Madrid, la capital furiosa
Una caldera político-mediática alimenta desde el centro del país la estrategia de la tensión
Federico Jiménez Losantos publicó en 1993 La dictadura silenciosa, un libro, ilustrado en su portada con las estampas de Felipe González, Xabier Arzalluz y Jordi Pujol, que reunía una antología de artículos bajo la tesis de que en España estaba desapareciendo la democracia. El gurú mediático de la derecha más estentórea acaba de publicar El camino hacia la dictadura de Sánchez, un libro, ilustrado en su portada con estampas del actual presidente, Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y Arnaldo Otegi, que reúne una antología de artículos bajo la tesis de que en España está despareciendo la democracia.
Han pasado 30 años y Losantos sigue propagando cada mañana que nos encaminamos hacia un régimen totalitario que nunca acaba de llegar. Losantos es algo más que un periodista. Es alguien que, cuando el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, estaba a punto de cerrar un acuerdo con el Gobierno para renovar el Consejo General del Poder Judicial, le lanzó un aviso: “No se le ha traído de Galicia para esto”. Y Feijóo rompió el acuerdo.
El caso de Losantos corrobora que los discursos tremendistas y la estrategia de la crispación vienen de antiguo en la política española. Y que todo eso se cuece en una olla a presión en la que se mezclan políticos y medios de la capital. Hace 30 años, González, en la diana de varios escándalos, clamaba contra el “sindicato del crimen”, un grupo de periodistas madrileños empeñado en derribarlo. Hoy, Sánchez, dolido por los ataques a su esposa, clama contra la “fachosfera”, una miríada de publicaciones, en su mayoría digitales, con sede en Madrid. “Una prensa encanallada que envenena el debate público”, según Ignacio Sánchez-Cuenca, catedrático de Ciencia Política de la madrileña Universidad Carlos III.
Mientras el ambiente mefítico reina en el Congreso, gallegos y vascos acudían estos meses a las urnas sin que nadie mentase el “que te vote Txapote” o el “me gusta la fruta”. Caso catalán al margen, el furibundo debate político nacional no tiene correlato en ninguna comunidad. Se ve en la diferencia, dentro del mismo partido, entre la madrileña Isabel Díaz Ayuso y el andaluz Juanma Moreno. O antes en Podemos entre Pablo Iglesias y sus dirigentes regionales. O entre el Feijóo que presidía Galicia y el que combate a Sánchez. Aunque el líder del PP ya había mostrado gran versatilidad de registros: conquistó la Xunta en 2009 con una virulenta campaña en la que dirigentes del PP llegaron a alentar la patraña de que el líder del BNG, Anxo Quintana, maltrataba a su esposa.
La politóloga Cristina Monge, que vive en Zaragoza, de cuya universidad es profesora, y frecuenta Madrid, no alberga dudas: “Este ambiente tan crispado, tan encanallado, sucede de la M-30 para dentro, en una burbuja político-mediática y entre las élites”. En Aragón, Vox acaba de entrar en el Gobierno de la mano del PP y ni así se aprecia nada parecido, apunta. Para sostener que esta confrontación a cara de perro es más cuestión de élites que de la sociedad apela a un estudio de Mariano Torcal, profesor de la Universidad Pompeu Fabra, autor del libro De votantes a hooligans y experto en la “polarización afectiva”, es decir, cuando el posicionamiento político condiciona las relaciones sociales, como sucedió en la Cataluña del procés. Torcal maneja unos indicadores según los cuales esa polarización afectiva está estancada en España desde 2021.
Elena Pisonero, madrileña, ejecutiva de empresas, tertuliana y ex alto cargo en Gobiernos del PP, sí cree que el violento choque político está permeando a la sociedad. “Ya no puedes hablar con nadie, la gente está muy cabreada, hay que bajar el diapasón”, señala. Pero concede: “Fuera de Madrid no es lo mismo”.
Cuando Andoni Ortuzar visita la capital, se encuentra a menudo con que lo increpan por la calle. “Me dicen: ‘traidor’, ‘mal español’, ‘ya vienes a robar’. Es lo que han leído”, cuenta el presidente del PNV, quien también acude a la imagen de la burbuja: “En los años de ETA, la burbuja estaba en Euskadi. Y ahora es en Madrid. Impera una política de caza a la persona, una praxis de deslizarse por un terraplén de barro”. Periodista de profesión, Ortuzar reclama “reflexión” a los medios: “Influye mucho la acción de medios muy de parte, sin responsabilidad editorial, que más bien buscan el acoso y derribo”.
