Imposto, luego existo
Carrizosa (Ciudadanos) usó a ETA en el Parlament para encontrar un lugar en el mundo
No es la primera vez que desde el entorno de la derecha de adscripción española se compara al independentismo catalán con ETA. A ver, si se lo ha comparado a los nazis, ¿cómo no va a buscarse un lugar común mucho más a mano? La diferencia es que los nazis son un recurso polivalente, del mismo modo que los negros norteamericanos: también se han banalizado desde la trinchera del procés (¿Se acuerdan de cuando Rosa Parks era de Òmnium Cultural?). ETA no, ETA es un camino trillado de un solo sentido.
Como independentismo sangriento, sirve al centralismo para impostar indignaciones. Ayer, el líder de Ciudadanos en el Parlament, Carlos Carrizosa, usó a ETA para encontrar un lugar en el mundo. “Canet es una especie de Ermua”, ha dicho, equiparando así el conflicto desencadenado por la obligación de dar más castellano a un alumno —con rasgado de vestiduras indepe y violencia verbal en círculos identitarios ultras— a un asesinato, el del concejal vasco del PP Miguel Ángel Blanco.
Ciudadanos necesita agarrarse a un clavo ardiendo para sobrevivir, y la lengua es como su claustro materno, el espacio germinal del partido. Si hay que hablar de restricciones por la covid o de una solución para Nissan, no es fácil intuir su postura, pero en cuanto aparece la lengua, uno imagina a los diputados de Ciudadanos respirando aliviados: “por fin en casa”.
Ocurre que, hoy en día, a su derecha tienen a la dura competencia de Vox, siempre dispuesto a un paso más en el vociferio. Y ahí está también el PP, que no puede bajar la guardia mientras Pablo Casado vaya diciendo “¿qué coño ha de pasar?” en sede parlamentaria. Tal vez por eso, Carrizosa ha enfilado el camino “todo es ETA”, más habitual en Madrid que en Cataluña. Pero no crean que solo impostan desde la derecha centralista. Lo de excitarse con la lengua es bastante transversal. La sesión de ayer ha arrancado con la exigencia de la CUP de no bajar la guardia de la inmersión, y una andanada de la diputada de Junts Elsa Artadi contra el Gobierno de España con referencia a la ley audiovisual (mientras Gabriel Rufián, en Madrid, pactaba cambios en esa misma ley).
Por su parte, el consejero de Educación, Josep González Cambray, se ha defendido más mal que bien de los ataques de la derecha, con pocos datos, llamadas al honor herido (“la convivencia y el consenso forman parte del ADN de nuestro modelo educativo”) y una chuleta para no olvidarse ningún eslogan. Entretanto, el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, correspondió al tono general escenificando el cabreo y la santa indignación.
En este río revuelto, fue el socialista Salvador Illa quien sacó ventaja, impostando a su vez la calma del que huye del mundanal ruido. Siendo el último en intervenir en la sesión de control, tenía muy fácil un discurso que sonaba a “no se me peleen, señores”. Con lo que, tras semanas de ofrecerse a Aragonès para acuerdos, reuniones o intercambio de likes en Instagram, logró por fin lo que buscaba, una palabra amable del president: “creo que hoy hemos visto con quién se puede contar y con quien no”. Seguro que el líder del PSC se lo ha tomado como un bonito regalo de Navidad.
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