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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Contracultura y aviones

‘Underground y contracultura en los años setenta’ es imprescindible, nostálgica para los mayores de 60 y desearía que apetecible para los jóvenes, que descubrirán una vida alternativa en pleno franquismo

La exposición "La contracultura i Underground a la Catalunya dels 70".
La exposición "La contracultura i Underground a la Catalunya dels 70".Alejandro García (EFE)
Victoria Combalia

La exposición Underground y contracultura en los años setenta es imprescindible, nostálgica para los mayores de 60 años y desearía que apetecible para los jóvenes, que descubrirán una vida y cultura alternativas en plena época franquista. Organizada en el Palau Robert de Barcelona por Pepe Ribas , director y factótum de la revista Ajoblanco , con el asesoramiento de Canti Casanovas, está admirablemente bien montada por el equipo del arquitecto Dani Freixes.

Una alfombra gráfica nos recuerda las represoras leyes de la época, mientras se reconstruyen admirablemente una habitación hippy en Ibiza y el mítico local Zeleste, creado por Víctor Jou y Pepe Aponte y cuyas famosas lámparas fueron obra de Santiago Roqueta y Angel Jové mientras el logotipo fue ideado por Sílvia Gubern, a partir del nombre (con Z) escrito por su hijo. Subdividida por temas en cubículos bien explicados y con multitud de documentos, solo se echan a faltar los pies de foto de muchas imágenes que han prometido colocar estos días. Pues no todo el mundo reconoce al joven Pau Riba, a Pau Maragall, a Ana Briongos, al dibujante de cómics Montesol o a Cohn Bendit (sí, Dani “el rojo ” en las Jornadas Libertarias de 1977 en el Park Güell). Hay fotografías excelentes a cargo De Xavier Gassió, Pep Rigol, Pilar Aymerich, Xefo Guasch y varios más. Fue una década, la de los setenta, en la que los que éramos jóvenes luchábamos contra el franquismo y sobre todo buscábamos modos de vida alternativos.

Contra la represión sexual e ideológica, e influidos por el Mayo del 68 y el movimiento contracultural norteamericano que nos traían María José Ragué y Luis Racionero, se montaron comunas, empezamos las reuniones feministas que luego desembocaron en el local-librería La Sal, estalló la música ock , los cantautores catalanes y la música popular, con Sisa, Pau Riba, Maria del Mar Bonet, Toti Soler, o las orquestas Platería y Mirasol . Brotaron como setas las revistas de comics como El Rollo enmascarado, La Piraña divina o Nasti de Plasti , con dibujos de Mariscal, Pepicheck y Nazario; la revista Star de Juanjo Fernández (¡ que publicó a Crumb!), Ajoblanco que hablaba de drogas, ecología, sexo libre, y antipsiquiatría y todas las de música. Ocaña se paseaba por las Ramblas con grandes sombreros y dejando entrever sus genitales, acompañado por su corte encabezada por Nazario. Y fuimos al carnaval del Pueblo Español, yo disfrazada de mujer barbuda sin saber, claro está, que Ana Mendieta había hecho lo mismo unos años antes.

En nuestra casa de la calle de Génova 23, obra de unos jóvenes arquitectos Tusquets-Clotet, se hacían fiestas por los pasillos, de tan anchos que eran, y allí vivieron desde Marta Pesarrodona, Xavier Sust, la psiquiatra Lolo Cid, recién separada de Carlos Santos , hasta Joan Brossa y su compañera Pepa Llopis. Era la época del encarcelamiento de Albert Boadella por su obra La torna y de Els Comediants haciendo pasacalles. Como dijo Pau Riba en el magnífico libro La Barcelona de los años 70 vista por Nazario con la muerte de Franco y la Transición “la alegría y la sensación de libertad corrieron a raudales”. Porque no olvidemos que los setenta son también el momento de un gran cambio político, con sus grandes huelgas obreras, los graves atentados de la ultraderecha contra librerías progresistas, las multas a ilustradores y cantantes, el Juicio de Burgos y el asesinato de Salvador Puig Antich, la detención de Nazario y Ocaña, y la gran manifestación del 11 de septiembre de 1977 a favor del Estatut de Autonomía para Cataluña. Una época de efímera ilusión y de grandes esperanzas; vayan a ver la exposición para comprender cómo terminó.

Algo muy distinto, igualmente recomendable, es la muestra de Francesc Torres titulada Aeronàutica (vol) interior . El artista ha colocado dos aviones rusos, un Tupolev Katiuska y un caza Mosca en la Sala Oval del Museo Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), francamente desaprovechada y que ahora debería atraer a un gran público. La historia de la pieza, resumida, es esta: por un azar familiar, encontró en La Sènia un Centro de Aviación Histórica en donde su director, José Ramón Bellaubí, recontruye aviones de la Guerra Civil. Torres cree que hay momentos en la vida de un ser humano en los que este “pierde la cabeza” como en los ideales políticos o en la pasión amorosa, y establece una analogía entre su avión ruso puesto cabeza abajo (a punto de estrellarse) y San Pedro crucificado también cabeza abajo, una magnífica tabla de Pere Serra (siglo XIV) que está en el museo. Lo completa con unas curiosas fotos de los aviadores alemanes de la Legión Cóndor, que reemplazaron a los republicanos en 1938 y que, entre otras cosas, dinamizaron el burdel local. No se la pierdan.


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