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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Qaluña’, el peligro de la noche del 14-F

Se llega a los comicios con la sensación extendida de que la política lee a conveniencia los datos sanitarios. Y acaso que se hayan omitido medidas más drásticas a tiempo para celebrarlas con garantías de mayor seguridad

Joan Esculies

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Gabriele D'Annunzio se dirige a los ciudadanos de Fiume en 1919.
Gabriele D'Annunzio se dirige a los ciudadanos de Fiume en 1919.Mondadori via Getty Images

Fiume, 18 de diciembre de 1919. Gabriele D’Annunzio cena cangrejos de río y bebe cóctel de cerezas junto a sus oficiales en su restaurante favorito, L’Ornitorinco. El poeta aguarda intranquilo el resultado del plebiscito. Su calva brilla bajo la tenue luz de las lámparas, su tez parece la de una figura de cera.

Hace tres meses que el escritor y héroe de guerra inició en un Fiat rojo lleno de flores una marcha de 100 quilómetros hacia la ciudad adriática, al sur de Trieste. Comenzó con 200 hombres y acabó con más de 2.000. Una amalgama de excombatientes de la Primera Guerra Mundial, nacionalistas y aventureros que aprovechando el desmembramiento del Imperio austrohúngaro fueron recibidos por la multitud. El júbilo inicial, tras semanas de descontrol, ha desaparecido.

Dos años de inacción y algarabía parlamentarias han contribuido a que se vea con indulgencia la gobernanza a base de decretos. De ahí a cuestionar la propia democracia hay un paso

Por su agitada historia muchos italianos sienten suya la ciudad, pero la incorporación de facto al Reino de Italia que pretende el bardo ha puesto en un aprieto a su gobierno en medio de las negociaciones de paz tras la Gran Guerra. Para sortear la situación le han propuesto un referéndum. Los ciudadanos decidirían si convertirse en un protectorado italiano ante cualquier intento de anexión por parte de la emergente Yugoslavia.

Un oficial llega con noticias. En algunos colegios electorales ha habido altercados y se han destruido urnas al conocerse los resultados. Fiume vota masivamente por la expulsión de D’Annunzio y sus hombres. Voces, gritos en L’Ornitorrinco. “¡La pregunta no era clara!”, “¡Partamos de esta ciudad ingrata!”, “¡Impidamos el resto de las votaciones!”.

El poeta se mantiene en silencio. Llegan nuevos mensajeros. La derrota se confirma. Como si la certificación de lo previsible le hubiera activado, el escritor se levanta. “Me siento como un literato galo esperando si ha sido admitido por la Academia Francesa”. Y, a continuación, parte hacia el palacio del gobernador, su sede gubernamental. En el edificio algunos oficiales cantan, otros lloran. La noche discurre como una tragedia…

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En quince días, si una circunstancia excepcional no lo impide, Cataluña vivirá también una noche electoral. Una de las más delicadas de nuestra historia reciente, quizá la que más en 40 años. Las circunstancias políticas, económicas y sanitarias que envuelven las elecciones son complejas y de solución inmediata difícil. Se llega a los comicios con la sensación extendida de que la política lee a conveniencia los datos sanitarios. Y acaso que se hayan omitido medidas más drásticas a tiempo para celebrarlas con garantías de mayor seguridad.

Se llega a la votación tras dos años de inacción y algarabía parlamentarias que han contribuido a que se olvide la importancia de la Cámara catalana. E incluso que lleguen a considerar superfluas las elecciones y se vea con indulgencia la gobernanza a base de decretos. De ahí a cuestionar la propia democracia hay un paso. Caerá la participación por el temor de algunos al contagio y también por el agotamiento mental a que se ha sometido a la ciudadanía durante la última legislatura. El 14 de febrero es probable que vivamos una noche difícil. Según tercien las horas, por la cabeza de algunos pasará de todo.

Alentar teorías conspirativas puede llevar a una parte de nuestra ciudadanía al limbo donde habitan los seguidores de QAnon de Trump, discípulo annunziano de honor. Una ‘Qaluña’ perjudicial para todos

En Fiume, al día siguiente del plebiscito, D’Annunzio apareció en el balcón del palacio, abierto a una plaza semicircular. “Vinimos a ganar, hemos jurado ganar. Si vinimos con este propósito, ¿vamos a marcharnos sin una victoria verdadera? ¿Debemos partir? ¿Debemos despedirnos? ¿Debemos dejar el hacha incrustada en el baúl del destino? ¡No, no, no y no! No voy a dejar que esta copa pase de largo”. A continuación, declaró la votación nula y la dejó sin efecto. Se aferró al poder y continuó al frente de la ciudad irredenta. Un año después en circunstancias trágicas lo echaron y Fiume —la actual Rijeka croata— se convirtió en un estado independiente de italianos y yugoslavos. Sin embargo, el germen de lo que vendría después en Italia ya estaba sembrado.

En Cataluña, el 15 de febrero tanto perdedores como ganadores de nuestras elecciones tendrán la responsabilidad de no cargar contra el proceso electoral por tortuoso que esté siendo. El teatro del balcón es siempre muy goloso, sobretodo para espantar la propia responsabilidad. Alentar teorías conspirativas hacia las instituciones o hacia otros partidos —incluso del mismo espectro político— puede llevar a una parte de nuestra ciudadanía al limbo donde habitan los seguidores de QAnon de Trump, discípulo annunziano de honor. Una Qaluña perjudicial para todos.

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