La viticultura heroica, que precisa de un arnés para alcanzar algunas cepas, pelea por sobrevivir en Galicia: “Faltan trabajadores”
Las vertiginosas laderas de la Ribeira Sacra acogen unas 2.000 hectáreas de viñedos, solo una pequeña parte de la inmensa extensión de bancales que labraron los monjes durante la Edad Media
La emigración masiva que protagonizaron los gallegos a mediados del siglo pasado enterró un tesoro agrícola en la Ribeira Sacra, una comarca en la que se funden las provincias de Lugo y Ourense y los ríos Miño y Sil. Cientos de hectáreas de viñedos cultivados durante siglos en las laderas que abrigan estos cauces se quedaron sin manos que los trabajaran y la maleza se los tragó. Los pantanos levantados por la dictadura franquista inundaron también una gran extensión de viñas. Hoy son más de 2.000 las hectáreas que vuelven a dar vino gracias a la audacia de hombres y mujeres como Sindo Díaz, que en 1995, mirando las tierras en las que había visto a sus abuelos cultivar vides para autoconsumo, se preguntó: “¿Por qué no puede salir de aquí un vino como el Vega Sicilia o mejor?”. Él y otros vecinos se arremangaron. Destaparon los vertiginosos bancales y transformaron el monte escarpado otra vez en viñedo. En la actualidad funcionan 95 bodegas. La mayor parte de las terrazas construidas durante la Edad Media por los monjes que habitaban sus numerosos monasterios siguen sepultadas por la vegetación.
Solo el 5% de los viñedos del planeta están en enclaves tan abruptos como los de la Ribeira Sacra, donde para alcanzar algunas cepas hay que trabajar con arnés. Su cultivo, que también se practica en zonas de Asturias, Cataluña y Canarias, recibe el nombre de viticultura heroica por el duro trabajo que conlleva, tanto la vendimia como el mantenimiento anual. “El vino es fabuloso pero su cultivo no es fácil”, advierte Rubén Pérez, enólogo de la bodega Ponte da Boga, en Castro Caldelas (Ourense), la más antigua de la comarca y que acaba de cumplir 125 años. Cerró en 1970, engullida por la crisis emigratoria, pero fue reabierta en 1999. El empresario coruñés José María Rivera, miembro de la familia que fundó la cervecera Estrella Galicia en 1906, se enamoró del paisaje de la zona y en 2004 la Corporación Hijos de Rivera entró en el capital de Ponte da Boga. Hoy es su dueña al 100%.
Esta bodega centenaria obtiene parte de la uva de sus vinos en el viñedo de tres hectáreas que Sindo Díaz recuperó en los noventa. La finca está ya en plena vendimia, una época que el calentamiento global adelanta cada vez más. Hace unos 15 años arrancaba en octubre, pero ahora la recolección empieza a comienzos de septiembre, recuerda el enólogo de Ponte da Boga, bodega que organizó la pasada semana una visita a la zona a la que fueron invitados varios medios, entre ellos EL PAÍS. Los vendimiadores, la mayoría mujeres curtidas en estas labores, manejan la tijera a casi 300 metros de altitud sobre el río Sil, en un paisaje impresionante con una pendiente mínima del 60% que en algunos puntos se acerca al 100%. Las cajas con la uva se suben con raíles a una pista donde se cargan en vehículos, una ventaja con respecto al pasado, cuando se tenían que bajar a pulso al río para sacarlas de allí en barca. Antiguamente era “mucho más esclavo”, recuerda Antonio Lombardía, presidente del consejo regulador de la denominación de origen Ribeira Sacra. No había pistas de acceso a las vides. Los vendimiadores caminaban durante horas para llegar a las fincas y hasta “llevaban el agua a la espalda para dar el sulfato”.
Más allá de las mejoras de los últimos tiempos, la vendimia heroica no se puede mecanizar. Es un trabajo áspero que sigue dependiendo del esfuerzo y la habilidad de mujeres y hombres. Y es precisamente la falta de mano de obra uno de los problemas que amenaza la supervivencia de este tipo de viticultura. En la recolección de uva de Ponte da Boga participan 25 personas procedentes de una empresa de servicios agrarios. No se ve casi ningún joven. “Nos faltan trabajadores”, lamenta Sindo. “La gente joven no quiere trabajar aquí. Si no fuera por estas mujeres mayores y fuertes…” Cuenta que, además del momento crítico de la vendimia, se precisa personal en primavera, cuando toca realizar muchas labores “a la vez”, entre ellas sulfatar y enramar.
Preocupa el envejecimiento del sector y la falta de relevo generacional. La media de edad de los viticultores inscritos en el consejo que regula la denominación de origen supera los 65 años, apunta Lombardía. Son 1.200 hectáreas de viñedo las adheridas a esta entidad, solo el 60% de las alrededor de 2.000 hectáreas de vides que acoge la Ribeira Sacra, ya que sigue habiendo mucha plantación para autoconsumo. “Antes la vendimia era un trabajo de colaboración entre familias, entre vecinos. Ahora faltan trabajadores y nos peleamos por ellos. Son las empresas de trabajo agrícola las que nos están salvando”, explica el responsable del organismo.
Fermentar vino en estas tierras es mucho más caro que en cualquier otra parte, destaca Pérez. El coste de producción de un kilo de uva de la Ribeira Sacra supera los tres euros, mientras que en otras zonas de España o del extranjero “se puede hacer lo mismo por 50 céntimos”. Desde el consejo regulador de la Ribeira Sacra creen que la forma de que esta viticultura sobreviva es “conseguir que los vinos se paguen al precio que valen, para que así se pague también la uva y sea rentable ser viticultor”. Calculan que la uva debería costar el doble para garantizar la rentabilidad y atraer a los jóvenes. Lombardía reclama también ayudas públicas directas a la viticultura heroica, como las que se dan en Italia: “Nosotros hacemos una labor de mantenimiento del paisaje y de las tradiciones y de fijación de la población. Y estamos conservando algo de lo que vive más gente. ¿Acaso sin nosotros habría aquí catamaranes, hoteles y restaurantes?”.
El enólogo de Ponte da Boga asegura que el suelo de estas laderas le da a los caldos “un espectro aromático más complejo, difícil de reproducir en otras zonas”. La bodega ha recuperado además variedades tradicionales de uva que fueron arrasadas por la filoxera a principios del siglo pasado. El cambio climático, que va “más rápido” de lo esperado, les obliga además a ir probando cuáles de ellas se adaptan mejor a las nuevas circunstancias. También están intentando mejorar su modelo de producción con la economía circular. Se han propuesto reducir su huella hídrica anual a un litro de agua por litro de vino que sale de sus depósitos. Actualmente, necesitan tres o cuatro.
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