En la isla de Hokkaido, el Japón que no sale en Instagram
Un viaje entre bosques, volcanes y ciudades termales por la isla más septentrional del país. Un territorio de inviernos perfectos para los amantes de la nieve y veranos suaves aún a salvo del turismo masivo


Los campos de la lavanda en julio, los incontables colores de sus bosques en otoño, el sitio de Japón para los amantes de la nieve y el esquí. Hokkaido también es la cuna de la cultura ainu y el hogar de shima-enaga, un pequeño y esponjoso pájaro conocido como hada de las nieves protagonista de todo tipo de souvenirs. Dicen que esta isla es, además, el mejor sitio del país para comer pescado y marisco. Y el destino al que van muchos japoneses en vacaciones para disfrutar de sus pocos días de descanso y del ritual de darse un baño en aguas termales.
A la isla más septentrional del país, el último lugar de Japón al que llegó la modernización como una estrategia defensiva ante las amenazas de incursiones extranjeras —que se intensificaron a partir del siglo XIX—, se aterriza tras un vuelo de menos dos horas desde Tokio hasta el aeropuerto de Asahikawa. Lo más habitual es que el viajero, una vez explorada la capital nipona con imprescindibles como el cruce de Shibuya o el templo de Sensoji, emprenda viaje hacia el sur para conocer Nara, Kioto, Hiroshima o Nagasaki. Son pocos quienes se aventuran rumbo al norte. Así lo aseguran las guías locales con las que hablamos en Hokkaido; apenas nos cruzamos con una familia escocesa y un grupo de occidentales en una semana. Este no es el Japón que aparece en el feed de Instagram. Eso sí, si tiene la sensación de que es el país que más ve en sus redes sociales, no está equivocado. El pasado mes de agosto más de 32.000 españoles lo visitaron; y en 2024 lo hicieron 180.000, un récord histórico, y una subida del 57% con respecto a 2023 —el aumento más alto de Europa—, según datos de la Organización Nacional de Turismo de Japón (JNTO). El interés por este destino no para de crecer, y con la idea de mostrar otros de sus atractivos menos conocidos para una segunda (o, por qué no, primera) visita, JNTO ha invitado a El Viajero a recorrer Hokkaido.
A una media hora en coche desde Asahikawa espera la primera parada: Shikisai-no-oka, un ordenado jardín situado en una colina cuajada de flores con vistas a la cordillera Tokachi. Como un arcoíris, se despliegan tulipanes, lavanda, girasoles, dalias… Su máximo esplendor es en los meses de verano, aquí mucho más suave que en el resto de Japón, aunque, como en tantos otros sitios, el de 2025 lo recuerdan como uno de los más calurosos. Esa es una de las razones por las que se están viendo osos pardo —en Japón, solo viven en esta isla— donde antes no llegaban.

Un lugar en esta zona para dormir es el Shin Furano Prince Hotel. Aquí sorprenden cuatro cosas; dos únicas, y las otras dos una constante en el resto del viaje. Lo más llamativo es que junto a esta mole de unas 400 habitaciones hay dos telesillas que suben a la estación Furano Ski Resort. Lo segundo, las 15 casitas de madera de Ningle Terrace, una pequeña área comercial con puestos de artesanía que fue creada por So Kuramoto, escritor del programa de televisión basado en Furano Kita no Kuni Kara. Lo que es común con el resto de alojamientos es su cuidada tienda de regalos, con opciones para todos los gustos con productos locales de la isla y de todo el país, y que muchos de los huéspedes se mueven por las instalaciones como uniformados. Aquí muchos hoteles tienen su zona de baño u onsen (los primeros, con aguas a distintas temperaturas como un spa; los otros, con aguas termales), y es obligado entrar bien con el pijama o con el yukata (vestimenta tradicional parecida al kimono y hecha de algodón) que proporciona el alojamiento. Son muchos quienes lo lucen también en la cena o el desayuno, zapatillas de ir por casa incluidas.

