Refugiados e indeseables: una catástrofe humana
Una exposición en el donostiarra Museo San Telmo evoca el impacto de guerras, terrorismos y conflictos ideológicos y religiosos en las personas
Caminando por San Sebastián, surge de pronto una poderosa fachada neorrenacentista: la del Museo San Telmo. En su interior alberga una exposición, Indésirables. Puesto que siempre me han interesado los disidentes, los marginados y los perdedores, me acerco. En la entrada, la comisaria, Piedad Solans, explica en un vídeo que la muestra plantea la violencia sistémica que pervive en conflictos ideológicos y religiosos, las guerras y terrorismos, y trata la explotación y exclusión de personas que considera “indeseables”.
Una puerta con rejas da la bienvenida al visitante. Detrás de ellas, el mar. Esta Puerta sin retorno hace pensar en los refugiados que se desplazan por mar en cayucos en busca de una mejor vida. Sin embargo, esta obra de Langlands & Bell está basada en la investigación de estos artistas sobre el comercio de esclavos africanos, donde fueron cargados en barcos y transportados por ingleses y holandeses hacia las Américas. Junto a la obra puede leerse una cita de William Faulkner: “El pasado nunca está muerto… Ni siquiera ha pasado”. Así es. Inmigrantes y cayucos también están presentes en la obra de Marcos Ávila Forero: día tras día, el barco de yeso se va consumiendo debido a la fricción con el suelo; así, el artista evoca el viaje lleno a la vez de esperanza y desesperación que experimentan todos aquellos que huyen.
A primera vista, la obra Bodegón, de la libanesa Mona Hatoum, hace pensar en un universo onírico y alegre: un juego. Solo al contemplarla de cerca constata el visitante que se trata de granadas, armas letales, sobre una mesa de estilo administrativo. En esta época de guerra en Europa, produce escalofríos.
Pilar Millán expone una frase, escrita en neón blanco, acromático: “Incapacidad genética”. Según cuenta la artista, aún hoy “se encuentran en la prensa europea frases como esta”. Increíble. Al igual que es increíble el silencio del franquismo ante el genocidio de Málaga en 1937, que recoge la obra de Rogelio López Cuenca: la población civil indefensa escapaba del terror producido por las tropas franquistas y las arengas radiofónicas del general Queipo de Llano, en las que amenazaba con violar a las “mujeres rojas”.
Es impactante la videoinstalación El rayo que no cesa, de Cristina Lucas: la artista recoge todas las guerras, bombardeos o guerras civiles después de Gernika. “Las guerras están todas concatenadas”, explica. Por eso retrata todas las gernikas del mundo, hasta la invasión de Ucrania.
Cerca de la salida, se interpone en el camino una tienda de campaña en la que cabe toda una familia. Esta obra de la palestina Emily Jacir se refiere a los pueblos destruidos en su país, pero sugiere el destino de tantos y tantos emigrantes, todos aquellos que se quedaron sin techo y buscan refugio en cualquier espacio íntimo, por precario que sea. Ya en la calle, pensamos en las distintas oleadas de exilio del siglo XX, cuyos horrores se han extendido hasta el presente. Rusos, españoles, alemanes, judíos, húngaros, checos, bosnios, afganos, sirios y ucranios, todos huyeron en masa de algún horror. Su cadena nunca se acaba; todavía estamos en el catastrófico siglo XX
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