Viaje a Gambia: el recuerdo de Kunta Kinte, atardeceres en la playa y manglares
A solo cinco horas de vuelo directo desde España, en este pequeño país de África Occidental esperan animados mercados, barcas multicolores y arenales blancos kilométricos. Un lugar que intenta convertirse en un destino turístico cuyos principales activos son su autenticidad y los placeres sencillos
La casa de Ida Cham en Brufut, no muy lejos de la colorida playa de Tanji, es una especie de isla en medio de las abigarradas y bulliciosas calles de la zona al sur de Banjul, la capital de Gambia, todas sin asfaltar y donde no parece haber nada de especial interés. Ida, una mujer espléndida y llena de energía, nos recibe en el agradable patio de su casa para invitarnos a conocer Gambia a través de sus sabores, y de paso nos explica su proyecto, que podría ser el deseo de todo un país: preservar su cultura para promover el turismo sostenible. Esta cocinera gambiana (@chaamidaa), de procedencia humilde pero educada en Inglaterra, volvió a su país para trabajar en la incipiente industria turística. En pleno éxito profesional, decidió renunciar a su trabajo para emprender su propio negocio de comida casera llamado Yabouy Home Cooking, con el que da a conocer la cultura y valores tradicionales de su país. La comida es una excusa: Ida está empeñada en que los turistas conozcan la auténtica cocina de su país, muy diferente a lo que les ofrecían en los hoteles y resorts de la costa. Así que son muchos los viajeros que pasan por la casa de Ida, se visten con los turbantes y vestidos tradicionales que su hermana confecciona para los comensales, y la acompañan antes de comer al mercado de pescado de Tanji, para comprar carne seca de caracola, pescado, cacahuetes o polvo de gambas… los ingredientes de la comida que luego prepararán todos juntos. Platos tradicionales como el domodah, el plato nacional de Gambia, un delicioso guiso basado en una salsa de cacahuetes con verduras como la okra, calabaza, zanahorias o patata, que se puede tomar en versión vegetariana o añadiéndole carne o pescado, y que se acompaña de arroz blanco y unos trozos de lima para aliñar. O como el benachin, también conocido como “Jollof Rice”, un plato con arroz, carne, pescado o verduras y una variedad de especias.
En un país musulmán (el 90% de la población) que no acostumbra a servir ni vino ni cerveza, la comida se acompaña con zumos muy aromáticos de jengibre, de fruto de baobab o de wonjo (hibisco), entre otros. A la comida, que todos comparten de una misma fuente, le acompaña una buena conversación, y uno entiende por qué hace unos años Ida fue nombrada entre las 100 mujeres líderes de África, reconociendo su papel pionero e innovador en la industria de los viajes.
La casa de Ida es una especie de oasis en medio del caos que son las calles sin asfaltar de pueblos y ciudades gambianos y también una especie de resumen del país: simpatía y hospitalidad a raudales, ganas de conversar, de conservar las tradiciones y, a la vez, de avanzar y traer de Europa lo que puede ayudarles a prosperar. De la relación intensa de ida y vuelta entre Gambia y Europa dicen mucho los cinco vuelos semanales directos que la compañía Vueling tiene desde Barcelona a Banjul, con un pasaje 50% español y 50% gambiano. En menos de cinco horas, el salto es enorme. Entramos en otro continente y también en otra forma de entender la vida.
Gambia es un pequeño país con forma de serpiente que se adentra, estrecha y alarga, en medio de Senegal, a ambas orillas del río Gambia; una isla anglófona en medio de otro país francófono. Cuentan que su frontera se definió en tiempos coloniales con cañones que, desde un barco de guerra, iban lanzando proyectiles a uno y a otro lado del río. Allí dónde llegaron, allí se definió el límite de este país bajo el dominio colonial de los ingleses, incrustado en una colonia francesa. El río, por tanto, divide al país en dos. Sin un puente que una las dos orillas, el único medio para cruzar es el barco. Montar en ferri puede ser una experiencia para compartir un rato con vendedores ambulantes, camioneros, familias, trabajadores o niños que van al colegio, mientras que por la borda se observa la travesía de los cayucos.
