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Teresa Helbig: “Algunos diseñadores nos han puesto zapatos con los que apenas podíamos caminar”

Esta catalana ha ganado en 2023 el Premio Nacional de Diseño de Moda. Tras un cuarto de siglo de confección a medida, romanticismo y ‘rock and roll’, la firma que lleva su nombre se ha consolidado como exitoso ejemplo de que mantenerse fiel a uno mismo tiene premio, incluso en un negocio como el de la moda

Teresa Helbig
Teresa Helbig, diseñadora de moda, retratada en su tienda taller de Barcelona.Vicens Giménez
Carlos Primo

El taller de la diseñadora de moda Teresa Helbig (Barcelona, 59 años) lleva casi tres décadas en la misma dirección: un edificio modernista en la calle de Mallorca de Barcelona, construido entre 1901 y 1909. Las Casas Jeroni F. Granell, diseñadas por el arquitecto del mismo nombre, son inconfundibles por los esgrafiados vegetales de la fachada y por un sinfín de detalles decorativos, de los azulejos del portal a balcones y lámparas de forja que, a varias manzanas de la ruta oficial del modernismo catalán, demuestran que no todas las joyas arquitectónicas de la ciudad pasan por Gaudí o por el paseo de Gràcia. El edificio, en todo caso, es una buena metáfora para explicar la trayectoria de Helbig, una diseñadora que lleva años forjando un sinfín de prendas preciosistas y suntuosas, llenas de detalles de rara artesanía y de espíritu práctico, igual que todos aquellos artilugios art nouveau que no aspiraban a ser esculturas, sino tiradores, paragüeros o quitasoles. “En realidad, la oficina está aquí porque vivo encima”, quita hierro la diseñadora sentada en una de las estancias de su estudio, en un sofá de cuero sobre el que cae la luz natural filtrada desde el patio de la manzana. Es una mañana de julio y Helbig lleva una de sus creaciones, un vestido corto de cuero con arandelas troqueladas de una precisión hipnótica, una primorosa labor de artesanía con vocación punk. La barcelonesa está acostumbrada a llevar su marca. Cuando diseñó sus primeras colecciones, cuenta, solía ponérselas a todas horas, a falta de publicidad. “Me iba a la compra al mercado con el niño y llevaba puesto un vestido azul noche con una joya. La gente debía pensar: ‘¿Y esta loca?’. Pero siempre había alguien que decía: ‘¡Guau!’. Así empezamos con la marca”.

Acaba de ganar el Premio Nacional de Diseño de Moda y cerró 2022 con una facturación de 1,1 millones de euros. ¿Es el mejor momento de su carrera?

Desde luego, es un momento bueno que nunca hubiésemos soñado, porque nunca hemos planeado nada. Hemos crecido lentamente, sin momentos de explosión. Y ahora estamos internacionalizándonos y también formando equipo, porque nuestra forma de trabajo necesita, además de mucha pasión, mucho conocimiento. Aquí recuperamos técnicas antiguas y tenemos que formar a gente. Ahora tenemos a muchos jóvenes en el taller, ¡jóvenes a los que les gusta coser! Antes era imposible.

¿Y a qué cree que se debe este resurgir del interés por la costura?

Creo que la juventud está muchísimo más implicada con la sostenibilidad. Quieren saber dónde gastan su dinero. Y esos valores tienen que ver con comprar algo ético, que dure. La tendencia rápida es cero Helbig, buscar una satisfacción rápida es cero Helbig, y eso implica un esfuerzo de ahorro, claro. Siempre lo he tenido claro. Yo misma, cuando no tenía un duro, ahorraba todo el año para comprarme un modelo de Azzedine Alaïa, que me suponía un pastizal.

Alaïa era conocido por hacer prendas con mucha complejidad técnica, en pequeñas colecciones casi de costura que no seguían temporadas. ¿A qué otros diseñadores admiraba?

