24 horas en Sagres: surf, pescado y dinosaurios en el fin del mundo
Al límite sudoeste del continente europeo, esta pequeña localidad portuguesa se despliega en una península rodeada de playas y acantilados y ofrece numerosas razones para irse deseando volver pronto
Maresía. Esta es la palabra con la que los portugueses nombran el aroma a mar que a veces flota tierra adentro. Ese perfume a salitre que conquista ciudades de la costa como Sagres, al sur de Portugal. Toda ella es maresía. Lo son sus paisajes, sus acantilados, sus playas. Lo es su urbanismo, su ambiente, su día a día. Este es un territorio conforme consigo mismo, que se protege del turismo masivo. Un rincón del Algarve donde el tiempo camina perezoso, invitando a ser recorrido sin brújula, destino ni horario.
Así se descubre que hay muchas Sagres dentro de Sagres, una para cada visitante. 24 horas dan para echar un vistazo y encontrar algunas de esas versiones.
9.30 Un café y muchas olas
Aquí la felicidad llega en forma de olas. Y el surf es una religión. Las tablas son protagonistas en cualquier momento, sobre todo los días de viento, que en esta zona gobiernan con mayoría absoluta. Escuelas hay a mares: la única dificultad es elegir una. Despierta con un café en Picnic Sagres (1), ponte el neopreno y marca cualquiera de las extensas playas en el mapa. No hace falta ni moverse: La playa de Mareta (2) y la de Tonel (3), en el propio casco urbano, son ideales para iniciarse. Y a las afueras de la ciudad, Beliche (4) impresiona por sus acantilados donde anida la cigüeña blanca.
La búsqueda de emociones más fuertes comienza recorriendo los baches de la carretera N-268, asfaltada como si fuese un trabajo de mosaico. Atraviesa bosques de encinas, eucaliptus y nuevos pinares de repoblación —el fuego arrasó los viejos—y asciende paralela a la costa más salvaje de Portugal. Las alucinantes Castelejo (5) y Cordoama (6) son las dos playas más cercanas, a pocos minutos de viaje. Sorprende el extenso desierto de arena y dunas de Bordeira (7). Arrifana (8), en el valle de Telha, es una de las favoritas de los surferos.
Tras disfrutar de playas y olas, de vuelta a Sagres O Cultural (9), que abrió sus puertas a principios de año en la localidad de Vila do Bispo de la mano del argentino Manuel Salvado, de 27 años, es parada recomendada. “Adoro la simpleza y la autenticidad del lugar”, reconoce quien llegó desde la Patagonia para ofrecer buenos desayunos, brunch y almuerzos con precios más que razonables. Los fines de semana programa conciertos. Su lema es: “Come, bebe, relaxa”. Ni una palabra más.
12.00 La base de un imperio
Mateus, protagonista de Un día llegaré a Sagres (2021), novela de Nélida Piñón, atraviesa Portugal para seguir los pasos de Enrique el Navegante, que echó en Sagres “las raíces que dieron origen al imperio portugués”, como relata este joven campesino, quien está convencido de caminar sobre un epicentro sagrado al adentrarse en la fortaleza de Sagres (10).
El recinto recuerda la grandeza de la Portugal del siglo XV, cuando fue construido. Los destrozos del terremoto y posterior tsunami de 1755 obligaron a renovarlo décadas después. Sobrio, amplio, los acantilados que sustentan el recinto impactan más que sus anchas murallas. Es un sitio para soñar, para dejarse llevar por el espíritu aventurero del infante de Sagres, que tras explorar las islas atlánticas y las costas de África terminó su vida en esta ciudad.
13.00 De la lonja a la brasa
El restaurante A Sereia (11) está rodeado de nasas, barcos de pescadores y grandes gaviotas que miran pícaras a ver si pescan algo. Ubicado sobre la lonja portuaria de Sagres, si se quiere comer aquí es recomendable acercarse temprano. No se aceptan reservas y llegar en horario del almuerzo español es sinónimo de largas esperas. “Jamás hacemos publicidad, pero el boca a boca hace que venga cada vez más gente”, cuenta Chris Días, que regenta el negocio junto a su hermano David. El primero, con delantal y gorra sobre su largo pelo rizado, te convence para que pruebes los mejores pescados del día —de las sardinas al gallo San Pedro o al emperador— que preparan a la brasa. Los enormes ejemplares de camarão tigre son también apuesta segura. El segundo te sirve tarta mixta, a base de algarroba, higo y almendra, perfecto bocado final.
