Stefan Sagmeister, diseñador: “Este es un gran momento latino en todo el mundo”
El artista austriaco, colaborador de The Rolling Stones, Talking Heads o Lou Reed dejó huella en el centro cultural La Térmica de Málaga con ‘Better’, muestra en la que defiende que nunca hemos estado mejor y dentro de ese positivismo destaca al mundo latino


No hay manera de convencer a Stefan Sagmeister (Viena, 62 años) de que vamos hacia el abismo. Si lo intentas, dará a cualquier argumento la vuelta y te probará que nunca la humanidad anduvo mejor. Con esa sensación han salido quienes vieron Better, su exposición en La Térmica de Málaga, o los que conozcan su obsesión rigurosa a la hora de probar su terco optimismo mediante la acción Beautiful Numbers. ¿Optimismo? Corto se queda el término: lo suyo es euforia. Y su meta, despojarnos de toda la negatividad capaz de abrir la puerta a los peores autoritarismos. Ni las últimas barrabasadas dejan de convencerle de que el progreso y la belleza nunca alcanzaron mayores cotas que las del presente. Que le tilden de ingenuo, le da igual, hasta que le consideren algo peor por ello… Él continúa su misión este año, además, con un periodo sabático dedicado a estudiar español y moverse entre capitales latinas para comprobar qué se cuece en ellas. Ha pasado unos meses en Madrid antes de trasladarse a Buenos Aires y Guadalajara. Se crio en Viena y triunfó en Nueva York, haciendo portadas de discos para The Rolling Stones, Talking Heads o Lou Reed. Ha expuesto en los grandes museos y marcado huella en el diseño contemporáneo. A pesar de la persecución impulsada desde un norte agresivo y malencarado, cree que lo latino está viviendo su gran momento global y quiere dotar a dicho impulso de energía positiva y belleza.
Pregunta. ¿De dónde viene su euforia?
Respuesta. Tengo algunas respuestas para eso. Nací optimista. Cuando tenía ocho años envié una cinta grabada a mi hermana de 18 que debió de grabar mi madre. Estaba recitando un acto de Navidad y el tono era muy animado. Yo debía ocuparme de un papel concreto, pero me sabía todos los demás de memoria: los de José, María, se los recité disfrutándolos realmente. Eso me hace sospechar que, de alguna manera, nací así, pero cuando lo pienso fríamente, tenía muchísimo sentido que lo fuera. Porque siempre que he intentado resolver un problema, busco varias soluciones que me lleven a la conclusión de poder ser arreglado en un 60% o 70% de los casos. Cuando ahora escucho a financieros hablar con mucha elocuencia del mercado, la mayoría de los responsables de las grandes compañías son optimistas respecto al futuro. Sin duda. Y no me extraña, porque si miramos la existencia de los mercados en los últimos 150 años y la dividimos en periodos de 10, siempre han subido.
P. ¿Creer que la posibilidad de que nos vaya a ir bien, entonces, es cuestión de una voluntad basada en cifras o de otra cosa?
R. De voluntad y de lógica.
P. Pero la voluntad, a veces, viene primero que la lógica. Usted, confiesa, es optimista, ¿basa su voluntad en datos que apoyen su positivismo?
R. Puede pensar que, efectivamente, voy en busca de esos datos positivos que lo refuercen. Si resulta llamativo es porque todo el mundo en lo que se centra es en recopilar datos que refuercen posiciones negativas. Cada día las noticias destacan lo que ha ido mal.
P. ¿No le resulta tremendamente escandaloso ser optimista en estos tiempos?
R. En el mundo del arte, mucho. La enorme mayoría de las exposiciones abunda en denuncias de cosas horribles.
P. ¿Ha encontrado en esa rareza una manera de llamar la atención y marcar la diferencia?
R. Eso intento. Pero no por oportunismo. Creo que ese cúmulo de negatividad produce consecuencias graves.
P. ¿Por ejemplo?
El resultado de las elecciones en Estados Unidos. El reclamo de volver a hacer América grande otra vez se basa en la presunción de que se encuentran en un agujero. Y en ese estado moral, todos tienen su parte de responsabilidad. Los medios liberales y de izquierda tanto como los de derecha. Ambos trasladan a la sociedad que las cosas están mal. Hace 50 años, Ronald Reagan ganó con un gancho similar. Consiste en jugar con la nostalgia para crear un estado de opinión que lleve a pensar que todo es terrible. Los hechos contradicen todo eso.
