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Mi vida por la mesa de redacción

Tengo suerte porque se mantiene abierto el quiosco. Me alfabeticé con la prensa, me familiaricé con la tinta y preciso del papel como munición para mis historias

Ramon Besa
La redacción de El País en Barcelona, vacía durante el confinamiento.
La redacción de El País en Barcelona, vacía durante el confinamiento.Carles Ribas (EL PAÍS)

No me llevo bien con el confinamiento a pesar de que cumplo como ciudadano responsable después de escuchar a las autoridades sanitarias y leer a los que investigan sobre el Covid-19. Me siento enjaulado en un piso que tiene terraza y balcón, me aburro con tantas posibilidades como me ofrecen para divertirme, acabé el sueño de tanto dormir y me desvivo por salir a la calle, ni que sea muy de vez en cuando, solo para alcanzar la plaza de Gala Placidia.

La mayoría son escapadas furtivas, una o dos al día, para desconectar de un móvil que me martiriza con los chats, de un estudio que antes me invitaba a escribir y ahora empiezo a aborrecer y de una vivienda calurosamente entrañable que hoy huele a frío desinfectante por más cariño que ponga mi querida Montse. Necesito aire, caminar un poco, 200 metros, sin necesidad de ir a ninguna parte, solo al encuentro de nadie por Gràcia.

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Tengo suerte porque se mantiene abierto el quiosco y dispone de los periódicos que a mí me gusta repasar a diario, once en total, con la condición de que me quedo unos cuantos, nunca menos de seis, tres sagrados: La Vanguardia, El Periódico y Ara. Me alfabeticé con la prensa, me familiaricé con la tinta y preciso del papel como munición para mis historias por más conectado que esté, ahora mismo dependiente del teletrabajo en EL PAÍS.

Aprovecho que saco la basura por la mañana para acercarme hasta Toni. Nos saludamos y me deja a mi aire mientras desfilan clientes con los que hablamos de la vida, de las noticias y del Barça. Ya sabes de antemano a quién te vas a encontrar en función del horario, porque la mayoría son gente de costumbres, algunos habituales desde hace tiempo, personajes del barrio que ha visto pasar hasta cinco propietarios por el quiosco de Travessera.

Hoy, sin embargo, no tengo a nadie a mi alrededor después de cruzarme con solo tres personas en la calle, una con mascarilla, dirección a Vía Augusta. Me paro, nos saludamos con Toni y empiezo mi ritual con los diarios cuando llega un señor que se detiene de golpe, pone una distancia más que reglamentaria respecto a la pila de diarios y aguarda pacientemente a que yo acabe una tarea que a veces me lleva no menos de 10 minutos.

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Me siento intimidado más que vigilado y me apresuro en mi faena cuando reparo en que a diferencia de los demás no llevo protección en las manos y me cubro la boca y el cuello con un buff, detalles que me convierten en un sospechoso respecto a quien espera turno para finalmente recoger y pagar en un momento La Vanguardia. El señor ha sido muy paciente conmigo y, sin embargo, me he visto señalado en mi refugio de Gràcia.

Ha preferido que yo acabara para después indicarme con la mano que me alejara lejos y rápido, un gesto tan disuasorio que me ha hecho sentir como un apestado por no llevar mascarilla ni guantes de plástico para manosear la prensa tal y como me deja Toni. He aprendido y prometo no comprometer más a mi quiosquero ni a quienes necesiten igual que yo de los diarios porque si me dejan no renunciaré a mi escapada al quiosco de Travessera.

No voy a dejar de ir a por los periódicos con la excusa de tirar la basura después de que haya desistido de acudir a la redacción en la calle Caspe. Nunca pensé que echaría tanto de menos mi mesa, mi sección, a mis compañeros, a mis superiores, a las señoras de la limpieza, a los guardias de seguridad y hasta a los operarios que nos taladran la cabeza con sus gritos y martillazos mientras construyen la ciudad del futuro sobre las ruinas del Novedades.

Ya solo nos queda el querido Tívoli al que ahora odiábamos porque las colas de los espectadores a la entrada y salida de cada espectáculo nos impedían alcanzar de noche nuestro asiento, símbolo para alguno de que todavía disponemos de nuestro puesto de trabajo, como siempre me recordaba Oriol Tort, el descubridor de talentos de la Masia. “Todavía tengo la silla”, respondía cuando le preguntaba si le habían renovado el contrato en el Barça.

Aunque necesito naturalmente el dinero, yo no miro si me han ingresado la nómina para saber si continúo en la empresa sino que me fijo en mi silla y en mi mesa y, para dar fe, necesito hablar, gritar, mandar y ser mandado, sentir el miedo a no poder volver a la mañana siguiente, a perder lo que sientes tuyo sin que te lo hayan dado sino ganado, desconfiado por los muchos que te quieren lejos de allí y mucho más cerca de Gràcia o de Perafita.

Mi drama es que me doy cuenta de que son muchos los que no necesitan ir a la redacción ni al quiosco sin que se decrete ningún confinamiento como pasa en Barcelona. Me siento mayor, caducado por el modelo de negocio y producción periodístico y vulnerable por el virus, y ante la angustia solo se me ocurre escribir, ni que sea de mí mismo, cosa que va contra mis principios porque significa que no tengo tema, ni si quiera del ya dichoso Covid-19.

Me he resignado a no salir más de una vez al día para caminar 200 metros, no más de cinco minutos en el quiosco, siempre con la mascarilla y los guantes puestos, muy alejado de cualquier vecino o comprador en el puesto de Toni, porque para saber yo necesito mis diarios y para comer preciso correr con la esperanza de que nadie habrá movido mi querida silla de la redacción aunque no lleve una noticia desde hace tiempo por no pisar la calle, ni siquiera la de Caspe.

ENCERRADOS EN CASA CON...

Lugar de cuarentena: Una vivienda de Gràcia.

Personas y edades: Dos adultos

Carencias del confinamiento: Aire.

Recomendaciones para estas dos semanas: Escribir.


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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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