Pausa. Lo que pasa en nuestra cabeza cuando paramos
El descanso propicia la creatividad. El cerebro en reposo aparente o en tareas poco exigentes es capaz de generar grandes ideas.
Pienso en el filósofo de la ensoñación, Gaston Bachelard, estos días en los que “nuestros retiros del mundo son demasiado abstractos. No siempre encuentran esa habitación de soledad personal, ese local oscuro ‘cerrado como el seno de una madre’, ese rincón retirado de una morada apacible, ese bodegón secreto, debajo incluso del sótano profundo, en donde la vida vuelve a encontrar sus valores germinativos”.
La pandemia nos ha robado la pausa. Sus medidas de contención y restricciones nos han tenido sumamente apurados. Las fronteras entre los espacios en los que se desenvuelven nuestras rutinas se han disuelto y nos han desprovisto de los intersticios que comúnmente proporcionan brechas en nuestro trajín —en ocasiones, ni siquiera nos ocupamos de cambiar de ropa—. Parecería que nuestras viviendas están cargadas de energía cinética. El yo y nuestro cerebro que lo consolida se beneficiarían de un interruptor, time off, una frase que en inglés es sinónimo de vacaciones.
La tierra de cultivo requiere que no se siembre durante un tiempo, el barbecho es un componente esencial de su ciclo regenerativo. De forma análoga, estar en barbecho es una de las necesidades humanas básicas; proporciona el sustrato energético para la mayoría de nuestras empresas creativas. Es parte de lo que el psicoanalista Donald Winnicott llama la personalización del individuo: lo describe como un estado de quietud, de conciencia despierta y receptiva, no es inercia. Todos lo vivimos en brotes fugaces y en gran medida cuando estamos en silencio, con nosotros mismos. Es muestra de que uno puede estar consigo mismo sin propósito.
Sin embargo, para lograrlo se requiere un entorno de compañía. Winnicott afirma que la capacidad de estar solo, y en despreocupación, “nace de la paradoja de estar solo, como un bebé y un niño pequeño, en presencia de la madre”. Según él, soledad y presencia están en íntima relación entre sí, no son términos contradictorios. Sin una sintonía con un adulto confiable, el bebé adolece de “un patrón de fragmentación del ser”. Winnicott propone que la falta de atención son consecuencias posibles de dichos estados de fragmentación.
¿Qué ocurre con nuestro cerebro mientras se encuentra en modo de animación suspendida?, ¿realmente se apaga? De hecho, sus niveles de actividad oscilan continuamente entre el 80% y el 90%, sin importar si estamos despiertos, dormidos o soñando despiertos. Lo misterioso es que este nivel tan alto de consumo energético se registra principalmente durante el estado de reposo del cerebro, y la energía adicional, asociada con la actividad cerebral, es pequeña, no excede el 5%. ¿Cuál es, entonces, la naturaleza de esta actividad intrínseca en curso que requiere una cantidad tan significativa de energía?
Las mediciones del metabolismo cerebral indican que el 60%-80% del consumo de energía se produce cuando el cerebro aparentemente está en reposo. “Nuestro cerebro está constantemente construyendo un modelo del mundo, incesantemente tiene que estar prediciendo; de otra manera no sería posible levantarnos, vestirnos e ir a trabajar si no lo hubiese ya programado todo ello con anticipación; es una modalidad de actividad cerebral que organiza la personalidad”, explica el neurólogo Marcus Raichle, de la Universidad Washington en San Luis, Misuri. El laboratorio de Raichle es reconocido por haber publicado el primer metaanálisis con la caracterización de la actividad del cerebro inducida desde un estado de reposo; su estudio generó imágenes icónicas de una constelación de regiones cerebrales que se conoce como “red neuronal de activación cerebral por defecto”, o default mode network en inglés.
El pensamiento creativo, cuando nuestro cerebro no está ocupado en algo específico, es un fenómeno que en neurociencia se denomina incubación. Se activa participando en tareas poco exigentes —una ducha, un paseo— que dan espacio para la mente errante, con la que nos viene una idea, aparentemente de la nada. Está relacionado, en parte, con nuestra capacidad para visualizar experiencias que aún no han ocurrido —desde planear el desayuno hasta imaginar las vacaciones—. Es el resultado de procesamientos asociativos inconscientes.
“Algunas de las regiones que se activan cuando nos relajamos, soñamos despiertos, no pensamos en nada y recordamos experiencias pasadas son también las que nos permiten imaginar experiencias futuras”, apunta Roger Beaty, de la Pennsylvania State University y especialista en el estudio de la creatividad, “es un proceso gobernado en tándem por el hipocampo —una estructura en forma de caballito de mar incrustada en el lóbulo temporal del cerebro— y la red neuronal de activación cerebral por defecto”. Beaty y sus colaboradores han utilizado la resonancia magnética funcional (fMRI) para determinar cómo el cerebro recuerda e imagina. Nuestro cerebro es un catalizador incesante, insaciable, para la invención y la innovación —no deja de soñar—, “nada puede disuadir al poeta”, escribe Thoreau en Walden, “porque está movido por el amor puro. ¿Quién puede predecir sus idas y venidas? Su negocio lo llama a todas horas, incluso cuando los médicos duermen”.
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