P. La negatividad engancha, ¿cómo se las arregla para atraer la atención? ¿Es la condición humana la que nos lleva a decantarnos por eso?
R. Interesan muchísimo más las desgracias. Creo que por dos razones: una se remonta a instintos ancestrales como la precaución. Si no éramos conscientes de que alrededor de nosotros merodeaban los leones, estábamos muertos. Otra tiene que ver con algo muy actual, la brevedad. Las noticias se cuentan en pocas líneas, cuanto más cortas en este ciclo, mejor entran.
P. Como artista, ¿es consciente de que debe combatir eso buscando su propia forma también, a poder ser corta e impactante?
R. Ahí radica la dificultad: resaltar lo positivo de manera interesante para captar la atención es mucho más difícil. Todo un reto. Yo mismo tiendo a juzgar lo bueno como ligero, simple, superficial…
P. ¿Idiota? ¿Infantil? ¿Cuántas veces ha tenido la sensación de que le han considerado estúpido por lo que transmite en su obra?

R. Tiene que ver con lo que estamos hablando. Me ocurre cuando la gente que lo ve no le dedica tiempo a detenerse en las exposiciones o profundizar en lo que digo mediante mis libros o catálogos. Pero si le dedican lo suficiente, ocurre todo lo contrario. Las reacciones son estupendas si me dan espacio para explicarlo bien. Si lo ven solo en Instagram, por ejemplo, lo juzgan mal.
P. Pero le traerá al pairo lo que de usted se diga en las redes…
R. Estoy en Instagram, pero generalmente me cuelgan admiradores jóvenes. Pero me da igual, sí. Creo que, a pesar de eso, me beneficia estar ahí.
P. Decía Platón que lo bello es difícil. Una de las bases y principios de su trabajo se centra en la belleza. ¿Merece esa búsqueda el viaje de una vida?
R. Desde luego. Pienso mucho en eso, como diseñador, cuando debo resolver un problema específico. Si alguien me encarga una silla cómoda, para mí no hay inconveniente. Lo puedo hacer bien. Pero si llega alguien y me pide una silla cómoda acorde con nuestra época, digna de 2025 y que sea bonita, entonces eso se convierte en una de las cosas más difíciles que me puedan plantear. Me lleva a competir con milenios de historia de las sillas, a lograr algo funcional, que se adapte a las tecnologías y avances de nuestro tiempo y que, encima, sea bello. Un dilema con otra vertiente…
P. ¿Cuál?
R. Muchos arquitectos y diseñadores se han entregado al funcionalismo porque son increíblemente vagos. Está chupado centrarse en hacer cosas que funcionan. Me harto de escuchar en congresos a muchos que se empeñan en negar la estética y centrarse en resolver problemas. ¡Ya! Siempre que lo escucho, pienso: que te den. Lo que pasa es que eres un vago.
P. ¿Cuál es el propósito principal del diseño, entonces? Hemos hablado de la belleza y la funcionalidad. ¿Dónde queda, además, el dinero?
R. Para mí hay dos propósitos principales: ayudar a la gente y deleitarla. Si consigo ambas, logro una pieza buena y lo demás llegará. Me imagino que se aproxima al periodismo. Si escribe una pieza que ayuda a comprender cosas y, encima, quien lo lee, lo disfruta, habrá cumplido.
P. Para eso es importante tener en cuenta que a quien te diriges es siempre más inteligente. ¿No multiplica eso el ansia de seducir?
R. Desde luego. Cualquier objeto que te hace sentir bien y además lo quieres tener cerca para verlo, funciona. No lo tirarás como cualquier mueble de serie. La clave está también en que quieras conservarlo durante décadas.