Con una extensión similar a Asturias, y menos de tres millones de habitantes, es un rincón tranquilo y sonriente, a pesar de su alto índice de pobreza y de haber vivido una durísima dictadura hasta hace pocos años. El turismo es su gran esperanza y, hoy por hoy, una de sus mayores fuentes de ingresos. Los europeos, sobre todo ingleses y holandeses, vienen a los complejos turísticos de la costa atraídos por buenas conexiones, precios asequibles, un clima agradable y, sobre todo, por un ambiente tranquilo y seguro que asegura sol y playa a cinco horas de Europa.
Más información: Visitthegambia.gm y lonelyplanet.es.
El mejor resumen del país es probablemente el que se observa desde la ventanilla de un autobús, incluso en el primer trayecto que lleva en 20 minutos desde el aeropuerto de Banjul hasta la zona más turística en la costa atlántica. Hay quien se queda en estos resorts y propuestas de ecoturismo de la costa de Senegambia, una franja de unos 10 kilómetros que se extiende entre Bakau y Koloki, con una asombrosa oferta de hoteles y restaurantes, locales nocturnos, calles animadas y cerca de algunos de los atractivos turísticos más llamativos del país, como el mercado de pescado de Tanji, el parque forestal de Bijilo con sus monos, playas como la de Kotu o manglares como los de Daranka, entre los que navegar en barcas de madera.
Atardeceres en Tanji, la postal de un país
La imagen más fotogénica de Gambia, probablemente, es la que se encuentra en la playa de Tanji, a la que cada atardecer llegan decenas de barcas cargadas de pescado. Una multitud se agolpa para recibir los barcos, y muchos jóvenes, a cambio de algunos peces, se acercan a las barcas para descargar el pescado en cubos y llevarlo a la orilla. Las mujeres, con sus vestidos y turbantes de colores, y sus bebés a la espalda, esperan en la orilla para vender las capturas del día. Sobre la arena se despliega un enorme mercado de pescado al aire libre, con sus mercancías mejor o peor expuestas sobre tablas, barreños y toda clase de mostradores improvisados. El bullicio, el fuerte olor a pescado y hasta la basura forman parte del ambiente, no apto para los viajeros más escrupulosos, pero lo que reina y enamora es una enorme vitalidad. Sonidos, olores, colores que se mezclan mientras que el sol va cayendo sobre el horizonte infinito del Atlántico y deja una de las estampas más bellas de la costa gambiana. Detrás de los vendedores se extienden los ahumaderos tradicionales de pescado, una de las grandes industrias gambianas. Nos cuentan que desde aquí se exportan a toda África y también a Europa y son uno de los productos más típicos del país. Para los refinados ojos y olfatos europeos la experiencia no siempre resulta agradable, pero sin venir a Tanji probablemente nos iríamos sin una imagen imprescindible del país.
Tanji no es una playa de turistas, pero a un paso o simplemente con seguir caminando por la arena hay muchas playas increíbles, sin apenas gente, de arenas blancas y de fácil acceso, que se extienden por la costa de Senegambia. Algunas con sus chiringuitos de aspecto casi caribeño, como la del Paradise Beach Club, donde además se puede comer, beber y hasta relajarse un rato leyendo en una tumbona sobre la arena y bajo una sombrilla de paja. No falta la nota de color de las barcas descansando sobre la playa, pero todo resulta tranquilo y relajado. O como la playa del Kairaba Beach Hotel, un resort en Koloki tranquilo y bien equipado, envuelto en unos jardines bien cuidados y con una agradable piscina cerca de la playa.
La costa sur, a unos kilómetros de las playas más turísticas, esconde otros arenales mucho menos frecuentados, como los de Gunjur o el de Kartong, donde los pescadores y los bañistas conviven en un ambiente apacible.
Monos, aves y un paseo por los manglares
En la costa, a un paseo de Koliki, está el Bijilo Forest Park, una pequeña reserva con un bosque comunitario. Los paseos guiados se realizan por unos senderos que discurren hacia las dunas a través de la vegetación. Su gran atractivo son los monos. Aquí habitan de tres tipos: verdes, colobos rojos y monos patas. En la zona costera el atractivo son las aves.
En todo el país hay siete reservas y parques naturales. Una de estas reservas es la Tanji River Bird Reserve. En el camino de la playa de Brufut y Tanji, las zonas urbanizadas van dejando paso a la vida rural, en una zona de bosques, pantanos de marea, dunas, lagunas y el estuario del río Tanji. Esta pequeña reserva se creó para proteger la variada vegetación de ribera y las cercanas islas Bijol, terrenos movedizos hechos de arena acumulada y retenida por los arrecifes. La gran variedad de hábitats de este lugar atrae a muchas aves, entre ellas especies autóctonas y migratorias europeas.
