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TEATRO

Ponga un samovar en su casa

Ver ‘Les tres germanes’ de Julio Manrique en la Sala Online del Lliure es una experiencia fascinante

Jacinto Antón
Una escena de 'Les tres germanes' de Julio Manrique en el Lliure.
Una escena de 'Les tres germanes' de Julio Manrique en el Lliure.

¿Se perdió usted Les tres germanes de Chéjov en la versión que dirigió Julio Manrique en el Teatre Lliure y que hubo de cancelar funciones en enero por la dichosa covid dejando público en la calle? No se preocupe: hay repesca. No de momento en el escenario (quizá vuelva el espectáculo la temporada que viene), pero sí en casa.

Les tres germanes es una de las obras de la temporada que el Lliure ha puesto en su Sala Online, a la que se accede desde su página web por un módico precio de suscripción anual (29 euros, impuestos incluidos). La opción virtual tiene sus pegas (es imposible sustituir la emoción de la representación en vivo, claro), pero también su morbo: no todos los días te vienen a casa Olga, Maixa e Irina, con lo que les cuesta moverse a las chicas, que ni siquiera son capaces de viajar a Moscú, y eso que les queda mucho más cerca.

Además, te puedes dosificar al gusto la obra (2,15 h), tan intensa, como si fuera una miniserie de Netflix; llevártela a la cama, repantingarte en el sofá, rebobinar, o parar para prepararte un tentempié. Las pausas están justificadas: entre el primer acto y el segundo pasan dos años.

Es muy recomendable, para crear ambiente, tener a mano, además de una balalaika, un samovar, ese icono de la cultura rusa del té y el ennui chejoviano; hoy día no es un elemento muy frecuente en el menaje de nuestras viviendas, donde su lugar lo ocupa la mucho menos historiada y romántica Nespresso; sin embargo, en estos tiempos con Amazon es fácil pillar uno que no será el de Zhivago o Karenina o el tan caro de los mismos Prozórov pero dará el pego. El propio Manrique, que ha optado por una actualización de la obra, que transcurre en la actualidad, con móviles y todo, no se ha atrevido a prescindir del samovar, que aparece como regalo a Irina en el primer acto, como está mandado.

Escena coral de 'Les tres germanes'.
Escena coral de 'Les tres germanes'.Sílvia Poch

Después de ver varias versiones de Les tres germanes en Cataluña (como la de Lluís Pasqual, del Lliure de 1979; la de Pierre Romans con la compañía Flotats de 1990; o la de Ariel García Valdés en el TNC, de 2005, entre otras) y participar en la primera como ayudante de dirección y regidor, quien firma estas líneas se ha sorprendido un punto con la de Manrique (de la que hizo en su día la crítica Marcos Ordóñez). No sólo porque después de pasarte meses limpiando la plata de los Prozórov y hasta durmiendo en su casa es todo un cambio que sea la familia la que venga a la tuya (en un acto reflejo limpié también la plata antes de ponerme la función). Es que no sale el capitán Solioni —al que de todas formas no invitaríamos a visitarnos, por sus malas maneras, resultado de haber leído mal a Lérmontov—, se convierte al médico del ejército Txebutikin en tío de las hermanas y desaparecen los simpáticos subtenientes. De hecho desaparece el ejército todo: los militares acantonados en la ciudad y asiduos de los Prozórov se convierten en geólogos, en la consideración de que hoy en Cataluña se ve raro tener militares invitados en casa, más aún con las ideas podemitas o ecolocomunistas de la Irina de Manrique (y eso que en el original es hija de general).

Desde el primer momento, Manrique y su equipo de adaptación (Marc Artigau y Cristina Genebat, que además encarna a Olga) apuestan por entrarle a saco a Chéjov, lo que puede resultar algo chocante, en aras de aproximar la obra al público actual. Consideran que la gracia es el aquí y ahora, y que lo que ofrecen es otra historia con la misma alma. Quien conozca bien la pieza encontrará extravagante la mezcla de texto nuevo con el de Chéjov y el que algunas frases características de la pieza aparezcan fuera de su lugar original. Desconcierta que se hable del Antropoceno, de ecología, de realidad virtual, de cine serie B, de cuánto daño hizo Stalin, de la caída del Muro…, o que se oiga el Bella Ciao durante el carnaval, o Lemonade de CocoRosie durante un explícito polvo de Nataixa y Andréi que hubiera incomodado al bueno de Anton.

Y sin embargo, el resultado es fascinante; ahí están los entrañables deseos del barón Tusenbach de trabajar algún día, tan chejovianos aunque el personaje sea hijo de un traficante de armas y vaya en patinete, las iluminadas parrafadas de Verxinin (al que se le permite disfrazarse de coronel ruso zarista durante el carnaval), el “tot avui que ric” de la Maixa, o el canónico “Anar a Moscou, acabar ambo tot aixó i… a Moscou!”.

Vista desde casa, ente estas cuatro paredes que ya nos oprimen como a las Prozórov ls suyas, la respuesta de Olga a la pregunta de Irina “¿iremos a Moscú?” resuena como un verdadero canto de esperanza: “Sí, en junio”. ¡Chéjov, intercede por nosotros!

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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