Alaïa era mi preferido. Tengo cuatro prendas suyas que todavía uso. También Thierry Mugler y Jean Paul Gaultier. Sus diseños marineros me parecían lo más. Y Claude Montana. Eran todos diseñadores que estaban muy por encima de mis posibilidades, pero curraba mucho e iba ahorrando. En aquel momento tampoco existía Zara. Y me fascinaba cómo estaban hechas aquellas prendas, cómo quedaban. Para mí, que una prenda quede bien es fundamental.

¿Cómo vivió la moda desde niña? ¿Se hablaba del tema en casa?

No. Mi padre era albañil y mi madre, costurera. Vivíamos en el Poble Sec, aquí en Barcelona. Yo veía a mi madre coser y trabajar como una bestia parda. A veces la ayudaba, o pensaba que la ayudaba. En aquella época, iba a un colegio de monjas y nos mandaban a hacer manualidades, que eran como labores, una cosa muy cursi. Una vez nos pidieron hacer un tapete de ganchillo, y a mí me salió un sujetador increíble. Las monjas no tardaron en llamar a mi madre. Siempre con lo mismo: con la Helbig no hay manera, qué le pasa a la Helbig…

¿Ya entonces le interesaba la moda?

De niña me entusiasmaba la estética de las películas. Cada semana íbamos a una sesión doble, y me fascinaban las casas, el maquillaje, la gente, los trajes…

Pronto comenzó a trabajar diseñando escaparates. ¿Cómo dio el salto a diseñar su propia marca?

El momento de inflexión fue la primera colección. Y también descubrir el mundo gay. Fue una apertura de mente espectacular. Tenía amigos maquilladores, fotógrafos, decoradores. Me fui a Nueva York y aprendí un montón. Yo lo absorbía todo, como una esponja. Era toda una mariliendre.

¿Mariliendre orgullosa?

Muy orgullosa. Mucho.

Siempre ha contado que confeccionó su primer vestido cosiendo plumas a mano y se lo puso para acudir a una boda. ¿Es el diseño que más recuerda?

Hay otro vestido que me hice para ir a los premios que organizaba una discoteca, Distrito Distinto, que en aquella época era lo más en Barcelona. Me hice un vestido de licra totalmente ajustado que llevaba un rabo de la misma tela con alambre. Lo llevaba envuelto en la muñeca, como una pulsera de diamantes. Aquel fue un helbig mítico.

¿Fueron sencillos los inicios?

Para nada. Con la primera colección me equivoqué: hicimos el doble, fue un estrés, yo me veía arruinada. Pero de aquello me quedo con los vestidos de crep negros, que eran como una petite robe noire para salir de fiesta, aunque yo me los ponía a diario. Picaban mogollón, porque empezamos sin un duro y no podíamos permitirnos tejidos mejores.

Teresa Helbig, diseñadora de moda, retratada en su tienda taller de Barcelona.
Teresa Helbig, diseñadora de moda, retratada en su tienda taller de Barcelona.Vicens Giménez

Su posición en la moda española es muy peculiar. No pertenece a ninguna de las grandes generaciones, ni a la de los diseñadores de los noventa que la precedieron ni a los más jóvenes que revolucionaron las pasarelas a principios de este siglo. Además, tardó una década en decidirse a desfilar.

Sí, la verdad es que siempre he estado descolgada, en un limbo, porque no queríamos desfilar hasta que no estuviésemos realmente preparados para vender. Un desfile está muy bien, pero es una herramienta para vender.

Tampoco su estilo tiene mucho que ver con la moda barcelonesa de su época.

Es verdad. Barcelona se asocia más a otro estilo más conceptual, minimalista, de esfuerzo intelectual. Y nosotras éramos otra cosa. No sé qué palabra podríamos utilizar.

¿Romántica?

Sí, pero con un punto rockero. Y muchas mujeres se dieron cuenta de que ellas tampoco eran de jersey gris. Quien compraba en Antonio Miró no compraba en Teresa Helbig. En eso somos como tribus.

