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De debate a debate o cómo hemos cambiado. Radiografía de España en 2022

En siete años, España ha sufrido vuelcos políticos, una crisis independentista, una revolución feminista, una pandemia y un desplome económico. A pesar de eso, 2022 se parece más a 2015 de lo que se pudiera pensar

Centro de Valencia, un día de vacaciones, en abril de 2022.
Centro de Valencia, un día de vacaciones, en abril de 2022.Biel Aliño (EFE)
Antonio Jiménez Barca

Aquel fue el año del atentado de Charlie Hebdo; también el de la foto de aquel niño sirio de camiseta roja y pantaloncito azul ahogado en una playa de Turquía; el del despegue de Netflix con Narcos o House of cards y el de la victoria de Manuela Carmena y Ada Colau en Madrid y Barcelona. Aquel año, en febrero de 2015, se celebró el último debate del estado de la nación. Los protagonistas fueron tres: Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y la crisis económica, que algunos expertos optimistas daban ya por casi superada. Desde entonces, el país ha sufrido varios vuelcos políticos (el mismo Rajoy, desalojado de la presidencia en 2018, el mismo Sánchez, apartado de su propio partido en 2016 para regresar de la nada meses después). España vivió, además, un proceso independentista, una revolución feminista, la irrupción de tres potentes partidos políticos (y la práctica desaparición de uno de ellos), una pandemia mundial y una guerra en Europa. A pesar de todo eso, 2022 es más parecido a 2015 de lo que pudiera pensarse. De hecho, y tras tantas carambolas históricas, los protagonistas del debate del próximo 12 serán, de alguna forma, los mismos que hace siete años: Pedro Sánchez, ahora presidente; Alberto Núñez Feijóo, heredero de aquel PP de Rajoy más moderado, y otra crisis económica, de la que la mayoría de los expertos no pesimistas no ven la salida. Lo que sigue es lo que hemos cambiado. Y lo que no.

Política

Aquella mañana de martes del 24 de febrero del debate entre Rajoy y Sánchez flotaba en la cámara un ambiente que olía a fin de ciclo. Casi a fin de época. Por delante, el calendario aportaba un desfile de elecciones en un año (andaluzas, municipales, catalanas y nacionales) que iban a dar pie a que pudiera transformarse todo y había dos partidos nuevos, (aún sin representación parlamentaria) Podemos y Ciudadanos, dispuestos a hacerlo. Sus dos líderes, jóvenes y emergentes, estaban llamados a acabar con el bipartidismo que existía en España desde la desaparición de CDS en 1993 y, en cierto modo, a inaugurar la nueva era política post-Transición. Todos miraban de reojo a Pablo Iglesias, de 37 años; y a Albert Rivera, de 36. Por eso el debate tenía algo de irreal, ya que la pelota, en cierto modo, rodaba fuera. Diez meses después, en diciembre, las elecciones generales confirmaron el fin de ciclo: el PP obtuvo 123 escaños, el PSOE, 90. Podemos 68 y Ciudadanos 40. Bienvenidos al futuro.


Siete años frenéticos después, las pasadas elecciones andaluzas han confirmado una tendencia impensable aquella mañana de 2015: el bipartidismo ha vuelto, aunque metamorfoseado. Dos de cada tres andaluces votaron por alguno de los dos partidos preponderantes. Los analistas venían observando esa tendencia hace un año. Y los resultados andaluces lo han corroborado. Belén Barreiro, directora del instituto de investigaciones sociológicas 40dB. resalta, además, que de este cambio son partícipes los más jóvenes, ya que los votantes de 18 a 24 años prefieren hoy por hoy al PSOE y los de 25 a 34, al PP.

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Por el camino se quemó buena parte de la generación de aquellos líderes jóvenes y emergentes llamados a modernizar la política: Pablo Iglesias se convirtió en el líder de la oposición de izquierdas, fue diputado y llegó a ser vicepresidente del Gobierno; ahora, con su partido cotizando a la baja, es columnista de prensa, tertuliano en la radio y presentador de un podcast (tendencia radiofónica que ha experimentado un gran éxito en estos siete años, por cierto). Rivera se convirtió en figura clave para decidir gobiernos y llegó a pensar en ser presidente él mismo. Hoy, tras abandonar en febrero la firma de abogados en la que trabajaba, ha desaparecido prácticamente de la escena pública. Queda por ver si Vox, la tercera fuerza potente surgida en estos siete años, liderada por Santiago Abascal, de 47 años, consigue afianzarse o también está llamada a desaparecer o a convertirse en algo residual. Por ahora, según los resultados de las elecciones andaluzas y de varios analistas, parece simplemente estancada.

El sociólogo y alcalde de Alcañiz (Teruel), el socialista Ignacio Urquizu, coincide en que la escena política española se parece a la de aquel 2015 por la vuelta de la hegemonía de los dos partidos históricos y añade algo que también ha permanecido invariable en estos siete años: la falta de amplios consensos o acuerdos para llevar a cabo, por ejemplo, un gran pacto sobre la educación, las pensiones o la reforma fiscal. En esto, añade, a pesar de que el mundo se ha puesto del revés, no se ha cambiado tampoco nada.


