Bad Gyal, haciéndose oír
La cantante de Vilassar de Mar y sus seguidoras elevaron la voz en un concierto que celebró la juventud en el festival Porta Ferrada de Sant Feliu de Guíxols
Hormigueaba el parque contiguo al recinto del concierto, atravesado por largas e incesantes filas de adolescentes que presa de la excitación dejaban oír sus voces entre los árboles. Algunas se sentaban en las mesas del merendero, junto a los columpios para las criaturas, compartiendo cuitas y risas mientras se acercaba el gran momento. Las más, vestidas para la ocasión, no pudieron hacerlo las que salían justo en ese instante del trabajo, tironeaban de sus faldillas, que rebeldes pugnaban por ascender por las piernas más de lo debido. Soplaba el viento y no sobraban las chaquetas, pero la piel era la indumentaria más socorrida. Noche grande. No iban a ver a un chico, iban a ver a una de las suyas, a la suya, a la que pone voz urbana a sentimientos que vienen de la propia identidad juvenil. Cuando nadie les hace caso, cuando no hay trabajo, cuando la pandemia cerca y asfixia su juventud, ella sigue hablándolas. ¿Cómo iban a faltar?
Y ¡cómo hervía la platea antes del concierto! La inquietud de las seguidoras parecía mover las sillas, y tal y como pasaba hace décadas, cuando en las dobles sesiones de tarde se aplaudía con entusiasmo en los cines el apagado de las luces que indicaba el inicio de la sesión, el Guíxols Arena, uno de los escenarios del festival de Porta Ferrada, de Sant Feliu de Guíxols, estalló consumido por aplausos, vítores y gritos de expectación. Unas bailarinas salían a escena ondeando banderas, dando inicio al espectáculo de Bad Gyal. Sonaba Pussy y la estrella, vestuario sucinto, botas con unos flecos que para sí desearía Chewbacca, se palmeaba la zona pélvica como queriendo eliminar dudas sobre qué parte de su anatomía protagonizaba la canción. Público en pie mostrando su descaro en las pocas veces en las que este no está socialmente cuestionado. Momento de sentirse libre y aludida, de manifestar con el cuerpo y el baile que ellas mandan sobre sí mismas, o al menos lo persiguen. Pero incluso allí había normas y en un intento tan vano como detener el crecimiento de la hierba, personal del festival recorría la platea haciendo sentar a las bailarinas, que, tal era su entrega, llegaban a hacer twerking… ¡¡¡¡¡¡sentadas!!!!
En el escenario había menos espectáculo. Bad Gyal solo se movió cuando hubo coreografías, mientras que el resto de la actuación se ajustó a la técnica del semáforo, consistente en plantarse en un lugar visible, mantenerse tiesa e inamovible y dejarse mirar con la convicción de que solo este hecho todo lo pautará. Dio siempre la sensación de que la de Vilassar de Mar podría conectar aún más con su audiencia, a la que apenas tiende más puentes que cuatro frases de catálogo manoseado y una presencia que quisiera ser mayestática. Eso sin olvidar el twerking, santo y seña, mascarón de proa, estandarte que reivindica los cuerpos y la voluntad de usarlos libremente. El sí no te gusta no mires, yacía como subtexto.
Pero todo gustó en Sant Feliu de Guíxols a quien le tenía que gustar. El dancehall y el dembow sacudieron las canciones de la reina urbana, voz siempre filtrada, que fue dejando caer sus grandes éxitos entrelazados, con la idea de progresión rítmica como eje. Alocao, Internationally, Bobo, 44, Iconic, Aprendiendo el sexo, Fiebre y Zorra fueron solo alguno de los argumentos que Bad Gyal empleó en una noche que la mostró como una artista con todo el crédito de ese público al que nadie más escucha. Y menos aún sus mayores.
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