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Adiós a La Tetería: la gentrificación sigue devorando negocios con historia en Málaga

Los nuevos propietarios del edificio donde se ubica el establecimiento, frente al Museo Picasso, exigían un alquiler que cuadruplicaba el actual para renovar el contrato

Nacho Sánchez

Buscaron algunas fotos, compraron muebles de segunda mano e hicieron la obra con la ayuda de amigos. Eran veinteañeros y apenas tenían dinero ni experiencia, pero sí muchas ganas e ilusión. Fernando Marín, Marta Ferrer y Alejandro Camacho habían disfrutado durante varios años el espíritu de las teterías de Granada de los años noventa y querían trasladarlo a su ciudad, Málaga. Eligieron la calle San Agustín, en un centro histórico entonces repleto de solares, edificios abandonados y sin noticias del turismo. El negocio funcionó desde el primer día y después consiguió superar todas las crisis económicas y la pandemia del covid-19. Ahora que todo va mejor que nunca en la ciudad andaluza, bajarán la persiana de manera definitiva: se ha vendido el edificio donde se encuentra su local, su contrato de alquiler se acaba y para renovarlo les han pedido hasta cuatro veces más que el alquiler actual.

“Es el mercado. No hay nada que hacer contra eso. Tenemos mucha pena, pero ya lo hemos asumido”, dice Camacho de 57 años, el único de los socios originales del establecimiento. Seis azulejos muestran en la fachada el nombre del negocio: La Tetería, sin más apellidos. En la puerta hay media docena de mesas, ocupadas prácticamente a todas horas. Dentro, otras 15 más. También 17 tipos de tarta, 13 de crepes, 150 de variedades de té e infusiones y varias cervezas artesanales en una carta variopinta que además incluye pastas de espelta, dulces marroquís, bocadillos y un clásico local, el pitufo mixto.

El próximo 31 de diciembre cerrará sus puertas para siempre tras 32 años ininterrumpidos. A pesar de su relativa juventud, es uno de los negocios con más solera del centro de Málaga, donde lo tradicional está desapareciendo a un ritmo frenético, como bien recoge el libro Comercios históricos malagueños (Ediciones del Genal) del investigador Fernando Alonso. La obra repasa la historia de 35 establecimientos con más de 50 años de vida, pero desde su publicación en 2018 un tercio de ellos han cerrado.

“Por eso lo hice, porque todo se estaba perdiendo”, relata Alonso. Calzados Hinojosa, la ferretería El Llavín, el Café Central o Zaldihogar han desaparecido en estos años mientras que se han multiplicado las viviendas turísticas. “Esos pisos son el meollo del problema”, señala el autor. “En poco tiempo todo lo que conocíamos desaparecerá ya sin vuelta atrás, con lo que supone de pérdida de identidad e idiosincrasia de la ciudad”, lamenta quien acumula recuerdos, precisamente, en esta tetería. “¿Qué malagueño no ha pasado por allí?”, se pregunta.

“Hay mucha gente que me ha dicho que en tal mesa tuvo su primera cita o que quería celebra su boda aquí. Se acumulan los recuerdos, pero ya es todo diferente. El encanto de Málaga se ha perdido. Muchos de nuestros clientes locales ya no vienen a la tetería porque apenas pasan ya por el centro, que ven como un parque temático. Eso sí, vienen más turistas”, reconocía Camacho el lunes mientras por la puerta de su negocio pasaban cientos de personas que abarrotan la estrecha calle San Agustín.

La mayoría eran visitantes camino del Museo Picasso Málaga, que acumulaba a sus puertas una larga fila. No era casualidad y sí fruto de la coincidencia de tres cruceros en el puerto malagueño con más de 10.000 pasajeros a bordo, según los datos de la Autoridad Portuaria.

Marcharse como única opción

El local ha funcionado desde su apertura el 22 de diciembre de 1993, a pesar de que “por aquella época daba miedo pasar por la calle San Agustín, parecía peligrosa como otras muchas zonas del centro”, explica Camacho. Desde entonces han realizado tres reformas, han sufrido los siete años de obras de la pinacoteca picassiana y han visto cómo su calle pasó de ser oscura y dar miedo a convertirse en uno de los epicentros del centro histórico malagueño.

La inauguración del museo en 2003 les trajo más clientela extranjera y, por eso, aquel año decidieron ampliar horarios hasta el desayuno. Abren de 9.00 a 21.00, a diario. Hay 17 personas en plantilla y aunque la rentabilidad no es alta, sirve para mantener el negocio. Por eso han pagado su alquiler sin retraso cada mes, aunque no les ha servido de nada. “Pensé, tonto de mí, que se iba a tener en cuenta la trayectoria, el recorrido de todo este tiempo, que hemos pagado siempre; pero la gente lo que quiere es hacer el mayor dinero posible de la manera más fácil posible”, reconoce.

Su último contrato lo firmaron hace una década con la inmobiliaria que, entonces, poseía el edificio, que además del local comercial tiene 15 apartamentos en tres plantas. Al año siguiente, la empresa quebró y el inmueble al completo pasó al Banco Santander, que prácticamente se desentendió de él. Durante ese tiempo los pisos se llenaron de okupas, con los que Camacho asegura que apenas ha tenido problemas. “Yo simplemente les pedí que nos respetaran porque estábamos ganándonos la vida con esto. Y no ha habido mala relación”, destaca.

Hace un par de años un fondo de inversión adquirió la propiedad. Entonces su administrador avisó de que querían reformar las viviendas y venderlas una a una, también el espacio de la tetería, pero que probablemente el precio de mercado se escaparía de sus posibilidades. Consiguieron echar a los okupas, pero al final cambiaron de plan y volvieron a vender el bloque a un empresario mexicano. Este avisó de que quería hacer obras durante un año para crear apartamentos turísticos y que, después, Camacho y La Tetería podrían volver, pero pagando casi cuatro veces más de renta. “Era imposible”, relata.

“Ahora parece que ha cambiado de idea y quiere volver a vender todo, así que es todo muy incierto y hemos visto que no había otra solución que marcharse. Pensé en mudarnos a algún otro sitio, incluso a un barrio, pero los precios son imposibles. Así que nada, decidí que tenía ya suficiente de hostelería y prefiero cerrar”, subraya. Su discurso, sin embargo, no es derrotista. “No somos abanderados contra la gentrificación. El problema es que el sistema funciona así”, explica. “Han arreglado el centro, han abierto hoteles, la gente viene, hay más demanda y los precios se disparan. Igual en un futuro se regula, pero de momento parece imposible. Y eso nos termina echando, aunque también es verdad que Málaga está más bonita y que, por ejemplo, hay más oportunidades laborales para los jóvenes”, destaca quien, eso sí, vive con “mucha pena” el cierre de una tetería a la que ha dedicado toda su vida.

Por eso, para irse con buen sabor de boca, planea una última jornada de celebración el propio 31 de diciembre, cuando prevé abrir la persiana, poner música, recibir a amigos y clientes habituales y despedirse de un negocio que daba personalidad a una ciudad que la pierde a toda velocidad.

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Sobre la firma

Nacho Sánchez
Colaborador de EL PAÍS en Málaga desde octubre de 2018. Antes trabajé en otros medios como el diario 'Málaga Hoy'. Soy licenciado en Periodismo por la Universidad de Málaga.
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