Yo el Supremo
En España las lenguas y sus culturas no importan. Pero no deja de sorprender la falta de reacción ante un capítulo más de vergüenza cultural en el inicio de la “reconstrucción” de lo destruido en esta pandemia-espejo
Caramba con el Supremo. Con el Tribunal Supremo. Sus criterios lingüísticos, que me temo que no parecen ajenos a sus criterios jurídicos en otros asuntos que esta semana lleva al alto tribunal justiciero a los titulares con acento catalán. Yo el Supremo (para seguir con la pandemia del ego) podemos escribir y escribo, en homenaje a la clarividente novela del paraguayo Augusto Roa Bastos sobre el monoteísmo del poder. Una novela de 1974, año que se diría que circunda como halo etéreo la sentencia suprema de este domingo —sí, en domingo— sobre el uso de la lengua catalana entre las instituciones de su dominio lingüístico: ¡prohibido! No se pueden comunicar entre sí los gobiernos valenciano, catalán y balear en su lengua común. Caramba con el Supremo.
Tal vez les haya pasado desapercibida la noticia, no se puede decir que la sentencia haya despertado conciencias a miles ni en el dominio lingüístico catalán ni en ningún otro de esta España, que otra de momento no tenemos. O si la han advertido han desistido de analizarla a fondo tras naufragar en su galimatías. “El Supremo prohíbe el uso administrativo del valenciano ante Cataluña y Baleares”, titulaba este periódico el domingo a primera hora de la tarde, con el subtítulo “El tribunal confirma la anulación parcial del decreto de la Generalitat que permitía comunicarse mediante la lengua autóctona con otras autonomías del mismo ámbito lingüístico”. Subrayo el ante del titular. Será un error de imprenta, dijo alguien en casa. Ante, bajo, cabe, con. No es que el titular y el subtítulo estén mal, hay que agradecer la noticia a hora tan temprana, otros medios en Cataluña tardaron más, mucho más, e incluso no la dieron en portada medios impresos en catalán. ¿Por qué? Vayamos por partes.
El titular no yerra sino que es un síntoma de lo que sucede desde hace demasiado tiempo: hay que ir de puntillas y con pinzas para decir que estas tres comunidades comparten idioma, la lengua catalana. El valenciano es el catalán del País Valenciano, el balear (los baleares, si a eso vamos) es el catalán de las Baleares. Como el franjolí (los franjolíes, si a eso vamos también) es el catalán del Aragón de habla catalana (pero como no es una de las lenguas reconocidas como oficiales por su estatuto no cuenta en esta historia). Cabe agradecer a este periódico, pues, dar la noticia, por más galimatías que sea. Porque este asunto es de locos. La crónica de Ferran Bono, que conoce a fondo estos asuntos en su ya larga historia, la propia y la de las desventuras del catalán del País Valenciano, puede ser leída también como un homenaje a los hermanos Marx.
Otra cuestión es cómo reacciona al respecto Cataluña, la comunidad en apariencia más consolidada en este aspecto del dominio lingüístico catalán. Pues que se trata de un asunto valenciano, y ahí te pudras. Rebobino: Yo el Supremo ha ratificado la sentencia contra el decreto valenciano que daba uso preferente a la cooficial lengua catalana —denominada valenciana en el decreto— en las comunicaciones de la Generalitat de allí con la Generalitat de allá y la de acullá-Govern balear, y entre sus respectivos parlamentos. Yo el Supremo le ha dicho que nones al autogobierno valenciano. Y los territorios hermanos de lengua han respondido muy pero que muy tibiamente. Por supuesto que los círculos independentistas han reaccionado y alertan: algunos desde abajo y algunos desde arriba, pocos en realidad. Pero nadie más.
Y en el resto de eso que seguimos llamando España, pues otra no hay, interesa todavía menos. Importa poco que Yo el Supremo pueda ratificar que el analfabetismo debe ser alentado y promovido. Es cosa sabida, en España las lenguas y sus culturas no importan. Ni dentro ni fuera de sus fronteras, que se lo digan a sus hablantes y escritores americanos. Pero no deja de ser peor que sorprendente que nadie reaccione por ahí ante un capítulo más de vergüenza cultural en los inicios de la “reconstrucción” de lo destruido en esta pandemia-espejo que no para de reflejar cómo somos, cómo estamos, qué instituciones tenemos.
Esto sí que es el triunfo de Yo el Supremo.
En el minivídeo de confinamiento de Martin Scorsese para el programa de la historiadora Mary Beard en la BBC, disponible en la red, el cineasta concluye con las palabras que resuenan en los ojos, la mente y el corazón de un joven Burt Lancaster encarcelado: “Leed, leed, leed”. ¿En qué lengua, Yo el Supremo? ¿También en eso tiene Yo el Supremo la última palabra?
Mercè Ibarz es escritora y crítica cultural.
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