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‘Stille Nacht’, un cuento de Navidad de Jorge Volpi

Una noche como otras, una noche como ninguna. Dos seres perdidos ante el teclado se encuentran sin buscarse. Una conversación virtual en un mundo cruelmente real. Recuerdos del pasado, quién sabe si del futuro. Navidad y final de año, campanadas y ausencia, ruido y soledad. Ya son las doce. Adiós.

EPS 2515 PLACERES ESPECIAL NAVIDAD RELATO
Sandra Navarro
Jorge Volpi

¡Y esa fue la mejor!

¿Quieres la peor?

No me ganas.

¿Apostamos?

Dos categorías: niño y adulto.

A ver, empieza tú. De niño.

Simplemente, no hubo. Fin.

¿Cuántos años tenías?

Ocho.

Cuenta.

Mamá se la pasó todo el santo día en la cocina con el pavo y el relleno, los romeritos —horrorosos—, el bacalao, la ensalada de manzana, una enorme carlota de fresas, horas y horas sin parar. Sin detenerse ni un segundo, sudando, como si se le fuera la vida. Nos obligó a desempolvar la vajilla de la abuela, a limpiar los cubiertos con un líquido negruzco —se me revuelve el estómago—, a desempacar los adornos y a poner 15 lugares en la mesa. Vaya atracón, hacía mucho que no demostraba esa energía. Mi hermana y yo la contemplábamos sin adivinar quién iba a venir, desde que mi padre se largó apenas salía de casa, rara vez visitaba a sus amigas, y de pronto aquel banquete imprevisto. El arbolito atiborrado de esferas, muñecos y lucecitas, el pesebre en el hueco de la chimenea, dulces y turrones en cada esquina. Incluso compró una piñata de estrella y nos hizo llenarla con tejocotes, jícamas, caña de azúcar, colación y cacahuates.

¿De veras no llegó nadie?

¿Soy tan predecible? A las doce nos sentamos a la mesa y colocó la avalancha de platillos frente a nosotros. Nos dijo que debíamos esperar a los demás. Diez minutos, media hora. Una. Dos.

¿No protestaron?

Tendrías que haberle visto la cara.

¿Y ustedes qué hacían mientras?

Mirarnos en silencio.

¿Y luego?

Mi hermana se rio.

¿Es menor que tú?

Dos años. Era muy divertida, hace años que no sé de ella. No podía parar y me contagió. Los dos nos carcajeamos hasta que nos dolió la panza. Mi mamá se levantó y empezó a llevarse los platos sin decir ni una palabra.

¿No cenaron?

Nos mandó a la cama. A la mañana siguiente, no había ni restos de la algarabía. Ni pavo ni turrón, ni siquiera el nacimiento o el arbolito. Tampoco regalos, por supuesto. Nos sirvió el desayuno como en un día normal.

¿No le reclamaron?

Ahora vas tú.

¿De niña?

Como quieras.

Nos quedamos con la abuela como cada año. Ellos siempre se largaban de vacaciones y nos enjaretaban a las tres en Campeche.

Linda ciudad. No suena tan mal.

Era una vieja horrible, de cuento. No nos aguantaba. Pero no le quedaba otro remedio que cuidarnos.

Seguro exageras.

Yo tenía 14. Mis hermanas, 13 y 11. Y allí estaba, otra vez dándonos la lata con no sé qué, cuando pum, se derrumbó.

Seguro te lo estás inventando.

Duró en coma dos semanas.

¿Y de adulta?

La del año pasado.

Cuenta.

Desperté en el hospital dos días después. No me acuerdo de nada. ¿Tú qué es lo que más odias?

Que, en cuanto se acaba el pan de muerto, vendan pinos y panetone y llenen las calles de foquitos.

A mí, la obligación.

Yo tampoco sé bien qué hice el año pasado. O el anterior, o el anterior del anterior. Series, videojuegos, whats.

Lo peor es el ruido.

Las risas.

Los abrazos.

Las felicitaciones.

Las tarjetas.

Los regalos.

Santa Clos.

Los Reyes.

El turrón.

La cruda.

La familia.

La familia.

Los Grinch como tú.

O como tú.

Soy un cliché. Y tú también.

¿Brindamos?

Llevo horas haciéndolo.

Salud entonces.

Salud.

Creo que detesto más a los que no paran de quejarse que a los que disfrutan de esta época.

Yo no tolero a los que fingen estar felices.

¿Y qué me dices de los que fingen no estarlo? No serás de esas.

Antes me sentía superior, despreciaba en secreto a las turbas de zombis que pululan por las calles arrastrando bolsas y paquetes. Ahora me da igual.

Si te diera igual no andarías por aquí.

¿Y eso?