P. Además de todos estos factores, usted ha nacido en Viena… A propósito de su ciudad: allí vivió Stefan Zweig a principios del siglo XX y también se le contagió una euforia que se le atragantó después no con una, sino con dos guerras mundiales hasta llevarle al suicidio. ¿Piensa también en eso?
R. Me ha influido mucho mi condición de vienés. Sobre todo, la casi imperceptible frontera que existe en la ciudad entre el arte y el diseño: todas sus esquinas están empapadas de eso. Y particularmente, la actitud de los artistas de vanguardia, desde Gustav Klimt a Oskar Kokoschka, que no ambicionaban solo estar en los museos, sino presentes en la calle con sus carteles y pósteres. Hacían de todo: pinturas, muebles, arte gráfico… Al estudiar allí, todo aquello se convirtió en parte de mi esencia y mi formación. Pero ahora mismo, la ciudad no goza del mismo entusiasmo de aquella época de Zweig. Los vieneses participan hoy mucho del arte de la queja.
P. ¿Cómo explica que ahora allí, con plena conciencia histórica de lo que ha sido el fascismo, haya calado la ultraderecha?
R. Creo que, no solo en la ultraderecha, en todas las tendencias políticas, nos tomamos mucho más en serio lo malo que lo bueno. Ahora trabajo en una exposición que tiene que ver con cómo la idea del fin del mundo ha calado en cada generación desde el principio de los tiempos. Siempre ha existido alguien, incluso gente muy inteligente, que ha profetizado el fin. Gente seria, inteligente, auténticos popes según las épocas, no solo colgados.
P. ¿Por qué?
R. No estoy seguro, pero en cada generación creo que opera un resorte según el cual creemos ser los últimos.
P. ¿Por narcisismo? ¿Un ego sistemático que nos hace creernos a todos y cada uno dignos del fin?
R. Sí, eso es.
P. Con la excepción en esta época de que algunos amenazan con el botón nuclear… Más riesgo.
R. Cierto, esa amenaza no estaba presente antes, pero no sé si marcará la diferencia. No estoy seguro.

P. En aquella esplendorosa época del final del Imperio Austrohúngaro, fueron capaces de percibir lo que se avecinaba con sendas guerras mundiales. En música, por ejemplo, por allí andaba la segunda escuela de Viena, con Schoenberg a la cabeza, apuntando con sus sonidos hacia el apocalipsis.
R. Sin duda. Esa vibración se percibía en todas las artes. Algunos apuntaban a la belleza, pero otros, a la distorsión, a la fealdad. Ahora, la ciudad anda en un punto intermedio. Sigue siendo un lugar excitante, aunque, sobre todo, lo mejor se apoya en la increíble herencia de su historia, eso les hace dormirse un poco porque todo lo juegan a la carta del pasado. Pasan cosas, pero no al mismo nivel que en Londres o París. Londres, antes del Brexit, era la capital cultural europea. Pero muchos se han ido y habrá que calcular las consecuencias en cinco o diez años.
P. La música ha sido importante para usted. Hasta el punto de crear una compañía propia dedicada a trabajar el diseño en ese campo. ¿Lo disfrutó?
R. Sí, cuando creé mi propio estudio quería dedicarme a eso principalmente. Pensé que me interesaba más tratar con músicos que con directores de marketing. Pero, sobre todo, porque me apetecía probar el reto de hacer visible la música. Diseñar una portada de cualquier disco es mucho más interesante que un póster de películas. El cine es visual, con escoger una imagen que tenga que ver con la película o sus actores en un paisaje con Photoshop, vale. Pero visualizar la música es algo más complicado. Consiste en trabajar la emoción con imágenes.
P. ¿Se trata de convertir esa emoción sensorial e invisible en icónica?
R. Eso, y, además, en los tiempos en que todo el mundo tenía vinilos en el salón. Ahora es menos atractivo, consiste en empaquetar archivos y eso es mucho menos interesante. Los vinilos multiplicaban la base del fenómeno fan. Eso se acabó. Además, a mí me interesaba llegar a las masas, a audiencias enormes.