La actividad estrella para los viajeros en la zona es navegar entre los manglares de Daranka. A pesar de estar a muchos kilómetros de la desembocadura del río, el efecto de las mareas llega hasta esta zona del cauce y el agua salada propicia el desarrollo de un ecosistema muy importante para la economía de los gambianos. Aquí se practica el marisqueo de una especie de ostra especial, que las mujeres recolectan, procesan y comercializan. Navegando en barcas de madera se puede ver cómo las raíces de los manglares se anclan al fango de la orilla. Navegar por los canales entre los manglares, e incluso meterse en ciertos momentos en el agua para caminar por las zonas donde las barcas no pueden acceder, es una forma de adaptarse al ritmo local y de disfrutar de un entorno natural único.
El recuerdo de los esclavos
Gambia dio un “hijo ilustre” al mundo: Kunta Kinte, protagonista de una famosa novela, Raíces, después llevada a la pantalla, que convirtió a este esclavo mandinga en un símbolo de todos los que llegaron a América desde la costa del África Occidental convertida durante siglos en una gran fábrica de trata de humanos. Más de tres millones de hombres fueron arrebatados de sus aldeas en el río Gambia para ser esclavizados y enviados al llamado Nuevo Mundo. Kunta Kinte es un personaje ficticio, pero está basado en uno de los antepasados del autor, Alex Haley, un gambiano que nació en 1750, en Juffure, fue esclavizado y llevado a Estados Unidos donde murió en 1810.
El poblado original de Kunta Kinte, Juffureh, es uno de los hitos turísticos del país, con una escultura que recuerda a todos los esclavos gambianos, con el lema “Never Again” (nunca más). En la cercana isla de James (ahora conocida como isla Kunta Kinte) hay también un museo dedicado a la esclavitud en el país, que incluye la réplica de un barco negrero, y se adivinan las paredes ruinosas de una antigua estación esclavista del siglo XVII, Fort James, que fue un importante puesto comercial británico y el punto de donde zarpaban los buques cargados de marfil, oro y esclavos. Desde 2003, la aldea de Juffureh (y los sitios circundantes) son patrimonio mundial de la Unesco.
Al margen del esclavo famoso, el país no tiene ningún otro icono histórico reconocido. Tampoco tiene rincones espectaculares: sus parques naturales son muy interesantes para los amantes de la naturaleza o los observadores de aves, pero aquí no encontraremos ni elefantes, ni leones, ni espectaculares jirafas. Tampoco quedan apenas recuerdos coloniales de interés y la zona más antigua de la capital, Banjul, no deja de ser un conjunto de decrépitos edificios coloniales. Su Albert Market tampoco es el mercado colonial que muchos esperan encontrar, aunque se creó a mediados del siglo XIX y fue siempre el centro de actividad de la ciudad. Hoy puede resultar atractivo para deambular durante un par de horas y absorber los olores, sonidos e imágenes, regatear o llevarse algún recuerdo, pero que nadie espere un mercado turístico al uso. Para comprar artesanía hay otras opciones en la zona turística como el mercado artesanal de Brikama, uno de los más populares, o el de Bakau, bullicioso y con puestos también para probar la comida gambiana.
Lejos de la zona turística y de las principales ciudades, las aldeas gambianas siguen con su forma de vida tradicional y pueden ofrecer una experiencia auténticamente africana. Por ejemplo, en Daranka, una aldea sin electricidad y con un pozo común para el consumo de agua de los vecinos. Está dedicada al cultivo del arroz, y aquí se alza un árbol sagrado, kapok, con una espectacular forma y textura de elefante (en realidad, se adivina toda una familia de elefantes entre sus enormes ramas). Su tronco es tan grande, que permite meterse dentro y sentirse por un momento parte de los ritos ancestrales que siguen teniendo toda su vigencia. Muy cerca, bajo unos grandes árboles, la sombra sirve de punto de encuentro a los hombres del lugar, donde se reúnen para charlar y dirimir toda clase de asuntos. Estos espacios de encuentro se llaman bantaba y hay centenares de lugares similares por todo el país. Es fácil reconocerlos porque suele ser una plataforma elevada que se cubre con esteras de paja u hojas de palma para que los hombres puedan incluso sentarse o acostarse bajo ella y suele estar debajo de un árbol para protegerse del sol abrasador.
