¿Minimalismo o exhibicionismo? Llegan las ventanas sin cortinas
Un nuevo marcador de estatus social se nos viene encima: grandes ventanales completamente desnudos, cuales enormes escaparates de la vida privada.
Un nuevo marcador de estatus social se nos viene encima: grandes ventanales, despampanantes y de nobles materiales, pero totalmente desnudos, sin cortinas, cuales enormes escaparates de la vida privada de sus habitantes, propietarios de pisos reformados en zonas gentrificadas de las grandes capitales del mundo. The New York Times da fe en un reportaje de las obligatory uncurtained windows de Brooklyn Heights, y las describe como “dioramas etnológicos” de los habitantes “blancos y mileniales” del West Village, en Manhattan; o de Park Slope, en Brooklyn. The Guardian se las ha encontrado en los señoriales pisos del West London, y TikTok las ha convertido en contenido viral. Los hashtags #NakedWindows y #staresinrichpeoplewindowsnyc, entre los más populares de Manhattan, reúnen a los tiktokers que salen a las calles con auténtico interés antropológico a espiar, a través de las ventanas, la vida de sus vecinos ricos, y a copiarles, dicen, sus tips de decoración. En algún vídeo aparecen incluso los propietarios, orgullosos y sonrientes, tras sus grandiosos ventanales desnudos.
Las ventanas sin cortinas dejan ver un espacio diáfano con unas pocas piezas caras. Un show off que dirían seguramente sus vecinos: riquísimos pianos de cola, el perro de Jeff Koons, un par de sofás Togo, una elíptica de Technogym, enormes cocinas en islas de mármol macizo y un candelabro de plata. Todo en orden. Una mascota, quizás un gato persa o un lebrel afgano, podría completar el cuadro.
La cuarta temporada de Succession (HBO), la serie que ha registrado los códigos cerrados de la clase alta contemporánea, resumidos en la gorra de béisbol de Loro Piana y los jerséis de vicuña de Brunello Cucinelli, también puso a sus ultrarricos y malísimos personajes a vivir sin cortinas. Ahí tenemos a Shiv Roy (Sarah Snook) en su magnífico loft de 35 ventanas donde aparentemente solo la habitación y los baños están protegidos. Su hermano mayor Kendall (Jeremy Strong), vecino del Upper East Side, habita un lujoso penthouse con vistas a Manhattan sin una sola ventana cubierta.
Con varios ismos se intenta teorizar sobre esta tendencia. El argumento más clásico y antiguo es el calvinismo, que explica por qué en ciudades como Ámsterdam esta práctica no es ninguna novedad: según sus preceptos, una buena familia no tiene nada que ocultar tras una cortina que siempre resulta sospechosa. El otro argumento para prescindir de las cortinas es el minimalismo y la búsqueda de interiores curados, ligeros y limpios que promuevan la tranquilidad y la armonía.
El exhibicionismo y marcar estatus con cierto sigilo es el tercer argumento. Según los observadores del fenómeno, el lujo silencioso arrasa en la decoración, y, al igual que en la moda, funciona con códigos cerrados. No es que no se note, es que solo algunos tienen las claves para descifrarlo. Obviamente, no es el caso del perro de Jeff Koons encima de la encimera de mármol, pero sí lo es apagar la luz de todas las habitaciones con interruptores Forbes & Lomax, unos elegantes dispositivos de 1930, hechos con bronce, níquel y latón que, según los interioristas, son “las joyas de la corona”. Reconocer estos interruptores absurdamente caros no está al alcance de neófitos. Lo mismo pasa con algunas estructuras y cerramientos que se dejan sin vestir.
Ya en 2013 un estudio del Departamento de Energía de Estados Unidos vinculaba la riqueza familiar con la decisión de vivir a ventana descubierta. Según el trabajo, los estadounidenses que ganaban más de 150.000 dólares al año eran dos veces más propensos a vivir sin cortinas que aquellos que ingresaban entre 20.000 y 29.000 dólares. Una década después las cifras han mutado en una señal de estatus entre la población joven que vive en las áreas urbanas gentrificadas de Estados Unidos.
Daniel Jütter es profesor del Departamento de Historia de la Universidad de Nueva York y autor del libro Transparency: The Material History of an Idea (transparencia, la historia material de una idea), donde intenta demostrar que la experiencia humana de la transparencia está muy ligada a uno de los elementos clave de la arquitectura occidental: las ventanas de cristal. “No sé si las ventanas desnudas son una tendencia mundial, lo son en Nueva York, donde vivo”, afirma vía correo electrónico, y continúa: “Los holandeses han convertido sus ventanas descubiertas en un mito nacional, aunque creo que se trata de un fenómeno del siglo XX que se ha atribuido al legado protestante. Personalmente soy escéptico respecto a esta teoría, pues en la mayoría de las megaciudades modernas las ventanas sin cortinas forman parte, más que de cualquier otra cosa, de la lógica de la visualización del estatus”.