Sapporo, la capital
Antes de llegar a Sapporo, capital de la isla y la única parada en una gran ciudad del itinerario, toca una visita a la Villa Histórica de Hokkaido, un museo al aire libre en el que se muestran 52 edificios (trasladados piedra a piedra o reconstrucciones) que representan la historia de Hokkaido de 1868 a los años veinte del siglo pasado (del periodo Meiji al inicio del periodo Showa). El edificio del periódico Otaru Shimbun, una barbería, una fábrica de sake, una casa de pescadores, una tienda de dulces o un curioso puesto policial de 1911 con un afable anciano que trabaja aquí como voluntario son algunos de ellos.

Ya en Sapporo, sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1972, hay que detenerse en la Torre de la Televisión, junto al parque Odori (donde se exponen la mayoría de esculturas durante su visitado Festival de la Nieve, en febrero), y en Tanukikoji, el lugar para unas compras. La historia de esta calle comercial cubierta se remonta a 1873, y hoy se alarga unos 900 metros con unas 200 tiendas a lado y lado. Una de ellas es Don Quijote, cadena famosa en todo el país. Aquí hay mil tiendas en una. Varias plantas donde uno se pierde entre moda (firmas de lujo incluidas), cosmética, maquillaje, electrónica, decoración, comida, juguetes sexuales…. Si no se va con ojo, se corre el peligro de hacer un bakugai, palabra japonesa elegida como una de las más populares de 2015 que describe el fenómeno de los turistas chinos que compran grandes cantidades de productos.

En Tanukikoji también hay restaurantes, pero para comer en la ciudad el lugar es Ganso Ramen Yokocho, un callejón cubierto en el céntrico distrito de Susukino en el que se suceden pequeños locales donde no caben más de 10 comensales que se sientan en la barra mientras observan cómo preparan su ramen. En Hokkaido, el tradicional se hace con sopa de miso, se acompaña con un trozo de mantequilla y entre los ingredientes hay, sí o sí, maíz. En estos pequeños restaurantes entras, pides un gran bol de ramen por unos 1.300 yenes (poco más de 7 euros, al cambio actual), comes y te vas. Nada de sobremesa.

La sobremesa se puede hacer en el cercano Parfait, Coffee, Sake, Sato. Primero es una coqueta tienda de dulces, pero la clave coger el ascensor que lleva a su zona de restaurante. Al abrirse las puertas, aparecen dos grandes mesas donde se proyectan imágenes y donde los clientes dudan qué elegir de su carta basada en postres. La copa con base de gelatina de manzana, yogur, mouse de frutos rojos y coronada con una bola de helado de pistacho y otra de caramelo saldo (más una galleta crujiente) es para repetir.

Siguiendo con los planes gastro, aquí está la fábrica de la cerveza Sapporo, donde además de conocer una historia que se remonta a 1876 se puede hacer una cata de sus distintas variedades y comer jingisukan (barbacoa japonesa) en su restaurante. Y, por supuesto, hay que ir al mercado de pescado. En el recoleto Nijo Market se suceden los puestos que despliegan huevas de salmón o bolsas con distintos pescados deshidratados, pero los protagonistas son los cangrejos de un tamaño considerable y los pequeños y redondeados melones Yubari, considerados de los más caros del mundo y cultivados en la ciudad homónima de la isla de Hokkaido. Lo que se puede (y debe) hacer en este mercado es desayunar en alguno de los locales que sirven Kaisendon, un bol que combina arroz con variedad de mariscos y pescados crudos o con cangrejo cocido. No falta un trozo de tortilla esponjosa. Energía de sobra para soportar un frío día de invierno o para emprender la siguiente aventura (al igual que si se tiene la oportunidad de probar las deliciosas sopas de curri).

