_
_
_
_

Por el parque natural de Izki: estrellas en el cielo y en el suelo de los montes de Álava

En el sureste de la provincia, a media hora de Vitoria, se esconde uno de los espacios verdes más solitarios y desconocidos de España. Buen lugar para ver raras aves, como el pico mediano, y estrellas. También espera la preciosa villa medieval de Antoñana y un restaurante con estrella Michelin

La vista desde el collado del Avellanedo, en el parque natural de Izki (Álava).
La vista desde el collado del Avellanedo, en el parque natural de Izki (Álava).ANDRÉS CAMPOS

Un domingo de primavera cualquier parque natural de España está a tope de gente. El último domingo de abril, solo coincidimos en el de Izki con dos parejas de senderistas y con un corredor al que no devolvimos el saludo —un “¡epa!” con efecto Doppler— porque estábamos embobados en el collado del Avellanedo, viéndole la espalda a los buitres leonados y a las águilas reales que suelen planear bajo los acantilados del monte Soila. Con los prismáticos que nos habían prestado en el Centro de Interpretación de Korres, también veíamos, mejor que las águilas, Antoñana, uno de los pueblos más bonitos del País Vasco. Y por el camino, más aves y árboles monumentales. Todo esto vimos en Izki, un parque natural tan grande —el tercero mayor de la comunidad: 9.473 hectáreas— como desconocido. Se creó hace 26 años. Ya es hora de descubrirlo.

De Korres, una aldea de 30 vecinos y kilómetro cero del parque, a 30 kilómetros al sureste de Vitoria-Gasteiz, salimos andando por la senda El Agin, un camino bien señalizado con letreros y círculos amarillos que sube desde la fuente de Arriba, entre huertas, para enseguida adentrarse en la espesura de robles marojos o melojos (Quercus pyrenaica) que puebla la mayor parte del espacio natural. Aquí pudimos ver —y, sobre todo, oír repiquetear— al pico mediano (Dendrocopos medius), un raro pájaro carpintero que solo habita en bosques vírgenes y antiguos y que mantiene en este enorme marojal —el más extenso de Europa, según los marojólogos una de sus poblaciones ibéricas más importantes. Esta y otras especies —el azor, el abejero europeo, la culebrera europea, el alimoche, el halcón peregrino…—hacen de Izki un enclave idóneo para el turismo ornitológico.

El paisaje desde la senda El Agin, en el parque natural de Izki.
El paisaje desde la senda El Agin, en el parque natural de Izki.ANDRÉS CAMPOS

La cuesta del monte Soila, bastante tendida por este lado, permite ascender casi sin esfuerzo por un terreno cada vez más despejado de árboles, más pedregoso, pero que ahora, en primavera, es un jardín lleno de carraspiques de roca, de prímulas olorosas, de jaguarzos moriscos, de orquídeas —compañones, abejeras oscuras, púrpuras…— y de las mil florecillas amarillas de las aulagas. De ellas liban las mariposas chupaleches, las de los muros, las saltacercas, las perladas violetas y las manchas verdes. Las auroras, no. Las auroras no se posan nunca. Parece que han venido al mundo solo a volar.

Un ejemplar de pico mediano (Dendrocopos medius).
Un ejemplar de pico mediano (Dendrocopos medius).JUAN CARLOS MUÑOZ (Alamy / CORDON PRESS)

Desde el collado del Avellanedo, magnífico mirador al que llegamos tras dos kilómetros de paseo, se puede subir al monte Soila o se puede bajar por la cara sur, como hicimos nosotros, para volver a Korres por el barranco del río Izki, completando una ruta circular de tres horas. En la vertiente sur del collado, escarpadísima al principio, tanto que hay cuerdas para descender sin miedo, se ven un haya y un tejo grandes y viejos como el mundo, y más abajo, tilos y castaños majestuosos, que a estas alturas del año aún alfombran con su hojarasca otoñal el suelo del bosque, donde los lagartos verdes, los bichos más adorables de Izki, de color y mirada alienígenas, se mueven para espiar a los pocos humanos con estrépito.

Una mañana bien aprovechada da para lo anterior y para arrimarse luego en coche a Antoñana. Fundada por el rey Sancho el Sabio de Navarra en 1182 sobre un antiguo fuerte, esta preciosa villa amurallada conserva intacto su aspecto medieval, con tres calles paralelas en dirección norte-sur y cero comercios. En el único bar que hay, el del centro social, nos tropezamos con el apicultor Fernando Díaz, pastor de 80 colmenas en la solana del monte Soila, quien nos habló maravillas de la miel de Antoñana y nos encareció la de bosque: es casi negra y la más rica. Pero como no le quedaba —¡se la rifan los 150 vecinos!—, nos colocó un kilo de miel de romero y nos regaló otro de milflores crema. Para hacer estos dulces cambalaches, hay que llamar antes al 635 74 62 92.

Fernando Díaz, apicultor de Antoñana (Álava).
Fernando Díaz, apicultor de Antoñana (Álava).ANDRÉS CAMPOS

Como solo de miel no se vive y en Antoñana tampoco hay restaurantes, un pajarito que nos sugirió acercarnos a Arrea!, en Kanpezu, y probar la “cocina furtiva” de Edorta Lamo, premiada con una estrella Michelin. “Demasiada caza”, nos indicó otro pajarito que nos vio cara de ecologistas, o de pobres, o de ambas cosas. Y no andaba equivocado. Así que comimos de la mochila en la vieja y bucólica estación de Antoñana, dando un bocado con vistas al pueblo y otro a la montaña. De postre: miel crema a cucharadas. Por aquí pasó el Vasco Navarro, el ferrocarril de vía estrecha que operó entre 1927 y 1967, uniendo Estella, Vitoria y Bergara, y pasan hoy los que siguen a pie o en bici la vía verde homónima, una de las más bellas y largas —96 kilómetros— de España. Tres vagones-museo informan sobre la vida y milagros del Trenico y sobre los recorridos que pueden hacerse por su desaparecida vía.

Una de las calles del casco histórico de la villa de Antoñana (Álava).
Una de las calles del casco histórico de la villa de Antoñana (Álava).makasana photo / Alamy / CORDON PRESS

De día, como hemos visto, Izki es un no parar de aves y mariposas. Por la noche, el espectáculo continúa en este cielo, que es el menos contaminado lumínicamente del País Vasco, el más estrellado. El clima benigno del sureste de Álava —mediterráneo, con escasas precipitaciones—y las montañas que rodean el parque garantizan una limpieza y una oscuridad absolutas. Por eso se creó en 2017 el observatorio astronómico de Behatokizki, en Korres, que, además de escudriñar el firmamento con ojos científicos, ofrece actividades para todos los públicos: exposiciones fotográficas, observaciones solares diurnas y otras especiales nocturnas para contemplar planetas, eclipses o lluvias de estrellas. Las Perseidas, en agosto, son una fiesta en este observatorio. Una fiesta pequeña, casi secreta, porque Izki —no nos cansaremos de repetirlo— lo conoce muy poca gente… El otro día éramos cinco senderistas en el parque. Y el corricolari.

Suscríbete aquí a la newsletter de El Viajero y encuentra inspiración para tus próximos viajes en nuestras cuentas de Facebook, X e Instagram.

Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_