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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La hora de los pactos

Un curioso reflejo de la relajación lingüística de los últimos tiempos está en el hecho de que en el acuerdo entre ERC y la CUP la cuestión de la lengua no aparezca mencionada ni una sola vez

Albert Branchadell
La consellera de Cultura, Natàlia Garriga.
La consellera de Cultura, Natàlia Garriga.EUROPA PRESS

El gobierno de Pere Aragonès cumplirá pronto sus primeros 100 días y resulta oportuno empezar a valorar las políticas que está desarrollando (o no, como es el caso de las energías renovables). Un ámbito que ahora mismo no está en el candelero pero que podría estarlo en los próximos tiempos es el de la política lingüística.

El independentismo catalán viene de un periodo en que la necesidad de “ampliar la base” le llevó a relativizar el papel de la lengua catalana como eje vertebrador de la sociedad. Ese es el contexto que explica la aparición del célebre “manifiesto Koiné”, en 2016, redactado directamente contra las posiciones presuntamente bilingüistas del mainstream independentista, que logró especial notoriedad por su desafortunada referencia a la inmigración castellanohablante como “instrumento involuntario de colonización lingüística”. (A propósito de este tema, sorprende la popularidad alcanzada en medios independentistas por Boriss Cilevics, el diputado letón de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa que redactó la famosa resolución sobre la excarcelación de los políticos independentistas catalanes. Sorprende porque Cilevics, como rusófono en Letonia, vendría a ser un colono a los ojos de más de un nacionalista letón).

Un curioso reflejo de la relajación lingüística de los últimos tiempos está en el hecho de que en el acuerdo entre ERC y la CUP, firmado poco después de las elecciones del 14-F, la cuestión de la lengua no aparezca mencionada ni una sola vez. En el posterior acuerdo de gobierno de ERC y JxCat la lengua sí que aparece pero en términos más bien tranquilos: los firmantes no se proponen “restituir al catalán el estatus de lengua territorial de Cataluña” (como pedía el manifiesto Koiné) sino que expresan su voluntad de impulsar “un gran Pacto Nacional por la Lengua” destinado a proteger, incentivar e incrementar el uso de la lengua catalana en todos los sectores, especialmente en aquellos en los que —tras 40 años de normalización— ese uso es más deficitario.

En su comparecencia parlamentaria del pasado 2 de julio, la nueva consejera de Cultura, Natàlia Garriga, tuvo ocasión de presentar los cuatro ejes de su acción de gobierno, uno de los cuales es precisamente la lengua. A parte de deslizar que su modelo es el “plurilingüismo autocentrado” (léase centrado en el catalán), Garriga explicó que la acción principal de la “nueva” Secretaría de Política Lingüística (lo de elevar la antigua Dirección General a Secretaría ya lo hizo el tripartito) será precisamente el Pacto Nacional por la Lengua. En esa primera presentación sus palabras fueron conciliadoras: habló de poner sobre la mesa, en un debate abierto a todo el mundo, la situación de todas las lenguas que se hablan en Cataluña (sin mentar el castellano, nadie es perfecto); llamó a los grupos parlamentarios a comprometerse con la diversidad y la riqueza lingüística del territorio, y extendió la mano para que todos ellos colaboren en el Pacto.

Para cuadrar el círculo del plurilingüismo centrado en el catalán, Garriga ha fichado como secretario de Política Lingüística a Francesc Xavier Vila, un sociolingüista de indiscutible valía. A favor de Vila puede decirse que no solamente no firmó el manifiesto Koiné sino que lideró una contundente réplica por parte de un selecto grupo de académicos, la mayoría miembros de la prestigiosa Sociedad Catalana de Sociolingüística (’Precisions al manifest del Grup Koiné', Ara, 6 de abril de 2016). Desde su designación, Vila registra solo dos leves deslices. El primero es haberse dado a conocer a través de una entrevista en un medio digital independentista en lugar de hacerlo con una rueda de prensa en la Consejería de Cultura o en una comparecencia ante los grupos que debe arrastrar hacia el Pacto. El segundo es haber sugerido en esa entrevista que un término tan obvio en Cataluña como “bilingüismo” hay que dejarlo “reposar” por molesto.

Naturalmente, una entrevista acaso precipitada no permite juzgar por qué derroteros irá el Pacto, pero desde el minuto 1 ya podemos anunciar que, si no logra superar el perímetro de los grupos parlamentarios que dieron su apoyo a la investidura de Pere Aragonès, el Pacto no tendrá un recorrido muy largo. En otras palabras, para que el Pacto Nacional por la Lengua sea verdaderamente Nacional (léase transversal), el partido que ganó las elecciones y el mundo que representa no pueden quedar fuera de la ecuación. A priori no debería ser imposible, considerando que eso del plurilingüismo con el catalán como centro de gravedad es precisamente lo que profesa el PSC para el sistema educativo de Cataluña.

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