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Jordi Sànchez, político con piel de activista

Su filiación de izquierdas y, a la vez, su conexión con el espacio convergente abre dudas

Joan Esculies
Jordi Sánchez ( tercero desde la derecha) junto con el resto de los políticos presos tras salir de la cárcel al ser indultados.
Jordi Sánchez ( tercero desde la derecha) junto con el resto de los políticos presos tras salir de la cárcel al ser indultados.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

Cuando en mayo de 2015 la prensa anticipó que Jordi Sànchez relevaría a Carme Forcadell al frente de la Assemblea Nacional Catalana, con ese nombre la mayoría de los catalanes tan solo conocía al actor. Sin embargo, sucedió lo imprevisto. La autora norteamericana de libros superventas sobre programario web Liz Castro —popular en el medio separatista— resultó la más votada entre los miembros del secretariado de la ANC. Sànchez quedó cuarto.

La organización se había fundado para superar las atávicas disputas en el seno del independentismo y evitar los tejemanejes internos de los partidos. Sin embargo, tal como permitían los estatutos, los miembros del secretariado votaron a Sànchez como presidente y la ANC perdió la inocencia. “El objetivo era domar la Assemblea”, expresó Castro el pasado 13 de junio en un hilo de Twitter.

Desde un primer momento a Sànchez se le vio como el candidato de Artur Mas para calmar la organización que ejercía de liebre de su gobierno en la carrera hacia la independencia. ¿Cómo? Vía David Madí, su exsecretario de comunicación. En los mentideros barceloneses se habla mucho de la relación entre ambos, se fabula más que se conoce, porque quienes saben, callan.

En los mentideros barceloneses se habla mucho de su relación con Madí

Siete años menor, Madí le conoció al comenzar los noventa cuando Sànchez era profesor asociado de ciencia política en la Universidad de Barcelona y ejercía de portavoz de la Crida a la Solidaritat. Una organización con mucha representación de la izquierda independentista dedicada al activismo catalanista durante los ochenta que en sus estertores coorganizó junto a las juventudes de Convergència la campaña Freedom for Catalonia en el marco de los Juegos Olímpicos de Barcelona’92.

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En 2015 Sànchez había progresado arrimado a Iniciativa per Catalunya-Verds (IV-C), que le nombró consejero de la Corporación Catalana de Ràdio i Televisió (1996-2004). Entre 1996 y 2010 estuvo en la dirección de la Fundació Jaume Bofill —en los años setenta un Òmnium Cultural de lo social, hoy un think tank sobre educación—, lo que le permitió conocer a los actores políticos y sociales. En 2010 el Síndic de Greuges, Rafael Ribó, expresidente de IC-V, le nombró su adjunto.

Los despistados creyeron que era un agitador. Los informados, no. El presidente de UDC, Josep Antoni Duran i Lleida, celebró su elección al frente de la ANC porque “pasa de ser dirigida por una activista a ser lo por una persona con formación y sentido profundo de la política”.

En noviembre de 2015 Sánchez afianzó su relación con Carles Puigdemont, al frente de la Associació de Municipis per la Independència, en un viaje a Estrasburgo para explicar el procés al Consejo de Europa. A partir de enero de 2006, con Puigdemont ya presidente, Sánchez pasó a ser un habitual del Palau de la Generalitat. En mayo de ese año en unas nuevas elecciones de la ANC Liz Castro resultó la más votada, pero el secretariado reeligió a Sánchez. Las maniobras que cuenta la americana en Twitter son las aprendidas en el asamblearismo de la escuela de la Crida per la Solidaritat.

En otoño de 2018 Sànchez pilotó la formación de la Crida Nacional per la República —con clara reminiscencia de su pasado— como espacio de superación de las divisiones en el independentismo. Puigdemont no se decidió entonces a sentenciar a su PDeCAT, ni a la plataforma Junts per Catalunya y el proyecto fracasó. En verano de 2020 sí, y encargó a Sánchez reconvertir Junts en partido, del que es secretario general.

Los despistados creyeron que era un agitador. Los informados, no

Su filiación de izquierdas y, a la vez, su conexión con el espacio convergente abre dudas. ¿A quién se debe Sànchez? En realidad, a si mismo. Fiel a sus principios de activismo no-violento y autodeterminación, en la medida que los nuevos tiempos han situado en el centro las reivindicaciones de los espacios minoritarios en los que se movía, él ha ganado centralidad.

Sànchez —como Puigdemont— vio el 1-O de 2017 como herramienta de presión para celebrar un referéndum legal, no para implementar la independencia, y era favorable a convocar elecciones el 27-O en vez de declarar la secesión. Su reciente confesión al respecto ha acabado con la Pax Romana en la ANC, que no lidera desde su entrada en prisión. Antiguos compañeros de secretariado le acusan de no ser independentista y de caudillista.

Una crítica que también arguyen los damnificados de Junts —excepto el beneficiado sector del preso Jordi Turull— en el reparto de poder en el gobierno Aragonès. Sànchez ha sido siempre un político a la espera de un partido, pero ahora que lo tiene descubre que nunca estuvo en el engranaje de uno. En Junts hay más profesionales de la política y menos inocencia que en la ANC y la Crida. Si desde Waterloo no reparten tila nuestro protagonista pronto se verá inmerso, como su alter ego, en un capítulo de La que se avecina.


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