La memoria de Francisco desata las manos de Marcela 86 años después
Cuevas del Valle entierra con dignidad los restos de tres fusilados en 1936. Un hombre casi ciego, hijo de una de las víctimas, señaló la fosa
Francisco Fernández tenía graves problemas de vista y de movilidad cuando, en 2010, a los 90 años, llevó a su amigo Santos Jiménez a un paraje conocido como la cruz del Cerro, en la zona del Valle del Tiétar, y en el medio de la nada señaló un círculo con su bastón: “Aquí está enterrado mi padre”. Había visto el cadáver siendo un niño, en 1936, pero nunca olvidó las coordenadas de la tragedia. “Y Francisco tenía razón”, proclamó el sábado la antropóloga e historiadora Lourdes Herrasti en el solemne acto de entrega de los restos en el Ayuntamiento de Cuevas del Valle (Ávila), frente a una réplica en madera del Guernica de Picasso y ante los emocionados vecinos del pueblo, su alcalde, Alberto Martín, y el secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez. Francisco ya no pudo verlo: murió en 2012, antes de que en abril del año pasado el equipo de la sociedad de ciencias Aranzadi abriese la fosa con una subvención del Gobierno central y la Federación Española de Municipios y Provincias, pero después de haber permitido, con su memoria, cumplir una importante misión.
Las indicaciones de Francisco permitieron recuperar a tres víctimas del franquismo asesinadas y enterradas en la Cruz del Cerro. Eladio Fernández no estaba solo en la fosa. Herrasti muestra en el abarrotado salón de plenos del Consistorio las imágenes de la exhumación. Dos esqueletos, uno encima de otro, yacen boca arriba. “Por lo tanto, hay que pensar que no fueron los victimarios quienes les enterraron, sino vecinos del pueblo que encontraron los cadáveres”. Señala en otras fotografías los impactos de arma de fuego. El padre de Francisco presenta uno en el cráneo; Segundo González, la segunda víctima, un disparo en el brazo y otro en la columna, a la altura de la vértebra número 12. A pocos metros, los especialistas hallaron una segunda fosa con el esqueleto de una mujer con alpargatas de caucho. “Tenía las manos atadas a la espalda. La asesinaron y enterraron estando maniatada”, explica Herrasti. Señala entonces una zona oscura en la tierra, en la parte de la nuca, ante el público sobrecogido: “Es un moño de cabello…”. Las descendientes de Marcela Castelo, la mujer de 36 años que, según la prueba de ADN, es la tercera víctima del franquismo recuperada en este paraje, han recibido las horquillas. “Mi abuela Baldomera vio con 22 años cómo torturaban y mataban a su madre y a su hermana”, explica Elena San Martín. “Ella se salvó por poco, pudo huir a Vitoria con mi madre, que entonces tenía cuatro meses, y nunca quiso volver al pueblo, pero mantuvo siempre vivo el recuerdo de su familia masacrada”.
Marcela, al igual que Eladio y Segundo, no tuvo juicio ni sentencia. Su delito fue subir comida a los milicianos combatientes. Era viuda y madre de seis hijos —el mayor, de 13 años; el más pequeño, de tres— cuando la mataron. El historiador Enrique Guerra, coautor, junto a Aurora Fernández, de Gredos, 1936, la represión en el Valle del Tiétar, explica que la familia fue “prácticamente exterminada por los rebeldes” durante la Guerra Civil. Además de a Marcela, mataron a su hermano Patricio; a su padre, Víctor, que no superó las lesiones de una paliza en el calabozo del Ayuntamiento; a su madre, Antonina Blázquez, fusilada en Navarredonda, y a su tío, Bernardo, ejecutado tras ser condenado a muerte. Su hermano Gregorio murió en el frente. En el caso de Eladio, agricultor, su delito fue pertenecer a Izquierda Republicana cuando los falangistas tomaron el pueblo. Tenía 52 años, esposa y cinco hijos de entre 19 y 7 cuando lo asesinaron. Segundo ya había cumplido los 70. Era jornalero, estaba casado y tenía dos hijos. Su único crimen fue ser el padre de Agustín, miliciano.