Bueno, justo este sitio. Y el día de hoy. Digo.

Tú también andas por aquí.

¿Has hablado con mucha gente?

Eres el primero. ¿Y tú?

Unos cuantos. Entré muy temprano.

¿Y?

No sé, hay de todo.

¿Mucho loco?

Mucho farol.

Y un montón de morbosos, supongo.

Creo que la mayoría entra por pura curiosidad.

¿Cuántos se lo tomarán en serio?

Hablé un buen rato con una chava y me pareció que lo tenía muy claro.

¿Edad?

26. O eso me dijo.

¿Te contó algo feo?

Muy poco.

¿Y luego?

Me bloqueó.

¿Trataste de animarla?

¿Por quién me tomas?

¿De disuadirla?

¿No leíste las instrucciones?

¿A poco eres abogado? Solo eso me faltaba.

Diseñador. ¿Y tú?

Esto no es Tinder. Mejor cuéntame qué le dijiste a esa chava.

Que sonaba alegre.

¿Yo también te sueno alegre?

No, tú no.

Menos mal. ¿Y por qué le dijiste eso?

No sé.

¿Y crees que?

Ni idea. Al final no lo vamos a saber. Eso es lo raro, ¿no? Me pregunto a quién se le habrá ocurrido.

¿A Elon Musk?

¿Alguien ganará algo?

Somos una preciosa fuente de información. Piénsalo. Se podrían sacar miles de estadísticas. Excelente herramienta para publicistas.

Y loqueros.

A ver, hazme un resumen de tus interacciones.

Me inscribí a las siete de la mañana. Desde entonces, he hablado con 11 personas, tú eres la número 12. Cuatro hombres y ocho mujeres.

No andarás ligando.

Treinta y tantos en promedio. Diría.

¿Algún patrón?

Aquí nadie habla demasiado. Caras largas, algún sollozo. Y varios con cara de palo. Vete tú a saber.

¿Y qué problemas tenían?

¿Problemas?

No sé, por algo vendrían aquí.

¿Tú te metiste por un problema?

Yo creo que la mayoría entra para sobrevivir.

Tampoco es tan fácil. Hay que pasar varios filtros para llegar al sitio auténtico.

¿Estás seguro de que estamos en el auténtico?

Tardaron en aprobarme. ¿A ti?

El mismo día, ja.

¿Y por qué?

No sé, quería hablar con alguien parecido.

¿Y sigues decidida después de oírme?

¿Tú no?

Sin duda.

Sin duda.

Sin duda.

¿Habrá un perfil específico? ¿Algo que nos hermane?

Una cofradía. Si este lugar fuera más accesible, tendría más miembros que Facebook y X.

Patético.

Gente que necesita atención en un día como hoy.

Gente que no quiere irse sin más.

¿Por eso estás aquí?

Yo qué sé.

No estarás esperando un rollo edificante.

Ni loca. Lo que menos quiero —lo que menos quiero— es que alguien, tú o quien sea, me sermonee. Si empiezas, te bloqueo.

¿Un último brindis?

No me quedan ni las gotas de la felicidad.

¿Te animas a decirme por qué?

No.

¿Qué quieres de mí?

¿Qué quieres tú?

Nada.

Nada.

Una nada compartida.

Otra cursilería y te bloqueo.

Son casi las doce.

¿Tiene que ser justo a las doce?

Cada quien.

¿Tú ya elegiste cómo?

Sí.

¿Y la hora?

En cuanto deje de hablar contigo. ¿Tú?

Igual.

¿De veras no vas a buscar a nadie más?

A estas horas estarán borrachos o pasados.

¿Te puedo decir algo? No ha estado mal.

Nada mal.

Si no fuera porque.

Si no fuera.

¿Me dices cómo te llamas?

¿Para qué?

No sé, llegados a este punto.

No crees en nada, ¿verdad? Después.

Asumo que tú tampoco.

No asumas. Tal vez solo prefiero no saber.

¿Y aun así?

Sí.

¿De veras no me vas a decir tu nombre?

¿Sigues tan decidido como al principio?

Más.

¿Y ya tienes todo listo?

¿Tú?

Todo.

¿En serio no te da ni un poquito de miedo?

No.

El problema es que no voy a saber.

Yo tampoco.

Igual solo es un juego.

Igual.

Aunque no habríamos llegado hasta aquí si lo fuera.

¿Quieres decir algo antes?

Ni que fuera poeta.

¿Puedo hacer algo por ti?

No. ¿Tú quieres decir algo?

Darte las gracias, tal vez. Es la conversación más larga que he tenido en un buen tiempo.

Te voy a bloquear si sigues de cursi.

Tienes razón. ¿Oyes las campanadas?

Fue un placer.

Un placer.

Adiós.

Adiós.

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