El vendaval geopolítico mide la firmeza del europeísmo en España
Los españoles reconocen las ventajas de pertenecer a la UE, pero no se muestran favorables a priorizar el gasto militar


¿Qué siente España por Europa? ¿Qué caracteriza al europeísmo español? No es fácil adjetivar un estado de opinión, pero acostumbrados a bucear en encuestas, tres expertos coinciden con matices en un mismo campo semántico. “Frío, racional, poco emocional”, desgrana Carlos M. Abella, sociólogo. El consultor político César Calderón encadena cuatro atributos: “Académico, elitista, facilón, blandito”. “Ha predominado un europeísmo tranquilo, poco conflictivo, en parte porque no está tanto asociado a una ideología como a un anhelo transversal de modernidad gestado antes de su ingreso en la UE en 1986. Por eso es un sentimiento tan extendido, que al mismo tiempo no ha tenido gran capacidad de despertar pasiones políticas”, desarrolla José Pablo Martínez, investigador del Real Instituto Elcano, que ha estudiado a fondo la evolución de la opinión pública española con respecto a Europa.
Ese es el bagaje con el que España se adentra junto a toda la UE en lo desconocido. El desafío es de época: EE UU amaga con retirarle su protección y se acerca a Rusia. Además, dentro de la propia UE, una constelación de fuerzas partidarias de la “Europa de las naciones” —en España, Vox— se alinean con Donald Trump. Desde Bruselas, Berlín y París, también desde Madrid, el llamamiento es coincidente: hay que unir y fortalecer Europa. La voluntad de avivar la llama europeísta y canalizarla hacia más inversión militar es evidente. Y lógica, según analiza la profesora Catherine de Vries, presidenta del Instituto de Política Europea de la Universidad Bocconi de Milán, que afirma que un “amplio respaldo” social es “esencial” para la tarea hoy decisiva de la UE: reforzar su defensa.
En España esos mensajes aterrizan en una sociedad en la que el europeísmo goza, en palabras de José Pablo Martínez, de Elcano, de “una buena, que no excelente, salud”. Tras una primera “luna de miel” que vivió su momento más dulce en 1992, explica, las oscilaciones en la adhesión al proyecto han venido determinadas por las crisis económicas, especialmente la Gran Recesión, que supuso un fuerte retroceso. Desde 2013, los indicadores para medir la conexión con Europa se han ido recuperando, sin llegar a niveles precrisis.
Hoy la fotografía presenta claroscuros. Por un lado, existe un mayoritario sentimiento de identidad europea y una generalizada conciencia de las ventajas de la UE. En paralelo, la UE aparece como una criatura lejana, distante, que proyecta una imagen gris. En el terreno de la seguridad y la defensa, la opinión pública —a la espera de ver qué en qué efectos se traduce el vendaval geopolítico— se ha mostrado comparativamente poco inclinada al reforzamiento militar.
Adhesión fría
En España, el sentimiento de pertenencia a Europa (70%) está siete puntos por encima del que existe en toda la UE (63%), según el último Eurobarómetro, justo anterior a la elección de Trump. Casi el 45% se sienten españoles y europeos a la vez, cerca de veinte puntos más que solo españoles (26,6%), con datos del CIS del año pasado. Hace 30 años, solo un 21,7% respondía con la doble identidad. La sociedad ha incorporado Europa a su DNI. Y es consciente de sus ventajas. El porcentaje de los que creen que el país se ha beneficiado de estar en el club asciende al 85%, nueve puntos más que en toda la UE. Esta percepción no es homogénea. Se extiende por un 86,1% de los votantes del PSOE, un 85,2% de Sumar, un 79,7% del PP y solo un 43,8% de Vox.
Así es la UE desde la óptica española: un espacio percibido como propio, cuyas ventajas se dan por hechas. Ahora bien, es un europeísmo que no entra en detalles. Casi cuatro de cada 10 reconocen no entender cómo funciona la UE, más que en el conjunto del club. Casi uno de cada cuatro (23%) ni siquiera ha oído hablar del Consejo Europeo, la institución que reúne a los jefes de Estado y de Gobierno del club. Según estudios del Real Instituto Elcano, menos de un tercio sabe el nombre de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, y hasta un 77% ignora qué es la Política Agraria Común (PAC), uno de los pilares de la UE.
