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El miedo del PSOE a perder la votación forzó un arriesgado pacto con Bildu

La Moncloa dio luz verde al acuerdo con el partido de Otegi. El presidente llamó este jueves a los agentes sociales para intentar calmar la situación

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la portavoz parlamentaria, Adriana Lastra, y los ministros Fernando Grande- Marlaska y José Luis Ábalos, el pasado miércoles en el Congreso. En vídeo, fisuras entre los socios de la coalición a cuenta de la derogación de la reforma laboral. Vídeo: EFE | ATLAS

Ahora casi todos en el PSOE —no así en Unidas Podemos ni mucho menos en EH Bildu— ven claro que fue un error grave. Y en La Moncloa están esforzándose con múltiples contactos a todos los niveles para sacar los pies del charco. El presidente, Pedro Sánchez, llamó este jueves por la mañana a los máximos responsables de la patronal y de los sindicatos para intentar reconducir la situación. Pero mientras se estaba fraguando el pacto con la izquierda abertzale, sus protagonistas lo veían de manera muy diferente.

Para ellos, sobre todo los socialistas, encabezados por la portavoz, Adriana Lastra, apoyada desde La Moncloa por la vicepresidenta Carmen Calvo y con respaldo del presidente —la primera es una de sus colaboradoras más cercanas— lo único que contaba era evitar una derrota parlamentaria en la prórroga del decreto de alarma de consecuencias jurídicas y políticas imprevisibles. “Ahora todos se preguntan por qué arriesgamos tanto si los cinco votos de Bildu no eran necesarios [la votación acabó con 177 síes, 162 noes y 11 abstenciones]. Pero no se puede juzgar una votación por cómo acaba. Tienes que estar ahí para entenderlo. Y hasta el último minuto temimos que podíamos perder. Había que asegurar como fuera todos los votos y evitar que subieran los noes. Ahora que ganamos cómodamente parece fácil. ¿Pero alguien se imagina qué hubiera pasado si perdemos?”, señala una persona al tanto de las negociaciones.

Con el PP y Vox apretando en el no, si EH Bildu se iba también a esa posición, todo quedaba en manos de Ciudadanos, explican en el PSOE. Un riesgo demasiado alto que los socialistas no quisieron correr. Y eso les llevó a meterse en un problema político importante.

Para entender qué pasó hay que ir un poco más atrás. Justo después de la agónica prórroga anterior, Sánchez ordenó a la vicepresidenta Calvo que esta vez hiciera una negociación con tiempo para evitar sustos. Ella habló con casi todos los líderes, incluidos Pablo Casado e Inés Arrimadas. Solo dejó fuera de la ronda a Santiago Abascal. De forma paralela, Sánchez había apostado fuerte por repescar a ERC y ordenó recuperar de forma absolutamente secreta el equipo negociador de la investidura. Se vieron varias veces.

El Gobierno jugaba a todas las bandas. Sabía que el PP iría al no y necesitaba garantizar la votación. Incluso Pablo Iglesias, líder de Unidas Podemos, reforzó la pinza con contactos con ERC. Algunos ministros se volcaron en atraer a grupos pequeños como Más País, Compromís, Coalición Canaria, BNG, Teruel Existe, PRC y Nueva Canarias. Félix Bolaños, secretario general de Presidencia, y Carlos Cuadrado, vicesecretario general de Ciudadanos y hombre de confianza de Arrimadas, abrían paso al segundo acuerdo en dos semanas.

Pero las cosas empezaron a torcerse rápido. Nadie quería la prórroga de un mes que proponía Calvo. Y ERC se ponía cada vez más difícil. La tensión interna en los republicanos catalanes entre el sector moderado de Gabriel Rufián y Pere Aragonès frente al más duro de Marta Rovira y Marta Vilalta complicaba todo. Para el fin de semana la alerta era máxima. El Gobierno temía que Cs no entrara al “sí”. Veía la tensión con su diputado Marcos de Quinto como una prueba de las dificultades internas de Arrimadas. Compromís también se caía. El BNG no acababa de entrar. En ese contexto se termina de fraguar el pacto con EH Bildu, que ya se venía trabajando entre Lastra, Pablo Echenique (por Unidas Podemos) y la portavoz abertzale, Mertxe Aizpurua.

