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La coalición de Gobierno cruje en la semana clave

PSOE y Unidas Podemos se concentran en sacar los Presupuestos, pero después habrá una reconfiguración. El pulso llega cuando se está jugando el mapa de poder de varios años. La legislatura va para largo

Sánchez e Iglesias, en el Congreso de los Diputados a finales de octubre.
Sánchez e Iglesias, en el Congreso de los Diputados a finales de octubre.Mariscal (EFE)
Carlos E. Cué

Casi todos los grandes protagonistas de la política española lo ven claro. En estas semanas no solo se están negociando los primeros Presupuestos desde 2018, los que marcarán la recuperación de la crisis de la covid-19. Se está reconfigurando el tablero del poder para los próximos años. Cada uno de los actores —desde el PNV hasta el PP pasando por el PSOE, Unidas Podemos, Ciudadanos, ERC, Bildu o incluso Vox— juega muy fuerte sus cartas en estas semanas porque ya todos han asumido que la legislatura va para largo y que hay que prepararse para una carrera de fondo. Y en ese contexto, el PSOE y Unidas Podemos, los dos grandes protagonistas del Ejecutivo, viven un pulso cada vez más tenso para reajustar el poder interno en la coalición.

Esta semana, el PSOE estalló después de la enmienda anti desahucios que el grupo de Pablo Iglesias presentó con ERC y Bildu contra los Presupuestos que tiene pactados con los socialistas. Estos hablan abiertamente de deslealtad. Los de Iglesias minimizan la crisis, dicen que estaba todo hablado, que los desahucios son un asunto clave para ellos y que la sangre no llegará al río. Pero los socialistas esta vez trasladan un malestar profundo. Ahora todo está centrado en sacar los Presupuestos. Es la prioridad total. No es momento para peleas. Pero cuando se aprueben, a finales de año, habrá una discusión seria dentro de la coalición.

Unidas Podemos tendrá entonces menos fuerza de negociación. Aún así, sus votos seguirán siendo imprescindibles para aprobar cualquier iniciativa importante. Al PSOE no le sobra un escaño, como se ha demostrado en la ley educativa, aprobada por los pelos. Necesitaba 176 y tuvo 177. “Nosotros tenemos 120 escaños y solo en la ley de Educación había 1.200 enmiendas. O pactamos con varios o no podemos hacer nada”, resume un socialista.

Los números son claros. PSOE y Unidas Podemos están condenados a entenderse. Nadie piensa seriamente en una ruptura que no le conviene a ninguno de los dos, pero sí hay cada vez más dirigentes hablando de reordenar el funcionamiento de la coalición. Los del PSOE plantean que Unidas Podemos debe aceptar que es un partido de Gobierno y dejar de intentar diferenciarse. Los de Iglesias exigen que los socialistas les mantengan informados de las decisiones clave y no al margen, como sucede con muchas de las cuestiones más delicadas. Pero desde los dos sectores, por distintos motivos, coinciden en un mensaje: “Así no podemos seguir”.

Todo empezó en agosto. En el Consejo de Ministros más duro que ha vivido el inédito Gobierno de coalición, Pablo Iglesias y sus ministros reprocharon al presidente, Pedro Sánchez, que se habían enterado por la prensa de que el rey Juan Carlos abandonaba España. Sánchez insistió en que eso era algo que él había gestionado personalmente con la Casa del Rey como presidente. La cita fue muy tensa. Y muy sincera. El acuerdo con el que se salió es que Sánchez y el núcleo duro del Gobierno, en especial Carmen Calvo y María Jesús Montero, por las que pasan casi todas las decisiones, informarían más a sus socios. A cambio, reclamaban lealtad y prudencia.

Sin embargo, el pacto no funcionó. Los ministros de Unidas Podemos siguen fuera de las principales decisiones polémicas —baste citar la crisis de la migración en Canarias, con cinco ministerios implicados, ninguno de ellos de Unidas Podemos— y los socialistas siguen acusando de deslealtad a sus socios cada vez que hay una diferencia de fondo.

