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El hombre que fue jueves
Columna
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Pasqual / Chéjov

En un ensayo de ‘Las tres hermanas’, la mente del director no para de moverse, de enlazar, torrencialmente, memoria y percepción en un mismo tejido

Marcos Ordóñez

Tarde en el Lliure de Gràcia. Los actores esperan, en semicírculo. Un piano exhala perfume chejoviano. Llega Lluís Pasqual con esas lentes redondas que le dan un aire de profesor judío en Ferrara. Vamos a asistir a un trabajo de mesa; una lección de cómo desmenuzar, con extrema sabiduría, humor y sensatez, la partitura múltiple (frases, emociones, sonidos) del primer acto de Las tres hermanas. La sesión sería en sí misma un estupendo espectáculo. Pasqual me contó una vez que destrozaba unos zapatos por ensayo de tanto subir y bajar del escenario, a la manera de José Luis Alonso.

Ahora está sentado pero su mente no para de moverse, de enlazar, torrencialmente, memoria y percepción en un mismo tejido: la historia de la obra, el fracaso de su primer estreno en Moscú, y su rescate por el Teatro del Arte, de la mano de Stanislavski y Nemiróvich-Dánchenko, aquel montaje que cambió la historia de la escena.

“En Europa nos llegó la impronta francesa de los hermanos Pitoeff, la languidez nostálgica de los rusos blancos. En Chéjov hay melancolía, pero está llena de vida. Y de humor. No hay que olvidar nunca el humor”. Habla de las costumbres de la intelligentsia para explicar un detalle: el engorro que produce el costoso regalo de Chebutikin. Pasa de un asunto a otro con gran ligereza.

De vez en cuando, una frase capital a retener: “Ensayar es entrar en la respiración del texto”. Habla de la necesidad de llegar con el papel aprendido y lo resume con otra frase memorable, en este caso de Héctor Alterio: “Si no te lo sabés, no podés jugar”. Insiste en la partitura, la manera en que Chéjov utiliza los sonidos para detonar, por asociación, los sentimientos (la peonza de Irina, el violín de Andrei) pero sobre todo, señala, de qué modo frena o desvía lo que llama los “deslizamientos líricos”.

“Fijaos en la risa de los militares rompiendo la nostalgia de Moscú, o las voces de Ferapont y Anfisa, que hablan alto porque él es sordo, y su entrada corta el solo chopiniano de Tusenbach. Todo tiene sentido en Chéjov: por esos desvíos entra la vida en sus obras”. Corrige la duración de una pausa. La actriz insiste: “La acotación dice ‘pausa”. Pasqual responde: “Sí, pero no es lo mismo una pausa en Wagner que en Rossini”. Más tarde, a un actor se le cae el texto, y Pasqual salta: “¡Písalo! ¡Da mala suerte si no se pisa un texto caído!”.

Anoto otra frase: “He de llegar preparado al ensayo, pero dispuesto también a tirar mis planes a la basura si me sorprende algo inesperado”. Cuenta una intervención decisiva de Jacinto Antón, que fue su ayudante de dirección en aquellas Tres germanes de 1979, en el mismo Lliure, y con el que dos días después tendrá un sensacional mano a mano. “Cuando la ensayábamos, el segundo acto no salía ni a tiros. No sabía que hacer, no encontraba el problema. Hasta que Jacinto dio con la clave de un modo tan sencillo como certero: ‘¿No están gritando mucho? El tono, el tono es capital”.

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