La segunda jubilación del político atípico Agustín Zamarrón
El diputado de más edad del Congreso, de 77 años, deja el escaño con ganas de disfrutar de sus nietos y “leer despacio”
El ático de Agustín Javier Zamarrón en Miranda de Ebro (Burgos, 35.000 habitantes) parece el mejor lugar posible para un niño curioso o un jubilado ávido de conocimiento. Un reloj de péndulo mide el tiempo, que en la oficina y guarida del ahora exdiputado del PSOE, de 77 años y médico de profesión, fluye más despacio. Cientos de libros desbordan las estanterías de madera y huele a páginas antiguas. Las alfombras tupidas atenúan el paso del intruso, un telescopio apunta a la claraboya, fuente de luz para las bailarinas motas de polvo, y decenas de curiosidades y colecciones resisten hasta a las belicosas hordas de nietos, más conocidos allí como okupas, que entretienen a este abuelo orgulloso. “Voy a coger con ganas esta segunda jubilación”, exclama el galeno reconvertido a parlamentario en 2019, una vez colgada la bata.
El anticipo electoral del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha acelerado el retiro político del socialista Zamarrón. La quietud imperante entre relojes de cuco y de péndulo repartidos por la vivienda contrastó con los cuatro años frenéticos vividos por el mirandés en las Cortes. La pandemia, un volcán, una guerra en Europa y demás cataclismos han atormentado al pausado parlamentario, cuya “timidez patológica” aliñada con retranca tuvo que lidiar, como miembro de más edad de la Cámara, con la presidencia de la Mesa al conformar el Congreso en mayo de 2019.
Entonces, sus expresiones sobre los “trombos” armados sobre la moqueta madrileña y su larga barba blanca, que le exige pedir cuchillo y tenedor al comer un pincho en Miranda, dieron relevancia a quien ahora abandona su escaño satisfecho de su trabajo y envuelto en elogios para propios y ajenos. “Agradezco su respeto a todos los parlamentarios y estamentos de las Cortes, el trato exquisito de mi grupo y su compañía y consuelo”, recita el especialista en medicina interna.
Esta legislatura le ha permitido observar a compañeros “brillantes y muy trabajadores” y lamentar los “perros de la guerra”: esbirros de las distintas bancadas preparados para crear follón, simplificar el debate con “actitudes rufianescas” y romper los consensos no tan inviables entre partidos. Para él, los grupos deben abrirse a la discrepancia para “evitar cesarismos” y protegerse de los puñales exteriores, muchas veces procedentes de quienes tienen opiniones dispares pero reprimidas.
A su jefe, Pedro Sánchez, lo ensalza como “hombre de Estado y enormemente educado”. “Yo soy un anciano, no va a tratar mal al decano de su partido”, sonríe. Al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, lo ve “con la sustancia del corcho que se deja llevar por la corriente, con la fluidez perfecta, pero con sedal y cebo para que los peces piquen”. Y, de acuerdo con Zamarrón, Vox y la extrema derecha tratan de “apoderarse de los símbolos” e imponer “un movimiento político destructor de las instituciones y el constitucionalismo”.
La conversación se entremezcla con citas a su admirado Antonio Machado, a Fray Luis de León o a Rubén Darío, alusiones a la República de Weimar, al conde de Romanones o a Kant, un nivel de discurso del que no presume, pero sí añora en el Congreso y en el debate público. “La democracia es el diálogo permanente con la sociedad para adquirir e intercambiar conocimientos; falta formación”, sostiene este autodefinido como “político atípico”, que se pregunta qué hará con las tarjetas personalizadas con su nombre y cargo.
De momento usa una para apuntar su correo electrónico y pedir, con ilusión, las fotos realizadas durante la charla en su vivienda, donde una amplia galería repasa las aventuras del burgalés. El autoproclamado “anciano” sonríe al evocar su juventud lampiña, afeitándose cuatro pelillos “para disimular”, pero formándose tales estropicios que optó por dejarse la barba, cana desde hace varios lustros. “¡Tener barba es extraordinario!”, celebra, aunque acarree dudas entre pequeñajos como sus nietos. “A los niños les doy entre curiosidad y miedo, sienten atracción y precaución. ¡A ver si no es Papá Noel, sino un ogro!”, ríe.
Las suyas las ponía a remojar en la piscina cuando venía de los turnos en el hospital, pero últimamente se dice “poco sociable” y prefiere recluirse en su jardín o azotea para “leer despacio”, encuadernar libros antiguos o pulir sus conocimientos de ornitología junto a los diminutos zascandiles víctimas de regañinas solo si comprometen su integridad física. Las travesuras están permitidas.
El doctor no volverá a las listas del PSOE sino que abrazará un ansiado tiempo libre, anhelado entre comisiones y debates. “Soy muy vago, lo que más me gusta en la vida es no hacer nada, pero he tenido mala suerte con la medicina y la política”, bromea este amante del ajetreo.
“Si no aprendo a pensar, dejaré de pensar, y eso a mi edad es muy grave porque coges alzhéimer voluntario”, reflexiona. Zamarrón mira con gula los libros por abrir y sus cientos de discos de música clásica. “Mi mujer y yo hemos hecho un sacrificio gustoso, pero duro. Con cierto egoísmo digo que tengo mucho por vivir”, resuelve. Fuera, en un jardín mimado por la también doctora retirada Teresa, su mujer y la responsable de la ornamentación de la casa, lo aguardan un banco de madera y la sombra de un árbol, inmejorable combo para el ocio: “Este es un buen sitio para estar jubilado”.
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