Parecía que ya lo habíamos visto todo en la política española hasta que llegó la insólita carta a los ciudadanos de un presidente herido por los ataques a su familia. “Pero ya con Zapatero ocurrió lo mismo”, afirma Sánchez-Cuenca. “A él ya le llamaban presidente ilegítimo y decían que representaba los intereses de ETA. Hasta utilizaron a sus hijas para atacarle”. Lo que ha cambiado es la capacidad de amplificarlo todo de las redes sociales y los nuevos medios digitales. Tampoco la división había penetrado como ahora en cuerpos del Estado, caso de los jueces, los fiscales o los mismos letrados de las Cortes. Sánchez-Cuenca lo atribuye a una reacción al procés: “Muchos se han erigido en garantes de la unidad de España y defensores de una forma excluyente de nacionalismo español, abandonando la neutralidad que mantenían antes”.
La polarización se ha extendido por las democracias occidentales, y los especialistas sitúan a España en una posición alta en la comparación por países. “Particularmente intensa”, dice Michael Reid, que acaba de publicar España, un libro en el que ofrece su visión del país tras cinco años como corresponsal de The Economist. “A diferencia de muchos países de Europa occidental, el centro político casi no existe en España, y la lógica de un bibloquismo feroz domina. El abismo que divide izquierda y derecha es más profundo y parece más infranqueable, podría ser el legado más duradero de la guerra civil”.
Reid señala que la situación actual hunde sus raíces en el 11-M, que “sembró una desconfianza profunda entre los dos partidos grandes”. Y a eso suma la crisis económica, el surgimiento de Podemos y “la mutación del nacionalismo catalán en un populismo identitario separatista”. El profesor Torcal vincula el clima actual a la llegada de “partidos nuevos y extremos, tanto por la polarización de sus votantes como por la reacción en contra de los otros”. En la misma dirección apunta Ortuzar: “Se impuso una percepción de que todo el mundo era culpable mientras no se demostrase lo contrario. Y se pusieron en marcha una serie de mecanismos, códigos éticos o instrumentos judiciales, que ahora están utilizando unos contra otros. Y así llegamos a esta utilización espuria de los instrumentos judiciales, un cóctel explosivo”. Como remate, una “operación de caza a un presidente”, pintado “como el demonio”, en palabras del presidente del PNV.
La izquierda esgrime que los grandes momentos de crispación se han producido al perder el PP el poder. Íñigo Errejón, portavoz de Sumar, lo repite estos días. Cuando la derecha tiene el Gobierno, está en una situación confortable “porque la práctica totalidad de los poderes públicos y privados se alinean con él”. Y cuando lo pierde , “crea un clima social irrespirable” usando “resortes de poder antidemocráticos”, según ha escrito en Eldiario.es. Sánchez-Cuenca concede que la izquierda también crispa y cita episodios como la guerra de Irak, cuando a José María Aznar le gritaban “asesino” por la calle, o los escraches de Podemos. Pero cree que la derecha emplea “un patrón más estratégico” que incluye la utilización de instrumentos judiciales contra sus adversarios.
Reid, en cambio, sostiene que la izquierda “ha liderado la crispación en los últimos años”, primero con la “guerra cultural de Pablo Iglesias” y luego con el propio Sánchez. Admite que Feijóo aparece en ocasiones como “rehén de Vox y de los sectores duros de su partido”, pero sentencia: “El presidente ha hecho de la crispación una estrategia de poder, levantando lo que llamó ‘un muro’ contra los representantes de la mitad de la ciudadanía y tratando a la derecha como enemigos y no como simples adversarios”. Por ahí va también Pisonero, que cita un artículo en EL PAÍS de la filósofa Adela Cortina en el que criticaba los pactos de Sánchez argumentando que la democracia debe ser “deliberativa” no “agregativa”. “No se puede imponer tu visión de la política porque tienes 50 más 1 y mostrar total falta de empatía para el conjunto de la población”, lamenta. “Yo me siento ofendida cuando dicen que todo el que no es socialista está con la ultraderecha o con el fascismo”.
Tras las últimas elecciones y el inesperado fracaso de la derecha, los estudios que coordina Mariano Torcal han detectado una creciente desconfianza de los electores de PP y Vox con el funcionamiento de la democracia, incluidos problemas de aceptación de los resultados electorales. La sociología no hace más que aportar datos que corroboran la creciente desafección ciudadana. Monge aporta uno “salvaje”: solo el 7% de los españoles dice confiar en los partidos. La percepción de que la política no es más que un griterío donde todos se insultan, por mucho que se trate de un reduccionismo, se abre paso. “Lo más peligroso”, advierte Pisonero, “es el poco aprecio por lo que ofrece la democracia frente a la autocracia. Yo me encuentro con jóvenes que te dicen que prefieren un Gobierno eficiente y que resuelva como el chino”.
El filósofo Daniel Innerarity ha contado a este periódico la conversación que mantuvo hace un mes con Sánchez, en quien vio ya a un hombre abatido. Como tantas voces ―la mayoría con poca fe― Innerarity ha llamado a bajar la tensión partidista: “Lo que está en juego es nuestra manera de convivir”.
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