La lengua despolitizada
Es probable que el futuro del catalán dependa mucho más de los esfuerzos de despolitización que de la propaganda del independentismo
Dos conceptos confluyen en el debate sobre el futuro de la lengua catalana. De un lado, la idea de que sin independencia está condenada a la extinción. Del otro, la propuesta de apartar la lengua de la pelea política. Ambas tropiezan con dificultades. La primera, sustentada por el independentismo monolingüista, es una hipótesis de imposible comprobación: el nacionalismo lingüístico más próximo y exitoso, el irlandés, no pudo salvar la lengua propia, el gaélico, del que solo queda un puñado de hablantes. La segunda es una idea apaciguadora y propositiva: despoliticemos la lengua y seguro que tendremos mejores resultados.
La tesis del independentismo lingüístico es pesimista. Se agarra a la lengua después del fracaso de la independencia, pero lo hace con la amenaza de la pérdida de la lengua. Su actitud es apocalíptica, y se traduce en mensajes de trágica e impostada gravedad en los que pide una reacción ante la inmediata extinción. Habiendo dirigido el catalanismo los últimos diez años, no se dan cuenta quienes lo adoptan que se presentan como los que perdieron la independencia y ahora van a perder la lengua.
También los partidarios de despolitizar se enfrentan a un muro. ¿Cómo despolitizar una lengua considerada como el alma de la nación e instrumento de construcción nacional? No hay nada, ni la historia, ni la experiencia política, ni sobre todo la actitud del nacionalismo, que acompañe a este argumento. Basta con levantar acta del papel jugado por Òmnium Cultural, entidad que tiene como objetivo defender y promover la lengua catalana, pero es la mayor plataforma del independentismo y una cantera de dirigentes.
La instrumentalización independentista de las instituciones destinadas a enseñar, difundir y promover la lengua catalana ha sido generalizada. Y no tan solo en el ámbito privado. También el sistema escolar entra de lleno en esta consideración, no tanto por la actitud de los enseñantes, generalmente profesional y respetuosa con la pluralidad, como por las reticencias que levantó la utilización de los locales, las estructuras asociativas y el organigrama del gobierno catalán para la celebración de la consulta de 2017. De TV3, mejor no hablar. Está todo dicho.
Tal despolitización puede ser una consigna vacía pero atractiva para el independentismo, que quiere ensanchar la base a través del Pacte Nacional per la Llengua. También podría ser un objetivo lleno de contenido, ambicioso y quizás utópico, con el que la lengua catalana aspiraría a mejorar su estatus constitucional y su prestigio y su reconocimiento por parte del conjunto de España, algo que jamás sucederá si se identifica, como es ahora el caso, con el fracasado proyecto independentista. Pero es probable que el futuro de la lengua dependa mucho más de los esfuerzos de despolitización que de la propaganda y las actitudes apocalípticas del independentismo.
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