Sea vampiro por un día
La exposición de CaixaForum, abierta ‘in extremis’, invita a fascinarse y a identificarse con la inmortal criatura de la noche
“Preferiría pasar una noche con Drácula muerto que el resto de la vida con mi marido vivo”. La frase, soltada por una mujer durante una representación teatral en Broadway de la adaptación de Drácula protagonizada por Frank Langella (que luego, en 1979, haría del archivampiro en el cine), sirve para recordar qué sentimientos más variados nos producen los vampiros. Terror, sí, pero asimismo, en el otro extremo del arco (o del colmillo), fascinación y atracción erótica. Y también identificación: con la tragedia, la rebeldía, el apetito y el afán de supervivencia de esos hijos de la noche.
La notabilísima exposición Vampiros. La evolución del mito, que puede verse en CaixaForum estos días inciertos, explora las muchas y cambiantes identidades del vampiro en un recorrido que tiene uno de sus momentos más emocionantes en un pequeño gabinete barroco forrado en rojo en el que los visitantes entran de uno en uno y en el que un espejo de cuerpo entero te permite... no verte. El juego es maravilloso, la ilusión fenomenal. El mensaje: usted también es un vampiro.
En la gran Transilvania de peligro, plaga, advertencia y toque de queda en que se nos han convertido Cataluña y Barcelona, nada más cierto: todos nos paseamos como vampiros en potencia, capaces de infectarnos e infectar. Nunca las metáforas vampíricas de la sangre y el contagio han sido tan espeluznantemente oportunas
La exposición, coorganizada por la Cinémathèque française y la Fundación Bancaria La Caixa, ha ido a encontrarse inesperadamente con este contexto pandémico. “Jamás pensé que la muestra se vería en este marco de sospecha, miedo y enfermedad”, explicó por videoconferencia el jueves el comisario, Matthieu Orléan, en la presentación de El vampiro. La evolución del mito, que se ha salvado in extremis (aunque con aforo reducido al 33 %) del cierre de actividades culturales decretado el mismo día.
El viaje que propone la exposición, con 300 piezas que incluyen pinturas, grabados de Goya, manuscritos, carteles, fotos, libros, comics, vestuario y otras muchas cosas (incluidas obras de la colección de arte contemporáneo de La Caixa y el escalofriante Altar-tumba de vampiro de Niki de Saint Phalle), se centra especialmente en el cine, en el que tan bien se ha desenvuelto el vampiro."El cine es un arte de la oscuridad, hipnótico, alucinatorio, que se escribe con luz pero se proyecta en las sombras", dijo Orléan, que señaló cómo en el cine “los actores quedan inmortalizados, siempre iguales, ni muertos ni vivos”, y se exclamó: “El cine es el arte de los vampiros”.
Así, el visitante circula en un ambiente tenebroso dominado por los colores rojo y negro, entre grandes pantallas que muestran escenas de filmes en montajes muy evocadores, mientras admira el mucho material cinematográfico que se exhibe: páginas originales de los guiones del Nosferatu de Murnau o El baile de los vampiros de Polanski, con notas de los propios directores; elementos de atrezzo de filmes como la máscara, la levita y las manos postizas de otro Nosferatu, el de Klaus Kinski; trajes de Entrevista con el vampiro, de Neil Jordan, o del Drácula de Coppola. Se puede admirar la famosa y espectacular túnica roja con cola que lucía Gary Oldman, creación de Eiko Ishioka, y que lo hacía aparecer según un crítico sarcástico como una drag queen disfrazada de geisha...
Se pasea uno entre capas, murciélagos, estacas polisémicas (“¡déjeme que se la clave hasta el fondo!”), mordiscos y sobresaltos, sin que falten los iconos y momentos imprescindibles: el Borgo Pass, Bela Lugosi con la mano como una zarpa, Christopher Lee mostrando los colmillos chorreantes. Kinski jadeando sobre el cuello de la Adjani, Oldman lamiendo subrepticiamente la navaja, Tom Cruise vampirizando por detrás a Brad Pitt. En el recorrido resuenan también las frases inmortales: “Yo soy... Drácula”, “Bienvenido a mi casa, entre sin temor”, “He atravesado océanos de tiempo para encontrarte”...
Un reservado, con advertencia de que las imágenes pueden perturbarte, permite sentarse en un puf rojo y observar escenas especialmente intensas de cine de vampiros. Entre ellas la salvaje coyunda de Lucy Westenra y el vampiro bestial de la película de Coppola o los mordiscos lésbicos de El rojo en los labios de Harry Kümel.
Se presta especial atención en la muestra a Carmilla, y a la condesa Báthory, verdaderas mujeres de rojo, y a las tantas vampiras, sin olvidar a Vampirella. Y a las modernas hornadas de vampiros. Los de Jarmusch, los de Ferrara, los de El ansia. Los adolescentes de Crepúsculo, la iraní de A girl walks home alone at night. Hay un espacio dedicado a las series: Buffy, True Blood. Es posible ver cómo el vampiro renace y renace, “su continua reinvención”, como dice el comisario Orléan. Un vampiro que siempre es paradójico: a la vez mórbido y erótico, reaccionario y rebelde, repulsivo y atractivo. Y que ya no es solo el otro, sino nosotros mismo, invisibles en el espejo, carne de plaga.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.