El Gordo y el cura con placa y pistola
La relación del comisario García Castaño y el sacerdote Silverio Nieto, secundarios en el ‘caso Kitchen’, es clave en la trama
A veces, hay personajes secundarios más importantes que los protagonistas. En el caso Kitchen —el entramado político-policial urdido en el Ministerio del Interior bajo el mandato de Jorge Fernández Díaz para entorpecer la investigación abierta al PP de Mariano Rajoy— hay dos personajes que se han revelado clave: El Gordo, como es popularmente conocido el comisario Enrique Garcia Castaño, y El cura con pistola, el sacerdote Silverio Nieto. Ambos, una extraña pareja de amigos, según se les califica dentro y fuera del cuerpo, formaban un tándem atípico, pero eficaz e influyente en el palacete del número 5 del paseo de la Castellana de Madrid, sede del ministerio.
No es casualidad que el día en el que fue detenido El Gordo (el 11 de julio de 2018) estuviera sentado a la mesa con Nieto, ni que el cura le mandase a García Castaño el mensaje que recibió del exsecretario de Estado de Interior Francisco Martínez y que ahora ha servido al juez de la Audiencia Nacional Manuel García Castellón para imputar al exministro: “Según me dice mi abogado, además de cuestiones formales, la defensa mañana exige entregar en el juzgado las actas notariales en las que constan los mensajes recibidos a lo largo de 2013 y 2014 con instrucciones muy claras y explícitas sobre los supuestos operativos policiales de los que trata todo esto (cuya legalidad siempre me pareció clarísima) y que necesariamente conllevarán la citación de Jorge [Fernández Díaz] y probablemente de Rajoy. Desde luego nada más lejos de mi deseo”. Un claro aviso a navegantes que el sacerdote también envió rápidamente al exministro.
Cargos de confianza del ministerio en aquella época recuerdan que El Gordo, con una larga carrera profesional desarrollada en los servicios de información de la Policía Nacional y frecuentador de las cloacas del Estado y sus escándalos, iba a ser cesado por el director general de la Policía —entonces Ignacio Cosidó— una mañana de 2013, ya con los papeles de Bárcenas sobre la mesa, publicados por este periódico. Fuentes próximas a la Dirección General de la Policía de la época relatan que se recibió una llamada de una personalidad de la Iglesia para informar al ministro de que García Castaño había solucionado y esclarecido una estafa de una importante cuantía de la que habían sido víctimas unas monjas. “Y acto seguido, Fernández Díaz suspendió el cese del comisario”, aseguran las mismas fuentes.
Nieto y García Castaño, con un contrastado don de gentes, protegían mutuamente sus intereses y exhibían su buena relación en las comidas de despedida de jubilación de compañeros o en los actos de nombramientos ligados a Interior. El Gordo, encargado de montar los operativos de vigilancia y las escuchas telefónicas de las investigaciones policiales como jefe de la Unidad Central de Apoyo Operativo, estaba al corriente de todo o casi todo. Pasaba una parte de la jornada laboral en su oficina del complejo policial de Canillas, en Madrid, y otra en “su segundo despacho”, un bar cercano, donde solía reunirse con compañeros y periodistas.
Distinciones honorarias
Amigos personales del exministro aseguran que fue el entonces arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, quien presentó a Fernández Díaz al sacerdote. Silverio Nieto era miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano y responsable de los servicios jurídicos de la institución que agrupa a los obispos madrileños. Quienes han conocido a Nieto le describen como un tipo “inteligentísimo”, “culto”, “interesante”, “audaz”… Es un hombre con varias vidas, ya que antes de seguir el camino de Dios, en 1999, fue marino, policía —de la misma promoción que los otros de la Kitchen: el ahora encarcelado comisario José Manuel Villarejo y Marcelino Martín Blas, exjefe de Asuntos Internos—, y juez, recuerdan fuentes policiales.
Un hombre de vocación y devoción cristiana tardía, como Fernández Díaz, que con el tiempo le convirtió en una suerte de “confesor” particular, y también en comisario honorario, con placa y pistola. “De ahí que le llamaran el cura con pistola”, comenta un mando policial. “No paró hasta conseguir la distinción”, aseguran excolaboradores del equipo del ministro.
“Las visitas del cura eran casi diarias”, asegura un trabajador de Interior de aquella época. “Avisaba de que venía y se agilizaba su entrada, tenía línea directa con Fernández Díaz”, dice otro. Además, el ministro iba muchas veces a la basílica madrileña de la Concepción de Nuestra Señora, en el númeo 26 de la calle Goya, en el barrio madrileño de Salamanca, donde Nieto oficiaba de sacerdote, dicen las mismas fuentes. La estrecha relación que se generó entre ambos “condicionó”, coinciden fuentes del ministerio y policiales, ceses y nombramientos.
Fue esa proximidad del cura al ministro la que, según sus colaboradores, atrajo a El Gordo. “Sabía que había sido compañero y vio en él una vía de entrada directa y de influencia en el ministerio”, asegura una persona que trabajó con García Castaño. “Se juntó el hambre con las ganas de comer: le bastó acudir a otros policías que conocían a Nieto, bien por su vertiente religiosa o por sus años en el cuerpo, y se lo metió en el bolsillo, como al secretario de Estado, porque es un tío muy simpático”, remata la misma fuente.
Casi siempre en un segundo plano, juntos en amistosas comidas y saraos policiales, esta extraña pareja de El Gordo y el cura con placa y pistola, compartió confidencias e intereses que atravesaron los muros del Ministerio del Interior.
El testimonio del policía, clave para la acusación
A falta de que se conozca el sumario de la investigación judicial de la Operación Kitchen, el escrito de 52 folios de la Fiscalía que ha servido al juez Manuel García Castellón para imputar al exministro Jorge Fernández Díaz muestra a un policía acorralado y dispuesto a todo. El comisario Enrique García Castaño, 'El Gordo', aparece —directa e indirectamente— en las conversaciones grabadas por Villarejo como un hombre muy debilitado. Él, a quien nadie quería tener como enemigo, fue abandonado por quienes le avalaban y arrinconado de jefe zonal de Madrid antes de jubilarse. Gravemente enfermo, sus declaraciones ante el juez han sido determinantes para desvelar la trama que intentó proteger al PP de las acusaciones de Bárcenas.
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