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Ahora varios ministros se llevan las manos a la cabeza. Ninguno de ellos lo sabía. Es el estilo del núcleo duro de Sánchez, siempre criticado en privado como origen de muchos de los errores y rectificaciones del Gobierno. Las decisiones se toman entre poquísimas personas con un secretismo que suele jugar malas pasadas. Ni siquiera se consultó a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, de Unidas Podemos, que lleva el diálogo social y prepara la contrarreforma laboral. Tampoco a la de Economía, Nadia Calviño, que montó en cólera en cuanto conoció el acuerdo y presionó exigiendo una rectificación que finalmente llegó al filo de la medianoche.

El acuerdo se armó el lunes y se terminó de cerrar prácticamente el martes. Pero ese mismo día, Sánchez no dijo nada sobre EH Bildu a los ministros. Y el día anterior tampoco soltó ni palabra a los barones autonómicos del PSOE. Es más, en el Consejo de Ministros Sánchez solo dijo que deseaba mucha suerte a Calvo con la negociación. Uno de los problemas que señalan varios miembros del Gobierno es que prácticamente no se habla de política en los Consejos de Ministros. De hecho, ese día los miembros del Ejecutivo se enteraron por la rueda de prensa de que se había pactado con Cs una prórroga de dos semanas. En el Consejo solo se había hablado de una prórroga de un mes, hasta el 27 de junio.

El pacto con Cs el martes dio un gran respiro al Ejecutivo. Pero Lastra y Echenique seguían adelante con la alternativa Bildu como una especie de seguro, una vez constatado que ERC se encaminaba al no. La socialista informaba a Sánchez y Echenique a Iglesias, más que satisfecho porque siempre apostó por acercarse a la formación dirigida por Arnaldo Otegi, y sobre todo con un acuerdo que sancionaba su posición tradicional: derogación “íntegra” de la reforma laboral. Unidas Podemos no logró colocar esa palabra en el pacto con el PSOE en diciembre. Se quedó en “derogación”, sin apellidos. Pero la ansiedad de los socialistas por evitar una derrota hizo que esta vez no se detuvieran mucho en ese término antes de firmar.

El texto fue consultado con La Moncloa, y el presidente estaba informado, pero lo vio muy poca gente. Se aceptó la propuesta de Bildu sin muchos problemas. Sánchez quería garantizarse todos los apoyos posibles. Aún hizo algún último intento con una llamada a Pere Aragonès, hombre fuerte de ERC, que estaba en contacto permanente con Calvo. El presidente quería salir del miércoles con su mayoría reforzada. Cs le exigía que eligiera entre ERC y ellos, y los republicanos al revés, pero él negociaba con los dos para evitar sorpresas.

El acuerdo con EH Bildu se cerró el martes por la tarde, aunque se firmó el miércoles. Pero había un riesgo: que Cs se echara atrás si se daba a conocer. Lastra, Echenique y Aizpurua pactaron a última hora del martes que solo se haría público después de la votación, algo totalmente inusual.

Por si había dudas de que el presidente estaba al tanto de todo, fue él quien reveló la negociación en el pleno. En su réplica a la portavoz de Bildu, sobre las 14.30, agradeció “su tono y su abstención” y le dijo que “el compromiso de investidura de derogar la reforma laboral permanece indeleble”. Descolocada ante tanta transparencia, Aizpurua hizo notar al presidente que ella aún no había anunciado su postura en la votación. “Supongo que entonces es porque han aceptado derogar íntegramente la reforma laboral”, le comentó reforzando la palabra “íntegramente”. Pero nadie parecía estar muy atento a este cruce. Ciudadanos no dio la voz de alarma y mantuvo su posición en el “sí”. “Muy poca gente está atenta cuando habla Bildu. Solo estaban pendientes los negociadores”, recuerda un diputado.

La prórroga se votó sobre las seis de la tarde. A las 20.16, EH Bildu lanzó su comunicado con las firmas de Lastra, Aizpurua y Echenique. El escándalo crecía cada minuto. La Moncloa transmitió a todos, incluido Cs, que habría una rectificación. Llegó a las 23.41. Con ella se trataba de cerrar la brecha interna en el PSOE y el incendio desatado con la patronal. Pero se abría otro con Podemos, que reivindica el acuerdo. Ahora en La Moncloa hay ambiente de crisis importante. Esperan que todo cambie en la próxima votación. Pero nadie sabe muy bien cómo.


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