La casa Farnsworth, construida en 1945 por Ludwig Mies van der Rohe como segunda residencia para la doctora Edith Farnsworth, es quizás uno de los experimentos más radicales de transparencia. Con su mítica planta libre y sus paredes transparentes, su autor buscaba la reconexión con la naturaleza mediante el uso del vidrio que fusionaba el exterior y el interior de la vivienda. A Frank Gehry se atribuye esta frase: “Si uno viviera en la Casa Farnsworth, se despertaría por la mañana y recogería toda su ropa. Tendría cuidado de cómo deja las cosas”.
El profesor Jütter constata “cierto enamoramiento global” por las fachadas transparentes y los grandes ventanales de vidrio. “Creo que nuestro mantra contemporáneo del concepto social de transparencia está respaldado por la experiencia masiva y a gran escala de la transparencia como realidad material y arquitectónica”, escribe en su e-mail.
Sin embargo, el diseñador Nicholas Korody, autor de Los usos de la decoración (Rua Ediciones), propone otra lectura: “Hoy, en términos generales, los ultrarricos ocultan su riqueza, mientras que las clases burguesas o que aspiran a serlo presumen de un consumo ostentoso a través de las redes sociales. Si realmente hay una dimensión performativa en la ausencia de cortinas, deberíamos invertir nuestra lectura de su función porque la ventana se ha quedado anacrónica como dispositivo que delimita lo privado de lo público, la presencia ubicua de las cámaras ha hecho trizas esa idea”, reflexiona vía correo electrónico.
A Francesca Sapey, del estudio Teresa Sapey + Partners, empiezan a llegarle algunos proyectos con las ventanas desnudas. “Tenemos cada vez más casas donde la cortina desaparece”, cuenta en conversación con El País Semanal. “Lo atribuimos a la digitalización de la vida, que nos expone mucho en las redes sociales, diluye las barreras entre lo público y lo privado, y nos hace desear viviendas diáfanas y abiertas donde los espacios ya no están tan definidos”.
No es la experiencia de otros interioristas y arquitectos españoles consultados para este reportaje, que creen que la tendencia tardará en llegar a estas tierras. Algunos incluso piensan que nunca lo hará. “Si quitar las cortinas es una moda, no nos habíamos enterado, pero tampoco le vemos mucho recorrido aquí, donde somos celosos de nuestra intimidad y no entendemos el espacio privado como una extensión de nuestras cualidades morales, como sí sucede en la cultura protestante”, zanja Pablo López, de Casa Josephine Studio, y añade: “Nuestros clientes siguen necesitando cortinas para cuidar la privacidad y conseguir color, riqueza y variedad en las texturas. Nos intriga e inquieta este asunto. Si algún cliente nos pidiera quitar las cortinas, le preguntaríamos por qué y tal vez no lo entenderíamos”.
María Villalón, fundadora de Villalón Studio, lo considera “una moda extraña”, pero concede que en “proyectos más arquitectónicos se quiten las cortinas para potenciar las marqueterías y las estructuras exteriores”. “En general, yo las sigo usando para vestir los espacios y conseguir privacidad. Mis clientes no quieren miradas externas”, asegura. Una experiencia que también comparte la interiorista Belén Domecq.
“Es verdad que últimamente las cortinas se trabajan casi como una instalación con carácter, como un elemento arquitectónico per se”, opina Ricard Trenchs, de Trenchs Studio, y añade: “No poner cortinas es una decisión que potencia la belleza de la arquitectura moderna”. Trenchs cree que el deseo de enseñar los interiores solo sucede en aquellos casos en los que se intenta que “el interior funcione como escaparate de la vida”. “No creo que sea lo común ahora mismo en España”.
El deseo de vivir en una especie de showroom que oculta una riqueza menos obvia y sigilosa que estimula la imaginación y las miradas indiscretas del paseante encaja en otra práctica que parece moderna pero tampoco lo es tanto: la curiosidad, a veces malsana, por la vida, obra, gracia y desgracia de la clase alta. En inglés lo llaman wealth porn, algo así como pornografía de la riqueza. El economista Nicholas Bloom, profesor de la Universidad de Stanford, lo resume en una frase: “Colectivamente estamos dedicando más tiempo a comprobar cómo viven los ricos y famosos que a enterarnos de lo que han hecho nuestros amigos el fin de semana pasado”. Si ellos, encima, quitan las cortinas, pues nos lo están poniendo muy fácil.
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