Economía

En 2015, las principales preocupaciones de los españoles, según la encuesta del CIS de mayo de ese año, eran, por este orden, el paro, la corrupción y la crisis económica. Consciente de ello, al debate de aquella mañana, Mariano Rajoy acudió al Congreso convencido de que su tarea consistía, en gran parte, en convencer a los españoles de que había pasado ya lo peor de la crisis mundial, originada en 2008, que había triturado las finanzas españolas. “Hemos salido de la pesadilla”, dijo. El PIB cayó un 1,3 en 2013, se recuperó en 2014 un 1,4% y subió, ya en 2015, hasta un 3,8%. Pero el dato más revelador de la potencia destructiva de la crisis de la deuda de aquellos años lo dan las estadísticas del paro: en diciembre de 2013 se rozaron los 6 millones, con una tasa que superaba el 25%; en 2014, las cifras se quedaron en 5.470.000 y un 23,7%. El año de 2015 se iba a cerrar con 4.770.000 y un 20,9%. La población había sufrido y seguía sufriendo mucho. Las instrucciones de aplicar la austeridad a machamartillo dictadas desde Europa hacia los países del sur se habían traducido en recortes de todo tipo: subidas de impuestos, funcionarios sin pagas extras, menor inversión en Sanidad o en educación…. La buena noticia era que lo peor parecía haber pasado: se caminaba un poco en cueros, pero hacia un futuro económico que se mostraba despejado.

Sin embargo, siete años después, España, como el resto de países del mundo, deja atrás otra crisis gigantesca causada por una insólita pandemia planetaria que nadie pudo prever. Las preocupaciones de los españoles, centradas durante mucho tiempo en escapar de un virus asesino, pasan, de nuevo, por las incertezas económicas. Los números son, por ahora, mejores que en 2015. Las previsiones del Banco de España de mayo rebajan el crecimiento del PIB español de un 4,5% a un 4,1%. Pero aún están por encima del crecimiento de hace siete años. El paro se sitúa muy por debajo de aquel entonces: 2.880.000 desempleados.

La mala noticia es que lo peor no parece haber pasado: los precios al alza sin freno de la energía, la inflación por encima del 10% y la incertidumbre internacional que irradia la guerra de Ucrania auguran un otoño difícil después de un verano prometedor gracias al turismo. La baza de España es que goza de un colchón europeo de 70.000 millones de euros. El Gobierno de Sánchez ya ha empezado a arbitrar medidas (bonos para los trabajadores más vulnerables, subvencionar parte del transporte público, entre otras) para tratar de liberar las familias de la tenaza inflacionista. Pero es posible, si la guerra continúa, que se quede sin munición fiscal. En una cosa, el mundo es muy distinto hoy al de 2015: entonces se pagaban 65 euros por un kilovatio de energía; hoy cuesta más de 220.

Sociedad

Quince días después del debate de 2015, el 8 de marzo, cerca de 9.000 personas se manifestaron en defensa del feminismo en Madrid para conmemorar el Día Internacional de la Mujer. En 2019, la cifra llegó a 370.000. La pandemia redujo la asistencia los años posteriores, pero las multitudinarias convocatorias consecutivas demostraron que el feminismo, en estos siete años, se ha convertido en un eje político y social clave, transversal, intergeneracional y cotidiano. Tal vez sea la mayor transformación social en estos siete años. En 2015 aún se toleraban debates o ciclos de conferencias protagonizados solo por hombres. Hoy eso se consiente mucho menos. La marea no ha sido solo española, evidentemente, (el movimiento Me too, surgió en 2017 en Estados Unidos), pero España, por razones que van desde la importancia y visibilidad que se le ha dado siempre a la lucha contra la violencia machista, al impacto que generó la sentencia de La Manada, hecha pública en noviembre de 2017, ha ido y aún va en vanguardia.

Otra transformación imparable tiene que ver con la sociedad digital. El sociólogo Urquizu recuerda que 2015 el 65% de los españoles se conectaba diariamente a internet y hoy, calcula, ese porcentaje debe sobrepasar ya el 90%. Antes, recuerda, existía una brecha generacional que ya se ha borrado. Añade otra característica nueva y menos mensurable: “Para mí, después de la pandemia, la sociedad es más temerosa. Las generaciones del 15-M sabían que iban a vivir peor que sus padres. Pero ahora sabemos que un virus nos lo puede arrebatar todo. Y eso es un caldo de cultivo para la extrema derecha, para impedir que mundo evolucione por puro miedo”.

El escritor y periodista Ramón Ferriz, autor de varios libros en los que describe épocas recientes de la sociedad, recuerda que desde 2015 asistimos, entre otras cosas, al advenimiento de Trump y a la votación del Brexit. Y acaba definiendo este tiempo trepidante con una fórmula que refrenda esa sensación de habernos montado en una montaña rusa que ha durado siete años y nos ha devuelto casi al mismo sitio: “Han sido unos años locos de mucho experimento consecuencia de las crisis: además de Trump y el Brexit, está la austeridad como inspiración económica, el procés, Ciudadanos, Podemos, pero todos esos experimentos han quedado en nada, todo ha salido entre regular y mal”.





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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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