Dos muertos en un incendio en un asentamiento en Lucena del Puerto (Huelva)
Uno de los fallecidos por el fuego, que fue extinguido a las 5.30 de la mañana, recibió a EL PAÍS este mes de marzo en su bar del poblado chabolista
En el asentamiento chabolista de El Bosque, uno de los 13 poblados de temporeros de Lucena del Puerto (Huelva) el desconsuelo que se impregna entre su centenar de habitantes es más fuerte que el olor a madera quemada que desprenden las chabolas quemadas. El incendio que en la madrugada de este miércoles sorprendía a sus vecinos ha acabado con la vida de Ato, un ganés de 50 años y de su novia, de origen marroquí y en la treintena. La conmoción no es solo por la pérdida de sus casas y su documentación, sino por la muerte de Ato, que ejercía de guía para todos sus habitantes.
“No sé ahora qué voy a hacer sin él”, cuenta Daiana entre lágrimas. Esta mujer rumana de 42 años era íntima de Ato y no puede evitar sentirse culpable. “Dos veces antes ya le había salvado la vida. Él tenía tuberculosis y tuve que llevarle al hospital varias veces. Ahora se estaba recuperando”, prosigue. “Mi cumpleaños es el sábado y Ato me dijo que me iba a preparar una barbacoa”.
El fuego, cuyo origen aún se está investigando, se inició a las tres de la mañana y pudo sofocarse dos horas y media después. Además de la chabola de Ato, las llamas calcinaron otras 10 infraviviendas, todas del lado de la del fallecido, que estaban en la dirección en la que soplaba el viento en ese momento, según el relato de Raúl Sánchez, responsable de asentamientos de Cruz Roja, que calcula que alrededor de una docena de personas se han visto afectadas por el incendio.
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El pasado mes de marzo, Ato recibió a un equipo de EL PAÍS sonriente en su bar, en la zona subsahariana del asentamiento de El Bosque. Su local, la chabola número 27, aún mantenía la decoración navideña entonces. Los sofás reciclados y las mesas construidas con palés desechados estaban preparados para recibir a compatriotas que acudían a su bar, con enganche a una antena parabólica, por la tarde para tomar unas cervezas y ver el fútbol. “Bajo al pueblo a comprar los botellines. Cuestan 1 euro”, explicaba entonces. Ato se encargaba de las labores de coordinación del campamento. Llevaba 12 años viviendo en él, antes había recalado en Zaragoza y Jaén, en un ejemplo de la vida nómada de quienes acaban viviendo en estos campamentos. Deja tres hijos y seis nietos en África. Daiana es quien trasladó la mala noticia a su hermano, que vive en Alemania.: “Gritaba y gritaba. No se lo podía creer”
Su bar estaba cerca de la iglesia, la construcción más grande de esa zona del poblado. “Aquí vienen a darnos clases de español también”, explicaba Ato, como buen cicerone de su asentamiento. De esa iglesia ya no queda nada. Y nada es lo que le ha quedado a Dene Abukade, de 38 años, y compatriota de Ato, que deambula alrededor de lo que había sido su chabola, que compartía con su hermano, con el que llegó a España en patera hace cinco años. Ellos consiguieron salvar sus vidas porque un compañero llamó a su puerta advirtiéndoles del fuego. “Yo he tenido suerte, Ato no. Él se cerraba la puerta porque temía que le robaran”, se lamenta. “No tengo nada, he perdido mi pasaporte, toda mi documentación ¿qué voy a hacer ahora?”, dice en medio de una completa desesperación.
La Cruz Roja y las ONG se van a encargar de ayudar a recuperar la documentación de las personas que lo han perdido todo. “También les vamos a dar mantas, ropa y comida que no tenga que calentarse”, cuenta Sánchez. Su alcalde lamenta lo ocurrido, según ha declarado a este diario. El Ayuntamiento, como suelen hacer los consistorios en cuyos asentamientos se producen fuegos, no tiene previsto ofrecer recursos habitacionales alternativos para quienes se han quedado sin nada. “Nuestros recursos son limitados”, indican fuentes municipales del consistorio lucenero.
Daiana está convencida de que el incendio fue un acto de venganza. El martes por la noche alguien trató de entrar en la chabola de Ato para robarle -solía guardar el dinero de sus vecinos, en otro ejemplo de la confianza que le tenían, cuenta la temporera-. “Ato no fumaba ni cocinaba, ¿cómo se va a prender de repente a las dos de la mañana?”, se pregunta. Los agentes de la Guardia Civil han estado haciendo fotos y recabando pruebas durante toda la mañana.
Lugares de reunión como el de Ato o la iglesia existen en todos los campamentos chabolistas, que empezaron siendo construcciones provisionales para albergar a los temporeros en las campañas de la fruta, pero que ante la escasez de alternativas de vivienda y la precaria situación laboral se han convertido en barrios permanentes de los municipios donde se levantan. En Andalucía hay 119 asentamientos chabolistas: 40 en la provincia de Huelva y 79 en Almería. En ellos viven unas 13.000 personas, según datos trasladados por la ONG onubense Asociación Multicultural de Mazagón y Almería Acoge a la Comisión de Peticiones del Parlamento Europeo, que ha pedido a la Comisión que investigue la situación.
Esta es la segunda vez en menos de una semana que las llamas golpean un asentamiento de este tipo, después de que el pasado domingo el fuego asolara lo poco que quedaba en pie del poblado de chabolas de Baldifresa, en Palos de la Frontera, también en Huelva, y que ya fue pasto del fuego en febrero. En ese incendio, cuyas causas está investigando la Guardia Civil no hubo fallecidos, pero distintos trabajadores de ONG que trabajan con los temporeros que residen allí coinciden en que su estado de ánimo está por los suelos. “Muchas de las chabolas que han ardido acababan de construirlas”, explica Pepa Suárez, portavoz de la Asociación Multicultural Mazagón.
La campaña de la fresa está a punto de terminar y muchos se preparan ya para enganchar con la del ajo y después marchar a Lleida y Huesca para la recogida de la fruta. Tanto en Palos como en Lucena, muchos temporeros van a desistir de volver a levantar sus infraviviendas porque esperan marcharse pronto. Los de El Bosque han sido acogidos por sus vecinos. Emmanuel, un camerunés que era amigo de Ato, lo recuerda mientras está sentado con otra veintena de migrantes a la sombra de un árbol observando trabajar a la Guardia Civil. “Era muy buena persona. Ayer por la tarde estuve con él. La próxima vez nos veremos en el cielo”.
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