Ocho paradas en Jamaica para sacar el máximo partido al país del ‘reggae’
Cada 6 de febrero es el día de Bob Marley, un artista inseparable de la isla caribeña que le vio nacer. Pero más allá de la música, una exuberante riqueza natural, su gastronomía o playas idílicas son motivos de peso para animarse a visitarla
Este lunes 6 de febrero se celebra en todo el mundo el día de Bob Marley, sin lugar a dudas la figura más famosa que ha dado Jamaica. Tal día como hoy de 1945 nació en Nine Mile un bebé llamado Robert Nesta Marley, fruto del matrimonio de una afroamericana y de un hombre blanco de edad avanzada, por lo fue un niño mestizo, detalle que marcaría su vida. Su talento cruzó todas las fronteras imaginables para un chico de campo de Jamaica y allá donde fue dignificó la cultura de su país y defendió su mensaje de liberación y pacifismo. Imágenes de Bob Marley hay en todo el mundo, de África a Asia, es uno de los mayores iconos universales. Así, es innegable que esa representación de Marley se asocia a la de Jamaica y su universo musical y el mito de su pertenecía al movimiento rastafari molan tanto como su sensibilidad y su capacidad para exportar y difundir el reggae junto a Peter Tosh y los Wailers y otros tantos nombres cruciales. Porque aquí nació el reggae, un género musical que devino el mejor embajador de una isla del Caribe que, por más que cuide la memoria de Marley, y Marley justifique una visita, es mucho más.
Su exuberante riqueza natural, su gastronomía, sus playas idílicas, sus deportistas (como Usain Bolt, que tiene la cadena de restaurantes Tracks & Records), su café, su exótica vegetación, su gente y su historia lo ponen de manifiesto y dotan de identidad a una isla cuyo nombre proviene de las palabras “Axarax Xamaca”, que vienen a decir tierra de madera y agua. De esta manera, si algo desprende Jamaica es buen rollo, por eso cuando se acerca un jamaicano y dice “guagua” y tiende la mano para golpearla a modo de saludo uno debe saber que no está llamando a ningún autobús, si no que es una abraviatura de What’s going on? en idioma patois. He aquí una serie de tips a tener en cuenta para sacar buen partido de ella.
Trenchtown
En una famosa encuesta, la revista Rolling Stone declaró No Woman No Cry como la 37º canción más importante de la historia de entre otras 500. En esa maravillosa canción, Bob Marley habla de la importancia de la memoria. “No mujer, no llores, / recuerdo cuando nos solíamos sentar / en un patio de las casa protegidas en Trenchtown, / observando a los hipócritas, / mientras se mezclaban con la buena gente que conocíamos”. Es emocionante estar en este barrio de Kingston, la capital, y en el mismo conjunto de casas de protección oficial donde se instalaron él y su madre tras abandonar las montañas. Hay que ir habitación por habitación para entender la canción y los orígenes de Bob Marley y del reggae. Hoy, Trenchtown es una casa museo y en un centro cultural dirigido por una comunidad rasta que, evidentemente, tiene su ritmo.
Además de fotografías de músicos jamaicanos que pasaron por aquí —como Roy Shirley, Alton Ellis, Dean Fraser, Hortense Ellis o Adina Edwards— está la primera guitarra de Marley, aquella con la que aprendió a tocar gracias a su mentor: Vincent Ford, creador a su vez de No Woman No Cry, una canción que mira el éxito del presente con un ojo puesto en el pasado, que recuerda a quienes llegaban del campo a buscarse la vida, cuando en cada una de estas habitaciones cabían 10 personas y, por supuesto, a las mujeres que venían solas con hijos.
La comunidad rasta no llega al 5% en Jamaica. Rastafaris genuinos que sigan a rajatabla los preceptos de este movimiento espiritual que tuvo por líder mesiánico a la figura del emperador etíope Haile Selassie I (conocido como Ra’s Tafari antes de subir al trono) quedan pocos. En Trenchtown todavía hay. La cultura rastafari es muy particular. Para un rasta lo primordial es que todo fluya. Un rasta jamás dice “understand” porque nada puede estar “under” (debajo) de nada, por eso dice “overstand”. Un rasta nunca dice “hello” (¡jamás! no puede aparecer la palabra hell, infierno), dice “respect”. Un rasta nunca dice “enjoy” (ni nada que se aproxime a la palabra “end”, fin), dice “fulljoy”. Así las gastan. En el patio comunitario hay una pequeña tienda (una craft shop) en la que venden pipas para fumar hechas por ellos mismos y un jardín con los muros pintados de motivos de la historia de Jamaica. Aquí y en el colorido Lavish Bar de la esquina uno imagina perfectamente a esos chavales recién llegados del campo buscando en la música un escape que les dio otra vida.