Paraíso del ‘reggae’ y otros sonidos locales
La banda sonora de Gambia es la música que se escucha por todas partes, muy similar a la música senegalesa, mezcla de las tres culturas básicas de la zona (mandinka, fulani y wolof), con instrumentos originales como los tambores sabar: el nder (tambor de plomo), el sabar (tambor de ritmo) y el tama (tambor parlante), de los que salen sonidos únicos.
Para quienes hayan estado en Jamaica, hay algo en Gambia que les recordará mucho de aquel país. Aquí el reggae está también muy presente, y no es raro ver banderas y rastas jamaicanas, e incluso el ritmo de vida recuerda algo al estilo jamaicano. No en vano, muchos de los esclavos que acabaron en Jamaica provenían de estas costas de África Occidental. El reggae es una música muy comprometida con las causas sociales, que se asocia también con una forma de vida. Desde que el dictador Yahya Jammeh (1996-2017) abandonó el país y se refugió en Guinea, los músicos de reggae han vuelto a recuperar la libertad de expresión y a mandar sus mensajes.
En Gambia, la danza y la música tradicional cuentan historias cotidianas: hombres que trabajan los campos, mujeres que hacen labores domésticas o niños que juegan. Los ritmos occidentales han llegado, pero en los últimos años hay un interés cada vez mayor en reivindicar la música popular africana, con nuevos artistas que han recuperado viejos ritmos. Como el mbalax, el ritmo popular más escuchado, una forma de música rítmica y enérgica muy bailable que combina la percusión africana tradicional con influencias modernas. Otro género musical popular en Gambia es la música kora. La kora es un instrumento único de 21 cuerdas que recuerda en cierta forma a un arpa, y es tocado por músicos expertos: es una música relajante y melódica, que cuenta historias y transmite emociones. El país puede ser otro si lo contemplamos mientras escuchamos a artistas como la gambiana-británica Sona Jobarteh, convertida en una maestra profesional de kora, que ha llevado esta música a todo el mundo.
Hacia el Este, la aventura
No son muchos los viajeros que salen del área de confort de la costa atlántica para adentrarse por el río Gambia, allí donde el agua deja de estar bajo el influjo del mar. La vegetación cambia totalmente. Los gruesos manglares del oeste se estrechan y dan paso a un espeso bosque tropical habitado por babuinos, colobos, monos e infinidad de aves y al pasar en bote a través de las islas del River Gambia National Park se puede ver incluso a los hipopótamos tomando su baño. El corazón del parque son las islas Baboon, situadas en una de las mejores zonas del río Gambia. Cientos de pájaros habitan el paisaje tropical y desde la piragua se pueden ver a las aves entre los árboles y, en el agua, hipopótamos y cocodrilos. Entre las ramas de los árboles de las orillas, se adivinan las siluetas de los babuinos, y con un poco de suerte, al pasar por el canal navegable que atraviesa el parque, conseguiremos ver a alguna pareja de chimpancés.
En esta misma zona un poco más adelante, en el River Gambia National Park, sobre cinco islas protegidas, se encuentra el impresionante Chimpanzee Rehabilitation Trust, creado para devolver con éxito a chimpancés (confiscados o mascotas) de todo el mundo a su hábitat natural.
El interior del país invita a la visita histórica: los antiguos círculos de piedra y los restos de los primeros habitantes de la región son reliquias enigmáticas del pasado y, siguiendo el río hacia el este, en Janjanbureh, un par de almacenes de la última época victoriana explican la importancia de la ciudad en el siglo XIX como centro de comercio colonial.
Los círculos de piedra de Wassu son una de las curiosidades del interior. No se sabe muy bien quiénes construyeron los cientos de círculos de piedra cerca de las riberas del sur de Senegal y Gambia entre el año 500 y 1000, pero se supone que señalan los lugares de enterramiento de reyes y jefes locales. Los círculos de piedra de Wassu son los más grandes y mejor conservados, pero el yacimiento de Kerr Batch está a unos kilómetros al oeste y hace las mismas preguntas y recibe las mismas respuestas sobre su origen.
África Occidental en estado puro.
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