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Los 129 días de mediación baldía entre Rajoy y Puigdemont

Los archivos del lehendakari detallan el intento de frustrar la declaración de independencia catalana y la aplicación del artículo 155

Juan Navarro
Un miembro de la Fundación Sabino Arana observa los archivos de la mediación del 'lehendakari', Iñigo Urkullu, en el proceso separatista catalán de 2017.
Un miembro de la Fundación Sabino Arana observa los archivos de la mediación del 'lehendakari', Iñigo Urkullu, en el proceso separatista catalán de 2017.FERNANDO DOMINGO-ALDAMA

Carles Puigdemont necesitaba ayuda. El expresidente de la Generalitat encaraba el verano de 2017 en plena ebullición soberanista que encontraba una firme respuesta del Gobierno central: una eventual declaración unilateral de independencia implicaría aplicar el artículo 155 de la Constitución y el Ejecutivo asumiría el mando sobre Cataluña. El escenario para la Generalitat le exigía figuras que pudieran mediar con Mariano Rajoy. Y Puigdemont recurrió al lehendakari, Iñigo Urkullu, experto en conseguir réditos en Madrid, un 19 de junio de hace tres años.

Urkullu permitió el pasado domingo el acceso a los documentos en los que relata su papel durante aquellas fechas de máxima tensión política. Ofrece su visión como enlace desde la petición de su homólogo catalán para que “intentara hacer lo posible para ayudarles con el presidente del Gobierno” hasta el 26 de octubre de ese año, fecha previa a que Puigdemont ejecutara su órdago con el plácet de la Cámara catalana.

Dos gruesas carpetas recopilan 615 folios, custodiados en el archivo de la bilbaína Fundación Sabino Arana, y revelan cómo Urkullu trató de que su colega catalán abandonara su idea e intentó que el Gobierno borrara de su discurso el número 155. Para ello, hubo un sinfín de comunicaciones en todos los formatos: reuniones casuales en salas VIP de aeropuertos, conversaciones informales en manifestaciones, citas programadas en sedes oficiales y mensajes en un tono algo más personal con referencias a la familia.

La información que ha proporcionado el mandatario vasco, que incluye su declaración en el Tribunal Supremo en la causa que investigó el procés, donde evitó definirse como “mediador” y habló de “intermediación”, refleja la amplia cantidad de agentes políticos y sociales que desempeñaron un papel durante esos meses. Todo ello en vano, y con Urkullu implicado de una manera o de otra.

El lehendakari se carteó con el entonces presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, o con Donald Tusk, expresidente del Consejo Europeo. Fue a Juncker a quien el político del PNV le expresó su preocupación porque “el nacionalismo supremacista adquiera protagonismo y se imponga a toda costa”, con el acecho abertzale de Bildu para posicionarse en Euskadi. Más moderados fueron sus mensajes hacia el president y los representantes catalanes, a quienes les mandaba una “abraçada” al final de sus misivas, pero bajo la misma tónica: el riesgo de dirigirse hacia la soberanía en ese contexto.

El discurso de Urkullu se apoyaba en dos equilibrios: renunciar a la independencia, y esquivar el 155. Siempre diálogo, insistía, mientras formulaba distintas posibilidades de relajar tensiones. Los resultados del referéndum ilegal del 1 de octubre, afirmaba el vasco, debían “abrir una oportunidad” abandonando “el impulso y la inercia” porque, en caso contrario, le avisó a Puigdemont el 21 de octubre, ondear “la bandera de la épica” se traduciría en “perder todo lo ganado”.

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Urkullu intercambió asimismo mensajes con el presidente del Gobierno, un Mariano Rajoy que a su entender, y como le hizo saber a Puigdemont, se mostraba reacio a recurrir al 155. Incluso habló de “confusión permanente” entre ambas partes ante el horizonte venidero. Las mismas palabras empleó para definir la postura del socialista Pedro Sánchez, a quien apoyó en su moción de censura contra Rajoy en 2018, pese a que el PNV había bendecido los aún vigentes Presupuestos.

Hasta que llegó el 26 de octubre de 2017, día previo al pleno que marcaría el futuro de Cataluña, y el líder vasco recibió un mensaje de Puigdemont a las 02.18. El texto le adelantaba “la intención” de convocar elecciones. A las 10.05, añade, le ratificó la idea de disolver el Parlament y llamar a las urnas. Pero la comparecencia prevista a las once de la mañana se aplazó y a las 14.03 cambiaron las tornas: el catalán le arguyó “dificultades para mantener su decisión”. El último contacto lo recibió el lehendakari a las 21.42, cuando ya no había marcha atrás. El president le agradecía su ayuda y lamentaba la actitud de La Moncloa. Todos los intentos resultaron infructuosos y hoy Urkullu continúa como entonces: al frente de Euskadi y en constante negociación con Madrid para obtener beneficios para su autogobierno. Puigdemont, en cambio, será detenido si pisa España.

Ambigüedad y fútbol con Rajoy

El lehendakari mantuvo hilo directo con un Mariano Rajoy de quien no percibió una firme voluntad de aplicar el 155, pero sí ciertas imprecisiones que le desagradaron. Urkullu le envió un mensaje el 20 de septiembre de 2017 en el que le planteaba un cambio en el modelo de Estado. El presidente del Gobierno le contestó con un escueto “mientras vosotros aguantéis ahí”, respuesta que para Urkullu resultaba escasa.

La comunicación con el líder del Ejecutivo se mantuvo constante, con habituales alusiones a evitar el ya manido artículo 155 de la Constitución. Un mensaje del 10 de octubre recurrió a una de las grandes aficiones de Rajoy, el fútbol, para explicarle sus pesquisas: “Si se cumple lo que sospecho que puede ser la parte nuclear de la intervención de Puigdemont, lo interpretaría con un símil futbolístico: en lugar de juego vertical y pase hacia adelante, es un pase lateral en horizontal que alguno interpretará como un pase hacia atrás”.

 

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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