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Los motivos por los que nos gusta viajar

Conocer nuevos lugares reduce el estrés, amplía horizontes y potencia la tolerancia. Pero es necesario hacer una reflexión de lo que buscamos para que sea una experiencia constructiva.

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Juárez Casanova

Viajar es una pasión a la que cuesta renunciar. Algunos sueñan con convertirlo en su medio de vida, como el periodista de viajes Paco Nadal, pero la mayoría nos conformamos con pequeñas dosis. Existen muchas formas o estilos de viajar y ninguno es más importante que el otro. Los hay que se definen a sí mismos como turistas selectos, otros sueñan con convertirse en aventureros y los hay que viajan en formato turismo tradicional. Viajar democratiza porque se persigue el mismo deseo cuando se hacen las maletas: vivir nuevas experiencias.

Después de mucho tiempo de restricciones, nos aventuramos ante un verano con multitud de posibilidades. Seguramente serán el tiempo, el dinero o la compañía los que marquen nuestras decisiones, pero además conviene preguntarse por qué y para qué viajamos.

Algunos expertos han intentado responder a estas cuestiones. Pearce y colaboradores desarrollaron una teoría llamada Travel Career Ladder (TCL) basada en la teoría jerárquica de la motivación de Maslow. Escalonan la motivación turística en cinco niveles: necesidades de relax, seguridad, relaciones, autoestima y desarrollo, y actualización y realización. Los más inexpertos se conformarían con los niveles más básicos y los más experimentados aspirarían a niveles más altos. Alain de Botton realiza en su libro El arte de viajar (Taurus, 2002) un recorrido por las satisfacciones y desilusiones que produce viajar. Explica cómo es necesario hacer una reflexión consciente de las necesidades y de los anhelos que buscamos, para no decepcionarnos y que la experiencia sea constructiva.

Los de alma viajera señalan el beneficio de la libertad que experimentan al distanciarse de las preocupaciones. Es frecuente que el estrés y la ansiedad disminuyan. Al explorar el mundo, el organismo se sosiega, la oxitocina aumenta, las defensas bajan y uno se abre a la experiencia. La felicidad temporal se experimenta al segregar hormonas relacionadas con el instinto de placer como, por ejemplo, las endorfinas. Muchas de estas sensaciones aparecen en la naturaleza. Los viajeros que optan por rutas naturales, como el Camino de Santiago, vuelven entusiasmados por el reto físico, por la renuncia al consumismo y la vuelta a lo esencial.

También se viaja para descubrir habilidades y capacidades nuevas. Resolver problemas de última hora, como que se pierda la maleta o gestionar un cambio de avión, fortalece las funciones ejecutivas de nuestro cerebro. Cualquier decisión que se tome durante un viaje ayuda a confrontar los miedos e inseguridades. Las reflexiones que se reprimen durante el año fluyen. Anne Carson, poeta canadiense, dice que la única regla del viaje es no volver como has partido.

El cambio de contexto cultural amplía horizontes y flexibiliza los esquemas rígidos de pensamiento. La curiosidad por conocer nuevos países favorece el intercambio de experiencias y potencia la tolerancia. Cristina Morató, autora del libro Viajeras intrépidas y aventureras (DeBolsillo, 2010), dice que los viajes la han hecho más solidaria y más sensible a las injusticias. Aquel que viaje en un estilo más próximo a absorber que a juzgar será quien más disfrute porque el viaje le habrá aportado sabiduría.

Compartir una afición como viajar es garantía de estar bien acompañado. Las habilidades comunicativas y sociales se fomentan al disponer de tiempo. Se descubre la parte más desconocida de los amigos habituales y se está más predispuesto a conocer gente nueva. Luis Rojas Marcos relaciona el hablar con gozar de una buena salud física y mental. A través de estas conversaciones, se percibe que los deseos, frustraciones o inquietudes de gente diversa son parecidos. Y se tienen historias para contar.

Aunque viajar con alguien sea una experiencia inolvidable, no hay que dejar de hacerlo por no encontrar compañeros. El gran periodista de viajes Javier Reverte hablaba del goce de la soledad elegida: “Encontrarme solo frente a mí mismo, aunque sea rodeado de gente, en un lugar desconocido en el que no entiendo el idioma siempre tiene un componente de aventura”.

Es recomendable elegir el momento adecuado para viajar. Existe cierto peligro en utilizar los viajes sólo como escape o huida de la realidad. Si uno necesita salir de forma compulsiva, quizá sea necesario replantearse las razones. Del mismo modo, existe el riesgo de frustración constante al idealizar un viaje poco realista. Existe una solución intermedia: hacer pequeñas escapadas durante el año a sitios más cercanos.

También es aconsejable afianzar un lugar de víncu­los sanos donde querer volver. Es posible disfrutar del viaje y cultivar un entorno saludable el resto del año. Los beneficios de las salidas se pueden encontrar en el día a día si dotamos a nuestras acciones del mismo espíritu viajero. La novedad de visitar entornos desconocidos refuerza la toma de perspectiva: hace replantearse los gustos y ayuda a valorar lo que tenemos cerca. Como decía Naguib Mahfuz: “Tu hogar no es donde naciste, sino donde todos tus intentos de escapar cesan”.

Patricia Fernández Martín es psicóloga clínica en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid.

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