En la casa de Bob Marley
En 1999, la revista Time declaró el disco Exodus de Bob Marley & The Wailers, grabado en Londres en 1977, como el mejor álbum del siglo XX. Ese disco de oro es uno entre muchos y solo una de las reliquias que se hallan en esta casa del siglo XIX que Marley compró en 1975 y en la que vivió tantas temporadas. Su estado de conservación, gracias a que Rita Marley la transformó en museo seis baños después de la muerte del cantante en 1981, es envidiable. No está permitido hacer fotos en el interior, tan solo en el exterior donde a Bob le gustaba jugar a fútbol. Es una visita obligada y reveladora. Esta es la mítica casa de Hope Road que ya cuando vivía Marley era un centro de peregrinaje y un estudio de grabación. Un templo absoluto para fans, un rito de paso para todo el mundo que ponga un pie en Jamaica.
En una sala, cuyas paredes están forradas por periódicos de todo el mundo en los que apareció Marley, se encuentra la crítica que publicó El correo catalán sobre su concierto en la plaza de toros La Monumental de Barcelona el 1 de junio de 1980. El crítico, al parecer, no había salido mucho de la capital catalana y llevaba una boina mental considerable. Tituló el artículo La barretina de Marley, y en el texto se lee: “Por la tarde compareció en el coso taurino para efectuar las pruebas de sonido ataviado con una curiosa barretina multicolor. Esta variante de la tradicional prenda catalana colocada en la testa de un antillano fue motivo de singulares comentarios entre los empleados de la plaza”.
Entre las demás joyas que se mantienen intactas se encuentran su cama, su mítica camisa tejana denim, sus camisetas de equipos de fútbol, su guitarra Gibson, sus chanclas de Ghana, Biblias, el cojín donde se sentaba a meditar, el Land Rover azul en el garaje y hasta la batidora con la que hacía sus batidos de frutas y verduras, pues para un rasta convencido como él estaban prohibidas la carne, el alcohol e incluso el café. La marihuana, al contrario, era terapéutica y liberadora (medication for elevation), y solía fumarla en la galería cuyo balcón tiene unas vistas estupendas de las Blue Mountains, esas altas montañas en las que crece uno de los mejores cafés del mundo (Blue Mountain), que protegen el parque natural Holywell National Park y que, además, sirvieron para que muchos esclavos se escondieran y escaparan durante la dominación española. Por supuesto, no faltan retratos del emperador Selassie y la partida de bautismo del 79 de Marley expedida por la Ethiopian Orthodox Church y la bendición del propio Selassie.
También los disparos están intactos en la pared y nos ponen todavía frente a aquel intento en 1976 incomprensible de asesinato… ¡a Bob Marley! Y que le obligó al posterior exilio a Londres.
La heladería Devon House
Según la revista National Geographic en Jamaica está la cuarta mejor heladería del mundo. Y no es para menos. Además se halla en el mismo parque que la Devon House, la casa del primer millonario negro de la isla, un símbolo para la comunidad negra del país en cuyas inmediaciones se despliega este centro gastronómico y de recreo que ha devenido un más que agradable punto de encuentro. Construida a finales del siglo XIX, Devon House es una obra maestra de la arquitectura victoriana caribeña y alberga la heladería más célebre de la isla. Los 27 sabores van desde los tradicionales de cereza y pistacho hasta los exóticos de mango, coco y guanábana. También hay uno de cerveza, llamado Devon Stout. Uno no entiende las colas que se forman hasta que tiene el cucurucho en la mano.
Un paseo por Kingston
Decía aquella canción de UB40 llamada Kingston Town que había magia en Kingston. Recorrer las calles de la capital escuchando al grupo de Birmingham tiene sentido: uno cree saber a qué se referían con este Downtown, donde se dan cita la luminosidad del día y la de las estrellas durante la noche. Gracias a estas roads en 2015 la ONU denominó a Kingston capital creativa del Caribe. Se quiso crear un distrito artístico (por eso estamos al lado de la National Gallery, otra visita ineludible para entender la evolución del arte en la isla, desde que estuvo poblada por los indios arawak o arahuacos hasta la actualidad, pasando por los años de dominación británica, cuando sus artistas se cansaron de pintar sus paisajes). La zona encuentra su esplendor en Orange Street, cuyas coloridas fachadas homenajean a la música y a la gastronomía de la isla a partir de murales callejeros dedicados a Marley, Jimmy Cliff, Marcus Garvey o Toots Hibbert.
A escasos metros se encuentra el séptimo puerto más grande del mundo. Su orilla es buen lugar para sentarse a comer bananachips y una cerveza Red Stripe o un jugo de esos que venden en bolsas de plástico llamadas Bung Bang y que tan ricos están (sobre todo, el de jengibre). Del mismo modo, pero gastando 30 veces más, uno puede darse un homenaje en el restaurante Palate, del Rok Hotel.