La estética de la tribu de Helbig se reconoce a distancia. Para empezar, una silueta clásica y sin extravagancias innecesarias: vestidos cortos y largos con cinturas entalladas o formas acampanadas, chaquetas, blusas y cazadoras. Pero, sobre todo, una cierta complicación que se plasma en detalles artesanales intrincados, en bordados, encajes, plumas y aplicaciones. Técnicas, a fin de cuentas, que no se pueden producir a gran escala en ninguna fábrica. “Antes en España había mucho conocimiento artesanal, pero se ha perdido”, explica la diseñadora, que ha tenido que formar a sus propios trabajadores. “Por ejemplo, tenemos un chico al que le apasiona hacer flores de cera, de porcelana, aplicar plumas. Otro chico estupendo tiene unas manos increíbles, es capaz de pintar y troquelar”, explica. Su taller, a estas horas de la mañana, funciona a pleno rendimiento. Bajo lámparas de luz blanca, concebidas especialmente para apreciar con nitidez los colores y los detalles de cada tejido, los empleados cosen a máquina, rematan a mano, toman medidas, cortan tejido y manejan muestrarios de telas y fornituras. También escuchan los consejos de Teresa Blasco, madre de la diseñadora y presencia habitual en este taller familiar donde se ejecutan tareas de alta precisión. Un ejemplo: un vestido de seda con panteras de terciopelo que parecen troqueladas, pero que se llevan a cabo quemando con disolvente las partes sobrantes, hasta dejar solo las figuras seleccionadas. “Nos lo hacen en Suiza”, puntualiza Helbig. “Es un trabajo impresionante”. Detrás de ella, en un maniquí, hay otra muestra asombrosamente laboriosa: un vestido de fiesta en color nude con una pechera hecha de flores en relieve elaboradas con trozos de finísimo cuero beis, toda una proeza que explica por qué desde hace años la crítica se refiere a sus modelos como “vestidos joya”.

Teresa Helbig, diseñadora de moda, retratada en su tienda taller de Barcelona.
Teresa Helbig, diseñadora de moda, retratada en su tienda taller de Barcelona.Vicens Giménez

¿De dónde surgió ese término?

Un día, una clienta estaba probándose un vestido y exclamó: “Això és una joia!”. Me pareció una expresión muy adecuada.

En un sector dominado por la ropa de confección industrial, por tallas, usted siempre ha apostado por confeccionar a medida cada modelo para cada clienta. ¿Lo tuvo claro desde el principio?

Quería tener relación directa con las clientas. Hacer ropa a medida siempre me ha entusiasmado, porque da más libertad. Y, además, permite vestir todos los cuerpos con prendas que les favorezcan.

¿Quiénes son sus clientas?

Algunas llevan conmigo 30 años. Hay mujeres que ­podrían vestirse de cualquier marca y apostaron por nosotras, porque no querían logos. Y siguen con ­nosotras.

¿En qué cambia la moda cuando una mujer diseña para otras mujeres?

Es una forma de sensibilidad. Cuando alguien baja por la escalera, ya detecto lo que le va a quedar bien. Sé que no voy a ponerle nada que la haga sentirse mal o la desanime. En muchas ocasiones, los diseñadores hombres han trabajado desde el ego y nos han puesto zapatos con los que apenas podíamos caminar. Ahora se habla mucho de esto, pero nosotras siempre hemos estado convencidas de que se podía estar guapa sin dejar de ser libre y sin perder el rock and roll.

Tener uno de sus diseños en el armario exige plazos de espera de hasta tres meses. ¿Le hacen falta muchas pruebas para llegar al ajuste perfecto?

Pues no. Puede sonar un poco pretencioso, pero llevamos tantos años trabajando que con una prueba suele ser suficiente.

Más allá de su línea infantil y de algunas prendas que se venden online, Teresa Helbig no vende ropa de confección. Y, sin embargo, presenta colecciones de temporada, igual que las grandes marcas de prêt-à-porter.

Sí, porque hacemos moda, no modistería. La colección es fundamental. Yo, igual que Lagerfeld, nunca estoy relajada. Siempre tengo que aprender más. Y trato de contar una historia a través de los bocetos, de la investigación, y de ahí pasamos a los tejidos. Es un proceso caro, pero es la ventaja de tener taller propio. Es un laboratorio donde hay tiempo para experimentar, porque no todo sale a la primera.

