural de Venezuela y confiesa que conocía poco de su nuevo distrito. "Yo vine conociendo la Fatarella, no sabía ni que existía Gandesa. El primer sorprendido de lo bonito que es esto soy yo".


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