El momento de los paisajes
Hokkaido es un choque cultural para muchos japoneses. Así lo dice Hisako Eguchi, la guía y traductora que acompaña durante el viaje y para quien es su primera vez en la isla. Según explica, aquí, a diferencia de otras islas del país, la naturaleza se despliega a sus anchas. Algo que se observa en una caminata por el monte Hakkenzan, popular entre excursionistas y escaladores. Conocida por su cumbre rocosa que se asemeja a ocho espadas (de ahí su nombre), ascender hasta los 500 metros de su cima en otoño es la mejor manera de sumergirse en el momiji, palabra que se refiere al fenómeno del enrojecimiento de las hojas de los árboles en esta estación, que a menudo se asocia específicamente con las hojas del arce japonés. Hay algún tramo no especialmente apto para las personas con vértigo, aunque Michiko Aokim, nuestra guía montañera (que asegura que no suele acompañar a extranjeros), distrae mientras va describiendo los árboles y arbustos (algunos venenosos) que pintan el paisaje de todos los tonos de verdes, rojos, naranjas, amarillos y marrones.

Cerca queda Jozankei Onsen, en el parque nacional Shikotsu-Toya y uno de los mayores enclaves balneario de Hokkaido. Paseando se descubren pequeños onsen para pies y referencias al protector del lugar: un duende del agua llamado kappa. Otro icono de la zona es el puente rojo Futami-tsuribashi; se puede cruzar andando o en canoa por el río Toyohira que discurre por abajo. Jozankei es uno de los principales destinos turísticos de la isla. Probablemente por eso, en medio de la naturaleza aparece el Jozankei View Hotel. Por fuera, es un monstruo arquitectónico sin atractivo. Dentro, han convertido sus plantas superiores en el Executive Suite Suirei, habitaciones de lujo que incluyen la experiencia de probar en su restaurante el menú kaiseki, que fusiona gastronomía francesa y japonesa.
Pero si hay un paisaje imponente en esta isla es el monte Usu. En una caminata de unas dos horas o en seis minutos de teleférico se llega a lo alto de este volcán activo (1.370 metros) que ha entrado en erupción cuatro veces en el siglo XX (en 1910; en 1944–45; el 7 de agosto de 1977; y el 31 de marzo del año 2000). Arriba, la panorámica incluye el lago Toya con sus islas volcánicas deshabitadas a un lado; al otro, el humeante cráter Ginnuma —creado en la erupción del 77— y, detrás, el Pacífico. Enfrente, y más bajo, un humeante volcán rojo que se originó hace apenas 50 años. Junto con el lago Toya, el monte Usu y el Showa-Shinzan forman parte de la red mundial de geoparques de la Unesco desde agosto de 2009, el primero en Japón.

Cuenta la historia del Showa-Shinzan una apasionada Rie Egawa, guía certificada por su conocimiento del lugar por el Gobierno de Hokkaido y quien también confirma que no suele acompañar a españoles por aquí. La conocida como la montaña nueva tardó un año y nueve meses en crearse; de diciembre de 1943 a septiembre 1945. Aquí por entonces había un pueblo agrícola con unas 72 personas, y como era plena Segunda Guerra Mundial estaban obligados por el Gobierno nipón a quedarse y seguir produciendo comida para los soldados. Masao Mimatsu era un administrador de correos japonés, pintor aficionado, que empezó a registrar los terremotos y el crecimiento de la nueva montaña. Él compraría los terrenos a quienes vivían aquí, muchos pensando en suicidarse porque ya no tenían casa ni trabajo tras la erupción, explica Egawa. Tras su muerte en 1977, el propietario de la montaña pasó a ser el marido de su nieta, quien asumió su apellido para que no se perdiera. “Si no te gusta encontrar desastres naturales, por qué no vives en la Luna”, decía, según recuerda la guía. Fallecido el pasado mes de julio, hoy ella lleva la misma carpeta en la que él guardaba sus documentos.
En esta isla uno también puede hacerse una idea de a qué huele el infierno. Noboribetsu es una famosa localidad balneario, y sus fuentes termales naturales están entre las mejores de Japón. Aquí está el llamado Valle del Infierno (Jigokudani). Sus rocas blanqueadas, las pozas de vapor y el fuerte y permanente olor sulfúrico dan una idea de su acertado nombre. Más de 10.000 toneladas de agua con distintos elementos naturales se suministran a los alojamientos de esta ciudad onsen.