¿Le piden las clientas modelos de temporadas ­pasadas?

Sí, mogollón. Es alucinante y me encanta, porque es nuestro propio archivo. Una colección suele tardar dos temporadas en cuajar. Y hay vestidos que seguimos haciendo desde hace 15 o 20 años.

Cuando le concedieron el Premio Nacional de Diseño de Moda, el jurado mencionó su apuesta por la artesanía y la sostenibilidad. Sabemos que todas sus prendas se confeccionan aquí, pero, ¿de dónde proceden sus tejidos?

Sabemos el lugar de procedencia de todos. Compramos en Francia y Grecia. Los bordados vienen de Suiza. Las lanas, de Inglaterra. Hay telares en Galicia. El ganchillo nos lo hacen unas artesanas de Igualada, y hay un taller a las afueras de Milán que confecciona puntillas de algodón y blondas en cantidades muy pequeñas. Son proveedores caros, pero comparten nuestra filosofía. No nos obligan a comprar siete millones de metros de cada tela.

Al mismo tiempo, el año pasado se estrenaron sus uniformes para el personal de Iberia. Ya los visten 7.000 empleados. ¿Cómo se pasa de una escala a otra?

Ha sido una experiencia extraordinaria y muchísimo trabajo, porque no dejan de ser uniformes con los que se tienen que sentir guapos y cómodos, que no se arruguen en la maleta, que tengan en cuenta los lavados. Pero estamos muy contentos y ellos también. Fíjate, hay clientas que han cogido un vuelo de Iberia, han visto los uniformes y han venido a nuestro taller.

El crecimiento de la marca, desde su fundación en 1996, ha sido orgánico y sosegado. Tardó casi una década en decidirse a desfilar, primero en Barcelona y después en Madrid, pasarela a la que ha seguido fiel y donde presentará su nueva colección el próximo septiembre. Fue allí donde ganó su primer premio a la mejor colección, en 2010. Desde entonces, sus diseños, historiados pero prácticos, se han convertido en presencia habitual en las alfombras rojas nacionales. Macarena Gómez, Úrsula Corberó, Luz Casal, Inma Cuesta y Emma Suárez han llevado vestidos suyos en los Goya. Además, desde que antes de la pandemia abrió su showroom en Los Ángeles y comenzó a trabajar con estilistas de celebridades, sus diseños han vestido a estrellas de Hollywood como Zendaya, Saoirse Ronan, Gwen Stefani o Halle Berry. En 2018 vistió a Amaia Romero en su participación eurovisiva. Al mismo tiempo, ha sabido hacerse un hueco en las páginas de las revistas de sociedad. Eugenia Martínez de Irujo llevó uno de sus vestidos a la reciente boda de Tamara Falcó e Íñigo Onieva, un modelo en color crema con un pájaro bordado, de inspiración medieval. Su clienta más mediática, en todo caso, es la reina Letizia, que ha vestido piezas a medida en varias ocasiones.

Empezó cosiendo los vestidos con su madre y ­ahora tiene un equipo de 20 personas. ¿Hasta dónde puede crecer Teresa Helbig sin dejar de ser Teresa Helbig?

Nuestro modelo de negocio, tal y como lo conocemos ahora, no es escalable. Pero sí nos permite trabajar con estilistas en Los Ángeles o vender pequeñas cantidades en trunk shows [presentaciones a pequeños grupos de clientes para tomar medidas y formalizar encargos]. Nunca vamos a poder producir grandes cantidades. Implicaría hacer otro tipo de trajes, y eso no tendría alma.

Hay otras cosas que de momento no han cambiado. Por ejemplo, sigue viviendo en este mismo edificio.

Sí, pero ya no tengo las máquinas de coser en casa. Eso sí, cada mañana vengo al taller. A las ocho estoy aquí.

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Sobre la firma

Carlos Primo
Redactor de ICON y ICON Design, donde coordina la redacción de moda, belleza y diseño. Escribe sobre cultura y estilo en EL PAÍS. Es Licenciado y Doctor en Periodismo por la UCM

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