También se puede ir a un lugar intermedio de comida casera como el M10 Bar and Grill. Se vaya donde se vaya, se advierte de que cuando se prueba el ackee and saltfish, plato oficial jamaicano, uno ya no puede pedir nada más, por lo que se recomienda probarlo el tercer o cuarto día. ¿Qué es? El árbol nacional es el ackee, que da lugar a una fruta que se mezcla con un pescado muy similar al bacalao. Hay quien lo toma para desayunar, para comer y para cenar. Sirve también para la merienda, porque ciertamente es una exquisitez.
Descanso en las playas de Frenchman’s Cove Beach
Cuando a uno se le hace la típica pregunta de cómo sería su playa ideal y pone la mente en marcha no lo sabe pero está pensando en algo similar a la Frenchman’s Cove Beach, en Port Antonio. Un monumento al hedonismo. No haría falta describirla, pero en fin, podemos decir que es una mezcla de arena dorada y agua turquesa entre dos lomas de pinos salvajes, o sea, lo más básico para dedicarse a la inactividad en cuerpo y mente y alma y lo que haga falta. En este rincón del mundo uno entiende bien a los filósofos contemporáneos que reivindican la contemplación, aquí se entiende que la pausa es lo que da sentido a la vida, que callar es lo que da sentido al habla y que la calma es lo que da sentido a la acción. Aquí se permite tirar de tópicos. Uno dice “paraíso tropical” y no exagera.
La mejor manera de acceder a ella es desde las villas del hotel Goblin Hill, cuya cocina (y su ponche) tiene también la perfección de la sencillez. Por algo “lujo” viene de luxus-us, salirse de la norma, la desmesura, la transgresión. Este es uno de los rincones más vírgenes de Jamaica, playas como San San lo demuestran. La exuberante vegetación que nos rodea atrae especies endémicas de pájaros entre las que destaca el Doctor Bird, una especie de colibrí encantador, que por algo es el ave nacional. Es tan querido en la isla que en el logotipo de Air Jamaica se utiliza su dibujo estilizado.
Belinda’s Riverside Restaurant
Hablando de lujo, un lujo mayor para el viajero aventurero es el Belinda’s Riverside Restaurant, un restaurante al aire libre. Elogio de la comida popular hecha con dedicación y que ha conmovido a gastrónomos y celebridades de todas partes del mundo. Para llegar aquí hay que tomar, como mínimo, un avión, una furgoneta y una barca de bambú. Pero vale la pena. Ubicado en la parroquia de Portland, está en mitad del llamado Rio Grande y solo se accede a través de embarcaciones que recorren su curso. Belinda regenta este pequeño restaurante bajo un techo de palma y soportes básicos de bambú (no puede ser más rústico ni más sostenible) igual que hizo su madre Betty durante décadas. Ella vive en la montaña de enfrente y sube y baja cada día 70 minutos cargando comida y leña. De pequeña acompañaba a su madre y la ayudaba arrastrando los mismos troncos de madera con los que cocina hoy. Hace 23 años, cuando su madre enfermó, decidió hacerse cargo del negocio. Entre sus comensales más conocidos se encuentran Johnny Depp, Sylvester Stallone o Beyoncé.
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Posted by Belinda’s Riverside Restaurant on Sunday, January 8, 2023
En sus tradicionales ollas holandesas, Belinda prepara cabrito al curri, bullabesa, cangrejos de río recién pescados por ella y cocinados en leche de coco, pescado frito o pollo frito, langostas y todo tipo de acompañamientos clásicos jamaicanos, así como el clásico ackee and saltfish, junto con una amplia variedad de guarniciones. Como indica la revista Lets Travel Caribbean, uno de sus platos más destacados es el crayfish coconut rundown, que se elabora con el zumo de coco rallado —cocinado a fuego lento para crear una salsa espesa—, polvo de curri, hierbas frescas y una pizca de pimienta Scotch bonnet.
Hotel Jamaica Inn
Mejor avisar desde el principio y evitar malentendidos: cuando se pone un pie en el hotel Jamaica Inn es altamente complicado salir. Todo lo que se puede desear está ahí delante: la playa más transparente, la terraza más acogedora, la medianoche mejor estrellada … Cuando eso suceda, porque le pasará, sepa que no es usted la primera ni la única persona que ha sucumbido a ello. Arthur Miller y Marilyn Monroe eran tan asiduos que celebraron aquí su luna de miel y no hay constancia de que se lo pasaran mal o discutieran. La pretenciosidad brilla por su ausencia y la historia se acopla al entorno armónicamente. Otros clientes frecuentes fueron Ian Fleming (creador de James Bond y gran consumidor de martinis en la barra del bar), Noel Coward, Errol Flynn (que tanto gustaba de llevar a sus conquistas en las barcas que descienden Rio Grande) o Katharine Hepburn.
El único sitio de la localidad de Ocho Ríos que merece que se abandone este hotel por unos minutos es el simpático y festivo restaurante Miss T’S Kitchen, donde evidentemente hay que probar la mítica langosta rundow. Tras ello, lo más sensato es regresar rápido al calor del alojamiento, no vaya a ser que nos perdamos. Se han dado casos.
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