P. ¿Como hizo usted para The Rolling Stones…?
R. Exacto, con públicos que iban desde los 10 a los 70 años.
P. ¿Qué grupos o músicos le interesaban?
R. Tuvimos la suerte de trabajar desde el principio para los que nos gustaban, como The Rolling Stones, Talking Heads o Lou Reed… Era la música que yo escuchaba.
P. Cuando dice que le interesaba más trabajar para músicos que para directores de marketing, Mick Jagger, ¿qué es más, artista o empresario?
R. Pues, entre los que he trabajado, es el que más se aproxima a un empresario. Tiene esa formación, fue a la London School of Economics, pero a la vez nadie discute que se trata de una enorme estrella del rock, del número uno. No creo que haya nadie que haya logrado mantenerse tan alto, sin caer, a lo largo de 60 años. Sin embargo, cuando hablábamos de las portadas, decía que debería funcionar tanto para los discos como para una gorra de béisbol. Ya estaba pendiente del merchandising. Es un visionario.
P. ¿Y David Byrne, también?
R. En otro sentido, mucho más estético. Trabajar con él también es muy interesante. Muy divertido. Le encanta sacar lo mejor de cada persona que trabaja en grupo con él. Deja muy claras algunas directrices al empezar, pero luego te da toda la libertad para ejecutarlas.
P. ¿Y Lou Reed? De los tres es quien ha muerto. ¿Ha ayudado su icono a configurar la leyenda?
R. Decían de él que era un hombre muy complicado. Quizás lo fuera en los entornos ajenos a la música. Pero tuve la suerte de que consideraba las portadas como parte de la creación musical y eso me daba ventaja. Cuando trabajamos juntos, además, tenía una relación con Laurie Anderson y ella fue una gran influencia en su vida. Es una mujer muy positiva y sensible para el arte. Además, éramos vecinos y nos entendimos muy bien.
P. ¿De qué manera la tecnología ha transformado el diseño en las últimas dos décadas?
R. En la historia del diseño, desde los romanos hasta hoy, la tecnología ha ayudado a evolucionar, pero en las últimas dos décadas, el salto ha sido gigantesco. Las formas actuales del diseño están completamente ligadas a la innovación tecnológica. Lo interesante es no solo lo que puedes llegar a hacer, sino lo que hace 20 años considerabas inimaginable que pudiera suceder en ese campo. Tu cerebro era entonces incapaz de concebirlo, ni te parabas a pensarlo.

P. Y en eso, ¿quiénes han estado más a la vanguardia? ¿Apple?
Para el diseño, sin duda. Steve Jobs concebía al mismo nivel lo práctico y lo bello. Fue el único responsable tecnológico que hablaba sistemáticamente de la estética. Sabía perfectamente que la gente deseaba belleza y estaba dispuesta a pagar extra por ello, que no nos importaba invertir más tiempo entre cosas muy sencillas que consideramos bonitas. Existe un consenso sobre lo bello, además. Entre las encuestas que votan por las ciudades más bonitas, siempre salen básicamente las mismas. Hasta el punto de convertirse en un problema porque se masifican de turistas, como sabemos. Las estresamos. Hay lugares dentro de esas ciudades que lo soportan mejor. En París, a la Torre Eiffel o Notre Dame, por ejemplo, las masas les sientan mejor.
P. Y de Madrid, ¿qué opina?
R. Es una ciudad increíble y ha madurado en ese sentido, en los últimos años, a la hora de convertirse en una gran ciudad. Lo mismo que algunas metrópolis latinoamericanas. Existe una razón para que las haya elegido como destino de mi año sabático. Este es un gran momento latino en todo el mundo. Y Madrid, en ese sentido, es importante porque muchos latinoamericanos han dejado de lado Miami y la han elegido para vivir o trabajar. Para mí está clarísimo. Gran parte de lo bueno está por hacerse en este entorno. Y quienes lo han empezado a llevar a cabo en los últimos años están vivos, así que todavía puedes hablar con ellos tanto en México como en Colombia… Si vas a Roma, quienes la hicieron posible, incluso en los años sesenta o setenta del pasado siglo, ya no están. No puedes hablar con ellos.
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