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En agosto, con encuestas en la mano y los malos resultados en las elecciones gallegas y vascas de julio, Iglesias tomó una decisión de fondo relevante, que está marcando todo. Asumió que necesitaba diferenciarse en las decisiones más sensibles para que se viera claramente el perfil propio de un grupo como Unidas Podemos que en muchos asuntos choca con el PSOE. “El problema de fondo es que a Unidas Podemos no le ha ido bien electoralmente estar en el Gobierno, al contrario de lo que ellos pensaban. No se hunden, pero no tienen datos buenos. Y por eso estas chispas van a seguir. Porque no es casual. Es una decisión estratégica de Iglesias”, señala un ministro socialista.

En Unidas Podemos lo ven de manera muy diferente. Ellos creen que el problema lo tiene el PSOE porque permite que, en cuestiones sensibles para la izquierda, como los desahucios, se impongan las posiciones más duras orientadas por la vicepresidenta económica, Nadia Calviño. Y cuando Unidas Podemos pone ahí el foco, todo chirría, señalan. “Lo que le pasa al PSOE es que sabe que su electorado está más de acuerdo con nuestras propuestas en temas como los desahucios, los alquileres, la inmigración o la reforma laboral. Y por eso nos llaman desleales, porque quieren hablar de las formas y no del fondo. Con las posiciones políticas de Calviño el PSOE no lograría ni un voto. Y les molesta tener a un grupo que le está recordando siempre que se puede hacer política de otra manera, más progresista”, responden desde UP.

Al margen de las escaramuzas puntuales, a las que muchos en el Ejecutivo están empezando a acostumbrarse —”fue mucho peor lo de la ley de violencia sexual, eso era una guerra civil, esto es más suave”, señala un socialista— hay tensión de fondo por el rumbo del Gobierno.

Sánchez y su equipo quieren ir a posiciones más abiertas, que puedan servir para pactar a la vez con el PNV, con Ciudadanos, y también para negociar en Bruselas, a la que siempre apela Calviño como autoridad definitiva, por ejemplo, para no abordar ahora la reforma laboral.

Iglesias tiene clarísimo, por el contrario, que hay una posibilidad real de orientar el Gobierno a la izquierda con un pacto con ERC, Bildu, Más País y Compromís —que juntos suman exactamente los 21 escaños que necesita la coalición para la mayoría absoluta—. Pero el PSOE ni se plantea esta opción.

No solo los socialistas juegan para impedir ese movimiento de Iglesias. Mientras los focos se colocaban en la tensión entre el PSOE y Unidas Podemos —con un cruce durísimo entre la ministra de Defensa, Margarita Robles, y la secretaria de Estado de Iglesias, Ione Belarra— un agente clave de esa reconfiguración del poder para los próximos años se movía para dejar claro que esa nueva mayoría de izquierdas que promueve Iglesias no se va a consolidar porque hay más gente jugando. Andoni Ortuzar, el líder del PNV, vio preocupado cómo Podemos se acercaba a Bildu para dejar fuera de la partida a los nacionalistas. Pero el PNV, con su experiencia, su poder y su influencia —gobierna en Euskadi con el PSE— se movió rápido. El miércoles, al día siguiente de la presentación de la enmienda de UP, ERC y Bildu, que daba más protagonismo a los de Otegi, Ortuzar hizo dos cosas. Grabó una entrevista en la cadena SER durísima contra Iglesias y llamó a Carmen Calvo para rematar, sin Unidas Podemos, la negociación sobre la retirada del impuesto al diésel. El jueves perfilaron los detalles el portavoz del PNV, Aitor Esteban, y la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Y el viernes se presentó el acuerdo, apartando así tanto a Bildu, que ve como se adelanta el PNV como primer socio, como a Ciudadanos, que quería negociar esa misma enmienda.

Iglesias cada vez está más cerca de ganar su pulso clave, porque en La Moncloa ya empiezan a asumir que Cs no estará en el pacto final de Presupuestos —aunque siguen intentándolo— pero no ha podido orientar el giro definitivo hacia una mayoría de izquierdas con ERC y Bildu. El PNV sigue siendo mucho PNV y el PSOE también marca su rumbo. Los Presupuestos se orientan poco a poco hacia la mayoría de la investidura. Cuando se aprueben, la coalición tendrá una complicada conversación pendiente

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