No hace falta ser huésped de un hotel para disfrutar de su baño, ya que algunos ofrecen pases de día. Si hay que elegir uno, el Noboribetsu Grand Hotel tiene una parte exterior donde sumergirse en aguas termales junto a una bonita cascada exterior. Pero antes de eso, es fundamental conocer el ritual del baño japonés. En los onsen, hombres y mujeres van por separado, y se entra desnudo (importante: si tiene tatuajes, hay que cubrirlos). Antes del baño, es imprescindible ducharse (se suele poder elegir entre variedad de geles o cremas para la cara). Ya luego el tiempo que se quiera permanecer en remojo queda a elección de cada uno. Fuera puede oler a infierno, pero se está como en el paraíso.
Conociendo a los ainus
Los años sesenta y setenta fueron las décadas del bum turístico en Hokkaido, y en ese momento nacía el primer sitio de representación de la cultura ainu, un pueblo indígena de la región norte del archipiélago japonés, particularmente de esta isla. El objetivo era que los ainus dejaran así de mostrar a los turistas sus propias casas en Shiraoi. Pero los esfuerzos para poner en valor esta cultura y que no se pierdan sus artes —desconocidos para la mayoría de japoneses— se materializaron en julio de 2020, con la apertura del museo nacional Upopoy. “Fue un mal momento para abrir por la pandemia. Así que los dos primeros años del museo no cuentan, por las restricciones que había en el país”, explica Queralt Casado Pardo. Esta catalana lleva ocho años viviendo en la isla, y ahora investiga colecciones ainu en Cataluña y es la encargada de las relaciones internacionales y de montar exposiciones en el museo.
Dentro de la visión del mundo ainu, todas las cosas tienen un espíritu. Y las que tienen un impacto más grande en los humanos son los kamuy, que cuando vienen al mundo de los humanos toman formas distintas (animales, plantas, utensilios, fenómenos de la naturaleza…). Un oso es un kamuy, porque puede acabar con tu vida pero si lo cazas te da carne, pieles para el invierno, órganos para comerciar… Y un kamuy de hoy sería el teléfono móvil, ejemplifica Queralt.
En el museo se muestra cómo eran sus casas y danzas tradicionales, cómo tejen (trabajo de las mujeres) o tallan madera (trabajo de hombres), o sus instrumentos (probar que salga un solo sonido de un mukkuri, un tipo de arpa de boca de madera, puede llevar horas). Algo con lo que se identifica a los ainus son los patrones únicos en los bordados de sus prendas y maderas talladas (que identifican familias, zona geográfica o una persona). Los tejidos hechos con corteza de árbol de Nibutani y las bandejas de madera tallada son consideradas artes tradicionales de Japón. Mukar, de la etnia ainu, es el encargado del taller de artesanía, en el que actualmente trabajan 12 personas. Explica que le enseñó a tallar madera un vecino cuando tenía 19 años, y que se tarda hasta 10 años en aprender. Él ahora tiene 36, y piensa que aún puede mejorar.
En Upopoy, que de abril de 2024 a marzo de 2025 (año fiscal japonés) visitaron 316.398 personas, también hay un memorial. Construido en septiembre 2019, este espacio recoge restos humanos de ainus que fueron “recolectados” por universidades y museos por motivos de investigación antropológica. Un lugar de tránsito hasta que sean devueltos a sus familiares del que se ocupa el Gobierno. Hasta la fecha, han repatriado 1.651 cuerpos llegados de Alemania, Australia y Escocia.
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