La importancia del relato: de la Andalucía imparable al Milagro Económico
La comunidad debe transitar al discurso económico elaborado, que exige pedagogía, dialogo social y paciencia
El día de las elecciones, un buen relato económico ayuda a movilizar a votantes propios y a que los del adversario procrastinen. En España, desde mediados de los noventa, el relato corto fue sustituyendo al simple eslogan electoral. Este eslogan ya había transitado desde los mensajes marcadamente políticos, necesarios en una democracia joven, había “que cambiar”, hacia otros que buscaban convencer, a través del bolsillo, con promesas implícitas de “por buen camino” al “progreso”.
El primer relato político exitoso fue el construido por el tándem formado por José María Aznar y el spin doctor, o creador de narrativas políticas más longevo de nuestra democracia, Miguel Ángel Rodríguez. Dos machaconas expresiones sintetizan cómo convencieron a la sociedad española, primero de la necesidad de alternancia, “váyase, señor Gonzalez”, y después, de la utilidad de perseverar en el cambio, “España va bien”. Sin narrativa económica alternativa, no pocos electores votaron en el 96 creyéndose inmersos en una crisis económica, cuando llevábamos un año de intensa recuperación.
Pero si ha habido una tierra fecunda en este pseudogénero literario ha sido Andalucía, con diversos intentos de construir un relato económico atractivo, incluso varios superpuestos. Así vivimos cómo el “Andalucía Segunda Modernización” se imponía a su entonces competidor “Andalucía Agenda 2000″. Aunque, en esa época, ninguno tuvo tanto rédito electoral a corto plazo, ni lastre después, como el “Andalucía imparable”.
La Gran Recesión trajo un periodo de obligado barbecho para el relato económico laudatorio, ya que, para que sea creíble, exige de buenos datos económicos que se puedan achacar, aunque sea indirectamente, a la gestión del gobernante o, en su defecto, que esos datos sean menos malos que los que obtengan los territorios con los que nos comparemos. José Luis Rodríguez Zapatero lo intentó con ahínco en tierra yerma de este necesario sustrato. Desde los esquivos “brotes verdes” hasta el todavía latente “cambio del modelo productivo”, al que se llegaba con “menos ladrillos y más ordenadores”. Nada sencillo, dado que estos últimos se fabricaban ya entonces en el sudeste asiático y no en occidente.
Tras casi una década huérfanos de relatos con final feliz, no es de extrañar el éxito de la narrativa del “Milagro Económico” andaluz. Aunque los anteriores traían el eslogan de serie, diseñado en gabinetes, en este caso, es de coautoría. Mientras los medios de comunicación, incluso los rivales políticos para criticarlo, empleaban este término, el presidente Juan Manuel Moreno, con su habitual prudencia, se limitaba a exponer una retahíla de datos económicos favorables, eso sí, con ciertos adornos. Apareciendo Andalucía como “líder” o “locomotora”, con “viento de cola”.
El relato del “Milagro Económico” es un clásico. Se empleó con profusión para describir casos de países de éxito durante los años dorados del capitalismo, es decir, el periodo de extraordinario crecimiento desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis del petróleo. Así se habló de Milagro Económico japonés, surcoreano o, incluso, del español.
Pero más allá de su origen, ningún relato económico puede cobrar vida propia, a modo del golem hebreo o como la amada estatua de Pigmalión. Lamentablemente, el pensamiento positivo en economía es completamente inútil a largo plazo. Además, todo relato económico se acaba marchitando con la llegada de datos negativos, algo inevitable en la montaña rusa de nuestra economía. Incluso puede tener un efecto boomerang adverso “imparable”.
Por ello, Andalucía debe transitar del relato efímero al discurso económico elaborado, que exige pedagogía, dialogo social y paciencia. Basado, en una dialéctica inclusiva, que huya del fratricida y mediocre recurso de enfrentar a buenos contra malos. Que reconozca y maximice la necesaria contribución de todos, empresarios y trabajadores, privados y públicos, incluso de los políticos. Racanear reconocimientos ajenos nos empobrece a todos.
Se debe continuar con la urgente transformación de la administración pública andaluza. Indicadores externos, como el Índice Europeo de Calidad de Buen Gobierno, nos muestran que la tarea es ingente, de varias legislaturas. Se han dado acertados primeros pasos. La imprescindible simplificación administrativa debe pasar de ser carne de decretos a convertirse en una metodología de trabajo reglada y auditada, en todo centro de la Administración. La anhelada Ley de Función Pública debe proveer de mejores sistemas de incentivos que, desde la Junta de Andalucía, se irradien a los necesarios servicios públicos, principales garantes de una Andalucía más justa y productiva. Optimizar los recursos en educación, sanidad o dependencia obliga a una constante evaluación de los mismos, como correa de transmisión de buenas prácticas y experiencias, tanto foráneas, como locales. En políticas sectoriales, es mucho lo que se puede hacer y más, con abundantes fondos europeos, pero con la certeza de que la mejor política económica a largo plazo sería conseguir una administración regional más eficaz y eficiente.
Para estas reformas, además de voluntad y pericia, se necesita tiempo, como el que otorgan las victorias electorales basadas en exitosos relatos económicos.
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