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Pamplinas
Columna
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La palabra año

¿Existe algo que no tiene ninguna existencia real pero todos creemos que existe y actuamos como si existiera?

Martín Caparrós

Empieza uno. Lo llamamos 2022, y hacemos como si de verdad algo empezara. El año es un invento extraordinario: más allá o más acá de ciertos dioses, hay pocas creaciones humanas que los humanos nos creamos tanto, pocas palabras que nos creamos tanto. Olvidamos que lo hemos inventado y lo vivimos como si existiera y así lo usamos, cada fin de él, cada comienzo, para creer que algo se acaba y algo empieza: que hay un corte, que seremos ligeramente otros. Estos días somos como niños con un año nuevo.

En el principio, por supuesto, estaba el tiempo. El tiempo pasa, siempre pasa, sin parar pasa, tan cruel y desdeñoso pasa, y darle nombres y medidas nos permite imaginar que lo controlamos. En algún momento, en cada lugar, cada grupo se buscó una forma de contar el tiempo; muchos pensaron que la mejor unidad sería ese lapso que tardan las estaciones en volver: lo que tarda la Tierra —sabrían mucho después— en dar una vuelta alrededor del Sol. En distintos lugares, de distintas maneras, muchos llamaron a ese ciclo año, o algo así.

Y todos decidieron que el tiempo tenía que haber empezado alguna vez, y lo fijaron: los judíos, sin ir más lejos, dijeron que fue cuando su dios creó nuestro universo hace 5.782 años; los romanos, cuando fundaron su ciudad hace 2.873; los cristianos cuando nació su profeta, hace 2.021; los musulmanes cuando su profeta se escapó, hace 1.443 —y así de seguido.

Y cada cual hizo empezar sus años el día que le convenía: un movimiento continuo nunca se termina, nunca empieza, así que podríamos convenir que el giro de la Tierra alrededor del Sol se inicia al principio de la primavera o en medio del invierno o el día de la muerte de mi abuela y todo sería igual. Y cada cual lo dividió como quiso, en unidades que llamaremos meses, pensados según las fases de la luna, por ejemplo, o cualquier otro estímulo. Y así vivimos milenios, con años para todos los gustos, cada cual su año nuevo y su cuenta del tiempo. Cada cultura, bien de su padre y de su madre, se había inventado sus ficciones, y las vivía entusiasta.

Hasta que, hace unos cuantos años, esta puntita de Asia invadió el mundo. Sus invenciones, que portaba como estandarte y legitimación, incluían por supuesto un calendario organizado y sancionado por su Departamento de Cuentos y de Cuentas, sede Roma. Entonces, poco a poco, como una prueba de su poder extremo, la puntita impuso su ficción a todos: ahora vivimos en sus años —nuestros años— y todos los demás son como restos que se recuerdan con cariño pero no definen los movimientos económicos, los planes oficiales, las ligas y las copas, lo que importa.

Nuestros años triunfaron: ocuparon el mundo, se apropiaron, y hace dos días casi 8.000 millones de personas creyeron que algo se acabó, que ayer empezó algo. Hace dos días hicimos memoria y balance y propósito de enmienda y nos juntamos con amigos y parientes y bebimos para olvidar y prometer y nos quisimos mucho y nos odiamos tanto y esperamos: ahora empieza otro tiempo, otro año, y —casi— nada va a ser como antes. Y todo gracias al triunfo de un calendario sobre los demás, una ideología sobre las demás, una ficción sobre las otras.

Lo sabemos, lo vivimos: la potencia de ciertas ficciones es tremenda. Es esa potencia la que define cómo vemos el mundo, cómo lo pensamos, cómo lo sentimos: el que controla el tiempo controla mucho más que el tiempo. Y cuando esa potencia funciona ni siquiera la notamos: sentimos sus dictados como lo natural, lo verdadero.

Es ella, al fin, la que nos hace pasar estos días como si algo sucediera. ¿Existe algo que no tiene ninguna existencia real pero todos creemos que existe y actuamos como si existiera? Vivimos en ficciones: la ficción de dioses, la ficción de país, la ficción de año. Vivimos en palabras, y la palabra año es de esas pocas que nos marcan en serio. Tenemos tantos años, este año fue mejor que el anterior, uy, eso fue hace muchos años, eso mejor dejarlo para el año que viene, feliz año.

Feliz año.

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