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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Imprevisión

Ha habido tiempo más que suficiente para tener una alternativa al coste del mantenimiento de las autopistas, a su forma de pago y para prepararse para los nuevos cauces a seguir por el tráfico rodado

Peaje de La Roca, en Barcelona, con las barreras levantadas tras concluir la concesión.
Peaje de La Roca, en Barcelona, con las barreras levantadas tras concluir la concesión.CARLES RIBAS (EL PAÍS)
Josep Cuní

La vida es como el jazz. Es mejor cuando improvisas”, dijo George Gershwin. Y así nació Rhapsody in blue. El compositor había olvidado el compromiso asumido y, sorprendido al leer en el periódico que estaba componiendo una pieza sinfónica de jazz para tocarla en un concierto próximo del que no tenía constancia, se puso manos a la obra para no defraudar. Le sirvió su intuición, pero le salvó su capacidad. Y así los Estados Unidos se abrieron el camino de la música clásica a partir de aquella pieza angular. Lo hizo sumando conceptos personales y del país: las raíces del blues, la armonía de los musicales y la tradición pianística de la que fue autodidacta. Pudo improvisar porque sabía sobre qué hacerlo. De ahí su defensa del jazz como método y estilo. Pero sin partitura previa todo hubiera sido imposible.

Durante tiempo se repetía que una de las características españolas era la improvisación. “¿Prever? ¿para qué? ¡Improvisen!”, clamaban las voces menos organizadas y más patrióticas. Ante tal aptitud no hacían falta ni estrategias, ni planes, ni proyectos, ni pautas previas. Se trataba de dejarse llevar por una asimilación equivocada pero compensada por los resultados habitualmente tan ingeniosos como sorprendentes. Eran los tiempos de la autocracia superada, del gracejo popular elevado a categoría para combatir determinada intelectualidad peligrosa y de la apología de la picaresca persistente. Era la larga sombra del Lazarillo que sigue campando.

Que esta tendencia permanezca no presupone que saque siempre las castañas del fuego. Porque una cosa es improvisar y otra no prevenir. Un exceso de confianza que evidencian algunos hechos recientes. Como la doble polémica surgida a raíz de la desaparición de los peajes en las principales vías catalanas.

De la liberalición el 1 de setiembre de 640 kilómetros teníamos noticias desde hace tiempo. El pasado otoño, como tarde, empezó la cuenta atrás señalando la fecha ya vencida. Y desde entonces siguió un goteo incesante de informaciones que sirvieron a los históricos detractores del pago para ir haciendo boca y preparar el festejo de su victoria. Tras las actualizaciones y ratificaciones diversas, aquello era la consecuencia directa del anuncio de junio de 2018 del entonces flamante ministro de Fomento, José Luis Ábalos, desde estas mismas páginas. La decisión, obligada por las circunstancias, había sido a su vez fruto del acuerdo que Pedro Sánchez asumió con PDeCAT, Esquerra y Compromís para sumar avales a su moción de censura a Mariano Rajoy. Se rompía, de pasada, con la tendencia a ir renovando las concesiones que en algunos casos se habían extendido mucho más allá de lo razonable —55 años—, por cuanto las inversiones ya estaban más que amortizadas. Se sumaban estos nuevos tramos gratuitos a los que desde tres años antes se habían ido recuperando por extinción del contrato. Algo que a día de hoy hace clamar a Galicia por la vergüenza de haberse convertido en la comunidad que soporta más kilómetros de peajes cuando algunas de sus vías ya podrían haberse rescatado hace tiempo. En cambio, se renovó la explotación hasta 2048. ¡Cuán largo me lo fiais! Otro clásico español.

Toda esta cronología de declaraciones, decisiones y acciones indica sobradamente que ha habido tiempo más que suficiente para tener una alternativa al coste del mantenimiento de las vías, a su forma de pago y para prepararse para los nuevos cauces a seguir por el tráfico rodado. Sin embargo, el Ministerio amplía el plazo del debate para enfrentarse a lo primero, seguramente porque al saber que nada es gratis busca cómo explicar cuidadosamente a la ciudadanía que pasará del peaje directo al peaje en la sombra. O peor aún, si como pronostican algunas voces y al formar parte de la partida de gastos de los presupuestos generales, lo acabaremos pagando todos. Circulemos o no, tengamos vehículo o seamos simples peatones. Y si esto no es falta de previsión es sobra de seguridad.

Lo mismo puede decirse de la Generalitat por la parte que le corresponde. Tampoco ha detallado su compromiso de pago de sus vías liberadas amparándose en el necesario consenso con el Ministerio —para esto, sí—, mientras las cuatro que mantienen los peajes más caros de España son de su responsabilidad sin que se plantee rescatarlas. Al contrario, pide que sea el Estado quien las recupere. El hueso mejor que lo roa otro. Tampoco supo prever las largas retenciones de la primera operación retorno, final de vacaciones, sin taquillas intermedias. Ni el alud de solicitudes para cursar FP. Tantos años clamando por esta salida profesional y ahora resulta que, siguiendo las previsiones habituales de los nacimientos de dieciséis años antes del inicio del ciclo formativo, la estadística dispuso de un modelo que obvió el efecto pandémico. Quizás porque los técnicos, pendientes del mañana digital profetizado, olvidaron que el futuro es incierto por naturaleza.

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