El desconocimiento concuerda con la percepción de lejanía. Un 54% de españoles creen que su voz no se escucha en Europa, nueve puntos por encima del dato de la UE, según el Eurobarómetro. Cunde cierta frialdad en la visión de la UE. La respuesta más extendida al preguntar por la “imagen” de la UE es “neutra” (44%), por delante de “positiva” (39%). Es una foto más gris que la que hacen en conjunto el resto de sociedades europeas. Cuando el CIS pregunta cuáles son las elecciones más importantes, solo un 4,8% responde que las europeas, menos de la mitad que cualquier otra y 13 veces menos que las generales.
¿Qué disposición hay al reforzamiento militar? El Eurobarómetro muestra poca inclinación comparada por esta posibilidad. En España, el porcentaje de partidarios de reforzar la defensa en la UE es inferior a la mitad que en el conjunto de los países que la integran. Y es inferior a la mitad tanto si se pregunta por medidas para obtener un resultado positivo a corto plazo, como por áreas sobre las que actuar a medio plazo, como por prioridades de gasto. En este caso, sobre una lista de 14 posibles áreas en las que invertir y con la opción de dar múltiples respuestas, un 14% de españoles citan “defensa y seguridad”, frente a un 35% en el total de la UE. Además, hay menos españoles (63%) que europeos (69%) partidarios de reforzar las capacidades militares de la UE cuando se les plantea directamente esa disyuntiva.
Hace menos de un año, una encuesta del Real Instituto Elcano detectó que, de cuatro posibles políticas de inversión, la militar recibía la valoración más baja: industria (8,4), renovables (8,1), fronteras (6,3) y armas (4,9). El mismo estudio muestra que inclinación a defender la inversión militar es mayor cuanto más a la derecha está el encuestado. Y hay datos del CIS del año pasado que refuerzan esta idea. El porcentaje de votantes de Vox (52,8%) y el PP (46,4%) que creen que uno de los dos cambios que necesita la UE es “reforzar la política exterior y de seguridad común” es superior al de votantes del PSOE (24,2%) y Sumar (16,7%). El electorado progresista muestra una mayor inclinación que el conservador a dar prioridad a la función social de la UE en detrimento de la seguridad y la defensa. Está por ver qué efecto tendrá en los votantes de los distintos partidos que el llamamiento al rearme se plantee como una respuesta al viraje de Trump. Por ejemplo, entre los votantes de Vox, su aliado español.
El acicate de Putin y Trump
“El reto es formar la primera generación de patriotas europeos”, afirma César Calderón, director de la consultora Red Lines, que cree necesario librar una “batalla cultural” contra el nacionalismo en la que la mejor carta de la UE es presentar Europa como “una patria bajo asedio”. Para ello, sostiene, la narrativa europea necesita una épica que trascienda su habitual discurso dirigido “al intelecto” y no “a las vísceras”. La base de opinión pública que aporta España no es la más adecuada para este fin, sostiene, ya que se trata de un europeísmo que “no entra en conflicto”, en las antípodas de Ucrania, Polonia o los países bálticos, donde la proximidad rusa motiva un europeísmo de “trinchera”. No obstante, Calderón pronostica que Putin y Trump agudizarán el “sentimiento europeo”, por lo que ambos son “la peor noticia” para sus defensores en la UE, incluido Vox.
El sociólogo Carlos M. Abella, director de la consultora AV, coincide: la contradicción en Vox entre el patriotismo y la “sumisión” a Trump le hará perder crédito. “Es lógico pensar” que “se verán reforzados” tanto el PSOE como el PP; en el caso del partido de Alberto Núñez Feijóo, si abandona —dice Abella— su “equidistancia”. El sociólogo augura un rebrote europeísta. La sociedad española está ahora en “shock” tras el bandazo del aliado americano, sensación que dejará paso a la “indefensión” o incluso al “miedo”, afirma. Su previsión es que se extenderá una certeza de “peligro”, lo que incrementará el apoyo a la “autonomía defensiva”. “Nuestra sociedad ha sido europeísta de una forma fría, racional, poco emocional. Ahora es posible que despierte un sentimiento profundo”, concluye.
A diferencia de los traumas económicos que hicieron retroceder el sentimiento europeísta —en torno a 1993-1994 y a 2010—, “esta crisis es distinta, porque viene de fuera”, observa el investigador de Elcano. “No se puede culpar a un país de la UE, ni al BCE, ni a los hombres de negro... La amenaza es externa, y por eso veo previsible que la mayoría concluya que la mejor forma de defenderse es reforzando el espacio europeo común”. Martínez cree que salir del “consenso transversal europeísta” tendrá coste para aquel partido que lo haga, más aún adoptar posiciones “abiertamente antieuropeístas”.
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