Contraprogramación en el Parlament
El debate de política general de este año coincidió con el aniversario de la inhabilitación de Quim Torra
Ya he comentado alguna vez la meritoria dedicación de la presidenta del Parlament, Laura Borràs, a dos funciones básicas: conservar un protagonismo político que no corresponde a su cargo institucional, y contraprogramar a su principal rival, es decir, al presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. Ambos objetivos, como supondrán, son complementarios. Este martes, lo volvimos a constatar. Una hora antes del arranque del debate más importante del año en el Parlament, el debate de Política General, el momento en que el president expone su plan de Gobierno, Borràs recibía con todos honores y una sonrisa que traspasaba la mascarilla, en la misma puerta del edificio, a Quim Torra.
El destino hizo que el debate de política general de este año, inicio del curso político y el primero desde la investidura de Aragonès, coincidiera con el aniversario de la inhabilitación de Torra. Pero da igual. Si no se hubiera dado esa coincidencia, cualquier otro pretexto habría servido para conseguir el efecto deseado: diluir la relevancia del presidente de la Generalitat —el vigente— forzándolo además a asistir como comparsa de una ceremonia tan insólita como solemne. Torra entró entre aplausos —de Junts per Catalunya y de algún otro diputado independentista—, subió las escaleras nobles y volvió a ser aplaudido, con Borràs pegada a él. Aragonès llegó minutos más tarde, evitando el momento fan, arrastrando los pies y cruzando los pasillos prácticamente solo. Su capacidad para no traslucir sentimientos le fue de gran ayuda para sobrellevar los elogios extraordinarios de Borràs a Torra, que incluyeron una paráfrasis de Spider Man, tal vez involuntaria: “Un gran honor conlleva una gran responsabilidad”.
Este preámbulo, sin embargo, no es nada comparado con los baches que ha tenido que sortear Aragonès hasta llegar a su primer debate de política general: la polémica por la ampliación del aeropuerto, el plante de Junts en la mesa de diálogo, la detención fugaz de Carles Puigdemont. Algo de esto sobrevoló su discurso cuando habló de “no poner trabas” a la negociación. Como las referencias a “aparcar los tacticismos políticos y subir al tren”. Era un mensaje directo a sus socios, a los que ofrecía comprensión cuando admitía que se podía ser escéptico con las posibilidades de la mesa. Aragonès ha tratado de amarrar el apoyo, al menos genérico, de Junts para evitar una fotografía de malas caras y miradas de reojo en el retorno a la actividad parlamentaria. Este martes, se le volvió a ver encerrándose en su despacho con el vicepresidente, Jordi Puigneró, la voz de Puigdemont en el Govern. No le será fácil. Para los juntistas , la retórica rebelde es un elemento de supervivencia. Por la mañana, en una entrevista en Catalunya Ràdio, Laura Borràs había declarado: “es hacernos un flaco favor colaborar con el Estado que pretende hacer ver que no hay represión”.
El discurso de Aragonès pareció largo —todos los de los presidents suelen parecerlo más de lo que lo son en realidad—, sin muchas aristas ni salidas de tono, para lo bueno y para lo malo. Pero el actual titular de la Generalitat se crece en las réplicas, sea a la oposición o a los compañeros de Govern. Veremos la segunda sesión.
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