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CONSECUENCIAS DE LA DANA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Pueblo salva pueblo? Populista, no popular

Cuando se asume que el Estado fracasa como sostén social, el objetivo es que se limite a garantizar el orden que ofrecen las tradiciones y el mercado, recurriendo al uso de la fuerza militar, policial o judicial

Varios jóvenes trabajan para despejar una calle de Paiporta, este martes.
Varios jóvenes trabajan para despejar una calle de Paiporta, este martes.Manuel Bruque (EFE)

La extrema derecha ha visto en la dana una oportunidad para instalar sus marcos discursivos prefabricados. Relatos antiestatistas que llevan años empaquetando a la espera de las coordenadas adecuadas y los grandes desastres que, en ciertos contextos, son un fructífero campo experimental para ponerlos en circulación.

Hay, al menos, tres factores contextuales que hoy favorecen esta maniobra.

En primer lugar, hace tiempo que las derechas vienen capturando parte del inconformismo social y la incorrección política frente a un progresismo demasiado conservador y previsible.

En segundo lugar, la idea de que el poder público (no solo político) suele traicionar a las mayorías, es recurrente y vuelve en ciclos cada vez más cortos. El espacio representado por los “políticos” adolece de una credibilidad inestable y son muchos los que se sienten capaces de criticar sus decisiones, convencidos de que tienen herramientas de sobra para hacerlo mejor que ellos. Hay un cierto agotamiento de lo político y los liderazgos son vulnerables.

En tercer lugar, la politización reticular que ofrecen las redes sociales ha reforzado la propaganda antiestatista. Como señala Eric Sandin, permite que cada uno exprese toda su agresividad como si formara parte de una turba, real o ficticia, y facilita actitudes irresponsables y autoindulgentes. La libertad salvaje en las redes se combina con el espíritu revanchista de quien cree estar llamado a hacer(se) justicia. Vito Quiles, Javier Negre o Alvise Pérez, son agitadores profesionales que asumen este papel, aunque también cuenta la multiplicación de mensajes de algunos medios de comunicación convencionales.

Sin embargo, el cuestionamiento del Estado no tiene nada que ver con el empoderamiento ciudadano. Aprovechar las circunstancias en las que se da una tragedia para cuestionar la autoridad del Estado no puede confundirse con la oposición a cualquier forma de autoridad, ni mucho menos con la puesta en valor de la autogestión comunitaria o popular.

Hace ya algunos años, Murray Rothbard, economista de la escuela austriaca y, en su momento, inspirador de la esfera ultra, creó el término “paleolibertarismo” para dejar claro que el socavamiento del Estado tenía como finalidad el fortalecimiento de instituciones sociales más “amigables” como las iglesias, las familias y las empresas. Esto es, que el objetivo no era el de salvar al pueblo, sino el de dejar el camino libre al capitalismo del desastre.

Cuando se asume que el Estado fracasa como sostén social, sobre todo cuando más lo necesitamos, el objetivo es que se reduzca a garantizar el orden (natural) que ofrecen las tradiciones y el mercado, recurriendo al uso de la fuerza militar, policial y/o judicial. Bala, Buey y Biblia, decía Bolsonaro, haciendo una relectura securitaria y represiva de nuestros enclaves seguros. De esta manera, la articulación entre las ideas reaccionarias y el anarcocapitalismo podía resultar tan atractiva y transgresora como convincente y oportuna.

Es cierto que la ultraderecha ha sabido vehicular el descontento de quienes se han considerados perdedores, y también el miedo de quienes tenían algo que perder. Pero lo que resulta más interesante en su itinerario no es solo la movilización de esas emociones negativas sino la restauración, en toda regla, de un imaginario de lo común concebido al margen del Estado que ha conseguido encajar a la perfección en el neoliberalismo más extremo.

La apuesta por la familia tradicional, el natalismo, el antifeminismo, el supremacismo, la ecología racial (ius sanguinis frente a ius soli) o la teoría del gran reemplazo, se hace compatible con la defensa del mercado sin control, las privatizaciones y las grandes propiedades. Desde su heroísmo patriótico, por ejemplo, La Revuelta, vinculada a Vox, difundía que la ayuda tras la dana sería solo para españoles, y presumía de haber logrado la colaboración de Roro, conocida tradwife de opiniones retrógradas. Núcleo Nacional difundía también consignas xenófobas y a esa fiesta se apuntaban Falange, Desokupa o Democracia Nacional, de marcado carácter filofascista. Todos ellos movimientos negacionistas que no levantarían un dedo contra el capital especulativo ni contra ninguna forma de expolio al pueblo.

Aunque la dana haya sido una consecuencia directa, entre otras cosas, del deterioro ambiental que nosotros mismos hemos provocado, está claro que estos negacionistas climáticos no darán ni un paso atrás porque su oposición al compromiso ecológico tiene que ver, sobre todo, con la alta rentabilidad de los nichos especulativos vinculados al control irrestricto del territorio, los recursos naturales y las fuentes energéticas. Si no se remedia, la obsesión de las derechas por la industria del turismo y la desregulación del sector inmobiliario será mucho más intensa después de la catástrofe. Por suerte, que el Gobierno haya reaccionado con una abultada batería de medidas aleja, de momento, semejante monstruosidad.

El paleolibertarismo es una psicopatía que se crece en las crisis y prefigura sociedades ancladas en el odio, la rabia y la desconfianza frente a las instituciones que las protegen. Esas sociedades no son ni más libres, ni más empoderadas, ni más solidarias. La sórdida épica militante y la violenta batalla con la que sueñan los ultras es solo la de unas élites profundamente autócratas. No es la batalla salvífica del pueblo autoorganizado sino la batalla mortal de sus tiranos.

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