La inteligencia artificial cuida de los tomates de Almería
La estación experimental Las Palmerillas, en El Ejido, desarrolla investigaciones y testea tecnología que ayuda a los agricultores a ser más eficaces y eficientes en los invernaderos
Sensores que calculan la humedad del suelo, la radiación solar o la humedad dentro de un invernadero. Trampas digitales que fotografían a insectos dañinos para los cultivos. Modelos de ecuaciones que combinan las condiciones climáticas bajo plástico con las previsiones meteorológicas en el exterior y determinan el riego justo para cada día. Más allá de tomates, calabacines, berenjenas o pimientos, la agricultura intensiva de Almería acoge una amplia variedad de dispositivos tecnológicos cuya implantación crece a pasos agigantados. Mayor eficiencia del uso del agua, mejora del rendimiento y control de plagas son solo algunas de las aplicaciones de los dispositivos testados en la pinera estación experimental Las Palmerillas, impulsada por la Fundación Cajamar en El Ejido.
“Nuestra razón de ser es ayudar al agricultor a mejorar”, señala Roberto García, director de Innovación Agroalimentaria en Cajamar y máximo responsable de este centro de investigación. Lo cuenta frente a una maqueta que ayuda a conocer las dimensiones de un recinto levantado en 1975 para apoyar el desarrollo de tecnologías aplicadas a la agricultura. Cerca de la autovía A-7 y rodeado de miles de explotaciones agrarias, el espacio cuenta con 14 hectáreas de cultivos y 30 invernaderos donde se realizan investigaciones y pruebas de dispositivos que puedan ayudar al campo. Hay tres líneas básicas: el uso eficiente de los recursos hídricos, la lucha contra las plagas y la mejora de las estructuras de los invernaderos. Existen ensayos con subtropicales y otras frutas, pero el cultivo bajo plástico es la estrella porque es el principal motor económico almeriense. Más de 17.000 agricultores, 32.000 hectáreas y una facturación que ronda los 3.000 millones de euros anuales son argumentos de sobra.
En el interior del invernadero número 1, con bata protectora sobre la ropa y patucos de plástico envolviendo sus zapatos, la investigadora Corpus Pérez sostiene con maña un extraño aparato. Parece una casita para pájaros con chimenea, pero en realidad es una de las trampas digitales más avanzadas para la lucha contra insectos peligrosos para los cultivos. Está diseñada para combatir un pequeño lepidóptero llamado Tuta absoluta, cuya minúscula presencia puede causar estragos en grandes plantaciones de tomate. El dispositivo cuenta con un pequeño recipiente con feromonas que atrae al insecto y éste queda pegado en un adhesivo. A esos componentes tradicionales se les unen ahora las nuevas tecnologías: una cámara que toma fotografías periódicas, las sube a la nube y gracias a la inteligencia artificial reconoce qué insectos han sido capturados. Tiene una base de datos con 60 especies diferentes. “Si hay un ejemplar un día, dos al siguiente y luego va a más, el sistema alerta al agricultor de una previsión de plaga para que éste responda con antelación”, explica la científica. “Y como aprende con el uso, el aparato funciona cada vez mejor”, subraya Pérez.
Esta tecnología —que opera con energía solar— forma parte del proyecto europeo Smartprotect. Arrancó en 2020 con la participación de 15 socios entre universidades, centros de investigación y proveedores de tecnología de una docena de países. Busca crear una plataforma que albergue todas las herramientas relacionadas con la gestión integral de plagas. Una de ellas es la trampa digital instalada en la nave 1 de la estación experimental, donde crecen cientos de hermosas plantas de tomate de casi dos metros de altura.
Allí hay otro modelo que identifica bichos más pequeños. Sobre un adhesivo amarillo hay una quincena de diminutas moscas blancas. “Estas cámaras tienen mayor resolución para identificar ejemplares muy pequeños. En función de cuántas moscas haya hace un pronóstico y avisa”, apunta Pérez, que muestra otros dos dispositivos diferentes en otro invernadero, el número 7. “Estamos probando cómo funcionan para ver cuáles son más efectivos”, aclara al tiempo que abre una aplicación en su móvil —Plantix, que identifica problemas en los cultivos a partir de fotografías— porque parte de su trabajo también es comprobar su efectividad y la de otras similares.
Junto a las trampas se pueden ver otros muchos dispositivos electrónicos. Hay sensores que miden la radiación solar —dentro es un 60% menor que en el exterior— y otros que lo hacen con la temperatura o la humedad relativa. A cualquier agricultor le bastan esos datos y la previsión meteorológica de los próximos siete días para saber cuánta agua necesita su cultivo bajo plástico. “Y con mucha precisión”, destaca la investigadora María Dolores Fernández. Sus trabajos para conocer con exactitud el consumo hídrico de las plantas en función de las condiciones climáticas y el tamaño del ejemplar le han permitido desarrollador una metodología para calcular el riego necesario en cada momento. “El agua es escasa y hay que manejarla lo mejor posible”, remacha la especialista.
El cálculo es accesible a cualquier agricultor a través de la plataforma Tierra, puesta en marcha por el Grupo Cajamar en 2021 para unificar el conocimiento y transferirlo al sector. Cuenta con cuatro secciones —innovación, mercados, formación y herramientas— para uso de cualquier agricultor. Esos cálculos forman parte del proyecto IGUESS-MED desarrollado junto a Túnez, Turquía e Italia. Los dos últimos países ya lo prueban en sus invernaderos con resultados positivos. El sistema diseñado por este centro de investigación para estimar el riego se está aplicando también al uso de fertilizantes y recomendar la cantidad de abono en cada momento. Parte de esa tecnología es la que se utiliza además en una aplicación desarrollada por el Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (IFAPA) de la Junta de Andalucía que determina el riego de los frutos rojos bajo plástico en lugares como Huelva. Ejemplo de cómo esta estación experimental mejora la agricultura local y, también, la global.
Espacios de experimentación para 'start-ups'
En estos invernaderos almerienses también se prueban sensores como los desarrollados por la empresa Ikostech, una de las primeras en formar parte de la incubadora que lanzó hace dos años la Fundación Cajamar y por la que han pasado unas 40 start-ups. Sus dispositivos tecnológicos y base cerámica calculan la humedad del suelo y basta aplicarles unos límites máximos y mínimos de agua para que ellos mismos decidan cuándo y cuánto es necesario regar. Incluso permite automatizar esos aportes de agua. En un año, la compañía ha instalado unos 2.000 de estos equipos en la provincia de Almería. Otras firmas como Agualytics, Smart Inver o Bihox Agro se encuentran en distintas fases de incubación o aceleración. “Les facilitamos oficinas en Almería, pero el carácter diferenciador del proyecto es que pueden trabajar en la estación experimental”, dice el director de la estación experimental Las Palmerillas, Roberto García. El recinto se está transformando para disponer de más pequeñas parcelas donde los emprendedores puedan desarrollar su tecnología. “También les podemos aportar el conocimiento de nuestros técnicos, el de la red de colaboradores y lo que aporten los propios usuarios, es decir, los agricultores, con importantes testeos en condiciones reales”, concluye García.
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