“A Francisco le habría encantado ver este acto”, lamenta Santos Jiménez, de 63 años, tras la entrega de los restos. “Trabajamos horas y horas juntos para hacer un listado de todos los asesinados en el pueblo y las fosas donde podían estar. Además de la de su propio padre, también señaló la cuneta donde creemos que enterraron a mi abuelo. Cuevas del Valle tenía un millar de habitantes al estallar la guerra y mataron a 100. Literalmente, diezmaron su población. Querían limpiar el valle de rojos”.
Los asesinos exterminaron a familias prácticamente enteras, como la de Marcela. Mataron a un chico de 15 años, Juan Fernández Gómez, porque no pudieron encontrar a su padre, Esteban Fernández, miembro del comité de defensa de la República. Por el mismo motivo, fusilaron a Agapita Martín, esposa de Clemente Fernández, y a otros cuatro miembros de la familia Fernández Jiménez. En la llamada Cuesta de la Parra, fueron asesinados otros 36 vecinos.
El secretario de Estado de memoria democrática promete a los vecinos del pueblo buscarlos a todos. “Llegamos tarde. Es una pena que hoy no le podamos entregar a Francisco el cadáver de su padre. Pero creo que la indiferencia, el silencio y el olvido ya son parte del pasado. Durante años, las víctimas del bando franquista fueron reparadas económicamente, exhumadas, homenajeadas, mientras las víctimas republicanas eran invisibilizadas, expoliadas, estigmatizadas y todavía muchas yacen en fosas comunes. Esto que hacemos hoy”, subrayó, “es un acto de pura humanidad”.
Los familiares recogen los pequeños cofres con los restos de las tres últimas víctimas exhumadas e identificadas genéticamente. Daniel Beriain, sobrino nieto de Marcela, toca el piano. Sobre los pequeños ataúdes queda el informe forense con una parte de la reparación: la verdad. Como es costumbre cuando fallece alguien del pueblo, pero esta vez 86 años después de las muertes, los vecinos acompañan caminando a los féretros hasta el cementerio. Durante el recorrido, se detienen en la casa de Francisco y pasan por delante del bar de uno de los fusilados de la localidad, donde Falange instaló su cuartel tras estallar la Guerra Civil. Ya en el cementerio, Santos Jiménez recita una poesía que compuso durante la exhumación el año pasado, cuando escuchó horrorizado cómo una mujer que paseaba con su perro decía: “Con lo a gustito que estaban ahí”. La frase, dice, representa “la indiferencia, la pereza, incluso la ignorancia que ha habido siempre alrededor de este asunto”, pero la recuperación de la memoria, afirma, ya no tiene marcha atrás.
Unos pasos más allá, frente a un panteón que homenajea a un grupo de 10 falangistas, “caídos por Dios y por España”, ejecutados en el pueblo al principio de la guerra, un pequeño azulejo en la pared recuerda a otra víctima republicana: “A nuestro querido abuelo Domingo”. “Lo mataron aquellos días”, explica Aurora Fernández, “y mi tío abuelo fue a por el cuerpo y lo enterró, sin placa, pagando a alguien. Como sabíamos más o menos el lugar donde estaba, hace unos años decidimos poner esa placa”.
En la comitiva que ha acompañado los restos de Marcela, Segundo y Eladio hasta el cementerio hay varios jóvenes, como Hugo Martín, de 22 años:
— ¿Qué le dirías tú, que eres el futuro, a quienes se oponen a este tipo de actos porque creen que mirar al pasado es reabrir heridas?
— Yo sé lo que ocurrió en esta zona porque en mi casa se preocuparon de contármelo, de dar voz a estas personas. En mi familia, como en muchas otras, tenemos represaliados del franquismo. En el instituto también nos dieron unas pinceladas sobre el tema. A las personas que dicen esas cosas, les diría que el pasado siempre sirve para encarar el presente y sobre todo, para evitar cometer los mismos errores en el futuro.
Tras la entrega de restos, los expertos de Aranzadi acompañaron a los vecinos en la búsqueda de otra fosa para tratar de localizar a las víctimas del listado de Santos y Francisco y seguir cerrando heridas en uno de los pueblos más castigados por la barbarie franquista.
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