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Julieta Serrano & Candela Serrat: dos generaciones de actrices en Almagro

Entre estas dos intérpretes hay un puente ­aéreo. Sus billetes son la cantidad de personas, historias y lugares en común que facilitan las conversaciones de ida y vuelta. Y, sobre todo, su profesión. Su escala más reciente: Almagro

Candela Serrat, izquierda, y Julieta Serrano en el Teatro de la Comedia, en Madrid.
Candela Serrat, izquierda, y Julieta Serrano en el Teatro de la Comedia, en Madrid.Javier Suárez
Rut de las Heras Bretín

El Festival Internacional de Teatro Clásico del municipio manchego ha unido este verano a las dos intérpretes nacidas en el Mediterráneo. “Del Poble-sec”. Serrano, con orgullo, especifica su barrio barcelonés, origen compartido con el padre de Candela, Joan Manuel Serrat. La actriz, de 34 años, llega por primera vez al Corral de Comedias de la mano de Calderón de la Barca y La vida es sueño. Para ambas el festival es una fiesta y Serrano es la reina de esa fiesta. Acaba de inaugurar la 44ª edición al recibir el galardón que homenajea su trayectoria, su manera de decir el verso con claridad y profundidad, pero sin perder la naturalidad. “Me enseño Miguel [Narros]. El teatro barroco me parecía un ladrillo, era un poco analfabeta”, confiesa, “pero Miguel me conectó con él, aprendí que estaba vivo”. Serrat se identifica con estas palabras. Ella estudió fuera y el teatro clásico español le era ajeno: “Cuando lo leía pensaba: ‘¡Qué intensidad!’ Estoy aprendiendo gracias a Almagro. Hemos hecho mucho trabajo de mesa y el debate era: ¿vamos a verso o vamos a idea?”. Esa era la cuestión. Serrano suelta una carcajada. Serrat continúa: “¿Ser literales y hacerlo más pesado, o ir a la idea y vivirlo, perderle un poco el respeto, que no esté demasiado... ¡encorsetado!?”. La última palabra la encuentran a la vez y la pronuncian a dúo, como si estuviera ensayada.

Candela Serrat, arriba, y Julieta Serrano, en el Teatro Circo Price, en Madrid.
Candela Serrat, arriba, y Julieta Serrano, en el Teatro Circo Price, en Madrid.Javier Suárez

Serrat tiene una manera de estar que la acerca a los ademanes y sutilezas propios de actrices de otra época. No para: ensaya su papel de Rosaura en La vida es sueño; se sube al escenario del Reina Victoria de Madrid con Trigo sucio, función con la que tiene más actuaciones en verano. ¿Y después? Dos proyectos, uno de televisión y otro de teatro, que como buena guardiana de las esencias de la actuación no revela, no se echen a perder. Serrano envidia su juventud y la libertad de la que se goza ahora. Serrat firmaría por llegar a los 88 años de quien le da la réplica: un Goya, el Nacional de Teatro, ser chica Almodóvar (Mujeres al borde de un ataque de nervios, ¡Átame!…) y madre Almodóvar (Dolor y gloria y una participación en Madres paralelas, terminada de rodar en mayo y con estreno previsto para el 10 de septiembre). Le pregunta qué escoger cuando uno se encuentra en la tesitura de elegir entre un trabajo que “alimente el alma” y otro con mayor repercusión. Serrano contesta romántica: “El alimento del alma…”, pero enseguida cambia el registro y da un golpe de realismo: “¡Pero hay que comer! Y cuando se hacen cosas alimenticias se debe trabajar como si fuera lo mejor”.

Frente al no parar de Serrat, Serrano lleva un ritmo más pausado. Desea trabajar. Cuando cumplió 60 años de profesión quiso celebrar una fiesta y poner punto final. No lo llevó a cabo. “Ya me retirará la vida. Y mira, la vida…”, se ríe mientras se levanta y muestra una cojera crónica, “te acaba retirando”.

Ambas comenzaron sus vuelos en Barcelona, pero pronto se asentaron en Madrid. Serrano cree que, si hubiera nacido 10 años más tarde, se hu­biera podido quedar allí. “Surgieron Els Joglars, Els Comediants, el Lliure…”. Pero ya van 64 años viviendo en la capital. Ahora, en el barrio de Las Letras, las mismas calles que en el Siglo de Oro pisaban Lope de Vega y Cervantes, las que observa la estatua de Calderón desde la plaza de Santa Ana. La interpretación a cada paso, como manera de vivir. Tanto que justo hace un año Serrat daba a luz a una niña, cuyo nombre es una declaración de intenciones: Mérida. Otra ciudad donde el teatro es una fiesta.

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