Por si hay cola, dos alternativas: A Sagres (12), donde saborear la gastronomía portuguesa, como los percebes o el arroz con pulpo y mucho cilantro, y Fermento (13), con una carta de platos mediterráneos e influencia italiana, abrió hace poco más de un año por cuatro amigos: Ilaria, Gianluca, Alberto y Cinzia.
15.00 Café, cóctel o ambos
“Vine a surfear y me quedé. Un poco cliché”, cuenta Borja López, murciano de 35 años que vive en Sagres desde hace años junto a su mujer, la holandesa Juliet Arends, de 32, y sus dos hijas. Ambos abrieron Laundry Lounge Sagres (14) en 2018. Con una barra, dos terrazas, media docena de lavadoras y alicatado hasta el techo, es algo más que un restaurante. En él se hace la colada mientras se lee un libro o se pica algo. En su playlist suena música española: El Kanka y Club del Río acompañan al tambor que gira y gira. Abren todo el día. Arrancan con yoga, siguen con desayunos para modernos, continúan con sándwiches y hamburguesas para el almuerzo y ofrecen una selección de tapas de estilo asiático y sushi para la cena. Hay música en directo en las noches de jueves a domingo.
17.00 El paraíso de la cerámica
Su fachada repleta de platos, cuencos y fuentes de mil colores es carne de Instagram. Artesanato a Mó (15) ejerce de lugar de peregrinaje para quienes buscan algo más que un recuerdo: en sus estanterías hay cientos de oportunidades para completar una vistosa vajilla o decorar la casa. Apetece comprarlo todo. Pasar por caja requiere paciencia, como ocurre en su establecimiento gemelo en Raposeira. Tras la compra, cada objeto es envuelto en folletos de publicidad de los supermercados cercanos o periódicos del día. Con agilidad y cariño, pero sin prisas. Para qué.
18.00 Plan b por si llueve
En este territorio, incluido en el parque natural del Suroeste del Alentejo y la Costa Vicentina, el clima cambia a la velocidad de la luz. Entras a darte un chapuzón con el sol quemando la espalda y sales con un nubarrón que anuncia tormenta. Puede pasar de todo, así que es recomendable manejar otras opciones para cuando el día se pone tonto. A veces basta caminar por los múltiples senderos que se visten del rojo de las amapolas, el blanco de las zanahorias silvestres y el lila de las malvas. Otras, pasear en bicicleta por los caminos secundarios que se acercan a playas alejadas como Salema (16), con sus pisadas de dinosaurio sobre las rocas y las singulares urracas de alas azules jugueteando entre arbustos. Otra opción es subirse al coche sin navegador, descubrir las minúsculas aldeas repartidas alrededor de Vila do Bispo (17) y soñar con una de esas casitas blancas y buganvillas en la puerta.
20.00 Vistas al fin del mundo
Estrabón dijo hace un par de milenios en su Geografía que el extremo más occidental de la tierra habitada era el cabo de San Vicente (18). La mística rodea aún hoy a este agreste promontorio cuyo faro se ilumina cada cinco segundos. Sus acantilados dan tanto vértigo que enganchan. Las olas rompen con fuerza a sus pies y las gaviotas juegan con el viento que les permite moverse con la rapidez del rayo o flotar en el aire estáticas como una cometa a la que hubieran pulsado el pause. Cada tarde el sol cae devorado por el Atlántico ante la mirada de cientos de curiosos. Espectáculo natural que pide abrigo. Aquí el frío se mete en el cuerpo sin pedir permiso. Ni disculpas.
21.00 Conciertos y sesiones de DJ para acabar el día
Música brasileña en directo entre platos de sushi vegetariano. Sesiones de música electrónica con una hamburguesa de pollo tandoori en las manos. Clases de tango y una lubina frita para reponer fuerzas. Acercarse a Favo Bistro Bar (19), a unos 15 minutos en coche de Sagres, es una experiencia diferente cada día. Impulsado por Ronja Bomhoff, es el epicentro de la comunidad foránea que reside en la zona. El idioma de las islas británicas manda en un ambiente cosmopolita que contrasta con la ruralidad de la minúscula aldea —Hortas do Tabual— donde se esconde este edén. Hay cerveza portuguesa a buen precio, cócteles y eventos hasta la medianoche. Es la hora justa para entender el significado de otra palabra portuguesa: saudade, nostalgia. Saudade por lo vivido en un territorio único en apenas 24 horas. Saudade por retornar pronto.
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