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Emilio Rodríguez Menéndez, el abogado del diablo

Ha fallecido a los 75 años en un hospital de Madrid tras pasar semanas ingresado

Nació en Madrid el 16 de octubre de 1950 y ha muerto en Madrid el 16 de octubre de 2025. Como si el abogado Emilio Rodríguez Menéndez hubiera tramado uno de sus trucos hasta para morirse el mismo día de su cumpleaños tras varias semanas ingresado en un hospital madrileño. Ni siquiera su fecha de nacimiento está clara. A sus 75 años, este hombre seguía siendo una caja de sorpresas. Su nombre se escribía siempre acompañado de adjetivos como polémico o controvertido. O del título de “abogado del diablo” con que alguien le bautizó y que a él mismo parecía no disgustarle, sino enorgullecerle.

A Rodríguez Menéndez le apasionaban los procesos judiciales mediáticos. Mejor cuanta más repercusión pública tuvieran. De esa forma se ocupó de defender a los policías que acabarían siendo condenados por la desaparición de Santiago Corella, El Nani; del caso de la dulce Neus, implicada en el asesinato de su marido Juan Vila; del caso del vigilante de seguridad El Dioni, acusado del robo de un furgón blindado en Madrid; o bien por defender al ex guardia civil Antonio David Flores respecto a su divorcio de Rocío Carrasco, hija de Rocío Jurado.

Tanto le gustaba la popularidad que en 1996 acabó desembarcando, no se sabe muy bien cómo, en el diario católico Ya, que en esa época estaba agonizante. Aprovechó ese periódico moribundo para publicar un vídeo comprometido del periodista Pedro J. Ramírez, por el que fue condenado a dos años de prisión. Y también urdió una falsa entrevista en Argentina con un falso Antonio Anglés, uno de los presuntos secuestradores, violadores y asesinos de las tres niñas de Alcàsser (Valencia) en 1992 solo para atraer las miradas sobre ese periódico.

La vida de Rodríguez Menéndez, fallecido en el hospital de San José y Santa Adela de la Cruz Roja de Madrid, está llena de episodios rocambolescos y/o estrafalarios. Tanto que en más de una ocasión pasó de ser el abogado defensor de otros para convertirse él mismo en acusado de delitos fiscales, bigamia, vulneración de la intimidad de las personas... Aunque en la mayoría de las veces lograba salir indemne o bien conseguía huir de la justicia y escapar al extranjero tras obtener un pasaporte como por arte de magia, eludiendo los controles policiales de forma inexplicable.

Este letrado, que estaba siempre en el filo de la navaja, fue víctima de un intento de asesinato en 1999, cuando unos pistoleros dispararon contra él cuando regresaba a su casoplón de Las Rozas. Resultó gravísimamente herido por las balas, pero una vez más, de forma cuasi milagrosa, sobrevivió al ataque. Su entonces esposa, Laura Fernández, más de veinte años más joven que él, fue condenada por encargar el asesinato de su cónyuge a cambio de 50 millones de pesetas, un reloj Cartier y favores sexuales a uno de los sicarios.

El despacho de Rodríguez Menéndez, que visité en numerosas ocasiones en busca de información, era una especie de camarote de los hermanos Marx. Aquel bufete de la calle de Orense de Madrid se asemejaba a la oficina de los célebres cómicos estadounidenses más que al lugar de trabajo de un jurisconsulto. Allí te podías encontrar al asesino de turno cruzándose por los pasillos con los familiares de su víctima; a unos atracadores mezclados con unas prostitutas; a personajes de la farándula y a unos periodistas; a unos falsificadores charlando con unos narcotraficantes... No obstante, los demás abogados del despacho, los pasantes y las secretarias de Rodríguez Menéndez eran expertos en el arte de birlibirloque, de forma que metían y sacaban a unos u otros en habitaciones diferentes como si aquello fuera un circo de tres pistas.

Pese a que todo lo que rodeaba a este personaje era oscuro, caótico, confuso o estrafalario, resulta sorprendente que prácticamente saliera indemne de los numerosos procesos judiciales a los que él mismo tuvo que enfrentarse. Uno de los últimos capítulos fue su fuga de la cárcel de Teixeiro (A Coruña) en 2008, aprovechando que le habían concedido un permiso penitenciario, para huir a Argentina. Fue detenido, pero logró permanecer en el país andino hasta que regresó a España sabedor de que su pena ya había prescrito.

Don Emilio, como solían llamarle sus clientes, o don Emilione como le denominaban otros, era un hombre tan peculiar que no se inmutaba cuando uno descubría uno de sus tejemanejes. Recuerdo que una vez me aseguró que iba a darme una exclusiva relacionada con El Nani, el joven delincuente desaparecido mientras estaba detenido en la Dirección General de Seguridad (DGS). Fui a su despacho y me entregó un supuesto carné de identidad mexicano a nombre de El Nani, que supuestamente probaba que el joven estaba vivo. Al observar el documento, vi que la foto del chico estaba burdamente pegada y, al tirar de ella, aparecía la cara de otra persona. Un tosco montaje que, sin embargo, a él no le hacía sonrojar lo más mínimo.

Sin embargo, su capacidad de fingimiento era tal que no le importaba jurar y perjurar ante una clienta, a cuyo hijo defendía Rodríguez Menéndez, que el muchacho iba a ser puesto inmediatamente en libertad, pese a que él sabía que tal cosa no iba a ocurrir porque el chico había sido condenado por homicidio.

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