Ponga, el último tesoro natural de Asturias
Empresas comprometidas y agentes públicos trabajan en el Principado, Galicia, Cantabria y el País Vasco por un modelo de turismo sostenible que ayude al desarrollo económico de las comunidades rurales. Un nuevo proyecto, la Reserva Ecoturística de la España Verde, promueve actividades para la sensibilización hacia el entorno y la producción local


La vista casi no alcanza a vislumbrar la cima del Frailón; jirones de nube ocultan y destapan en cuestión de segundos la arquitectura vertiginosa del desfiladero de los Beyos. La silueta lejana de un buitre se recorta en las alturas. Al llegar a La Huera, un giro cerrado enfila el coche hacia la Foz de los Andamios; antes de que la maquinaria horadase la roca para construir esta pista hace 50 años, una pasarela de tablones daba acceso al barranco del Viboli. Dos senderistas saludan al cruzarse. “Ya habéis visto más gente que cualquier día de agosto”, dice al volante Joaquín López. Junto a Arancha Marcotegui –la otra mitad de Birdwatch Asturias– guían rutas de observación en la naturaleza por diversos parajes asturianos, como el parque natural de Ponga.
“Picos de Europa es una barrera”, admite López. Aunque su macizo occidental se eleva justo enfrente, “supone que apenas llegue gente a Ponga, y que todo esto tenga un nivel de conservación espectacular. En cuanto a desarrollo económico…Uf”. Los registros de visitantes anuales lo evidencian: cerca de dos millones en Picos, algo más de 6.000 en Ponga. Extremos cuestionables si atendemos a conservación o desarrollo rural que la recién creada Reserva Ecoturista de la España Verde pretende revertir. Es un proyecto ambicioso: coordinado por las cuatro autonomías que miran al Cantábrico –bajo liderazgo asturiano–, este corredor verde propone hasta 118 experiencias de auténtico ecoturismo a lo largo de 2.500 kilómetros de costa y 25 espacios protegidos de Galicia, Asturias, Cantabria y Euskadi, como los que visita –por invitación de Turismo de Asturias– esta ruta al oriente del Principado.
“La ruta que hacemos en Ponga está basada en paisaje, geografía, naturaleza y etnografía”, explica Marcotegui. Desvelan desde cómo se formaron estos desfiladeros hasta el acuerdo que obró esta estrecha carretera que atraviesa ahora un hayedo de troncos forrados de musgo: una empresa maderera compensó así a los vecinos de Viboli por explotar los bosques circundantes. El aislamiento de este paraje hizo desistir a la compañía y a casi todos los habitantes. Apenas quedan cinco en Viboli y solo uno en la cercana Casielles, otra aldea enriscada en estas gargantas.

Llegar a Casielles requiere negociar 25 curvas en perfecta herradura que salvan 500 metros de desnivel en otros 500 de recorrido, calcula López. En lo alto aguarda un puñado de casas dispuestas en terrazas. Entre ellas la de César, el último de Casielles. También un hórreo beyusco, vestigio de los más primitivos graneros astures. El tejado a dos aguas y la composición desigual de pegollos y muelas aún mantienen a salvo de la humedad y los roedores la cosecha de maíz. César invita a guarecerse en su pequeño porche; se ha desatado un chaparrón. Ofrece sidra y queso beyo artesano que elabora aquí arriba mientras conversamos gracias a la mediación de López y Marcotegui. “A los clientes que vienen con nosotros les resulta más fácil hablar con los paisanos, conocer su forma de vida; y a ellos les permite socializar, viven en un aislamiento total. Además, aprovechamos para saber si necesitan algo”.
La experiencia (4 horas; 60 euros; grupos de 4 a 12 personas) suele culminar en la abandonada senda les Vibolines, que antaño conectaba ambas localidades montaña a través. El camino es irregular, tiene patio y no es apto para todos los públicos, pero conduce a un mirador cuya panorámica de montaña merece ser llevada a casa.

Silencio en Ventaniella
“Ponga es el parque natural más reciente de Asturias pero mantiene el mismo modelo que el primero, Somiedo: centro de interpretación, áreas recreativas, miradores y rutas de senderismo”, lamenta Luis Frechilla, biólogo y asesor en ecoturismo de la Reserva Ecoturista de la España Verde. Simplificar el acceso para multiplicar la afluencia, contextualiza, mientras conduce su coche eléctrico por el valle de Ventaniella, otro rincón bastante desconocido; “la mayoría de los asturianos no ha estado aquí”. Frechilla defiende evolucionar hacia un concepto más sostenible, de “experiencias de observación de la naturaleza para grupos reducidos y de mayor calidad” bajo preceptos ecoturistas. Por ejemplo, la contribución de sus actores a la preservación; Birdwatch Asturias, una de las 330 empresas acreditadas por el proyecto, dona parte de su recaudación a programas como la Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos y el Proyecto Roble.
Otro precepto es que fomente entre los visitantes la sensibilización hacia el entorno, labor “que suele recaer en un guía especializado”, reconoce Frechillas, aunque no solo. La Casona de Mestas, uno de los 161 alojamientos avalados por la reserva, alojado en una casa de arrieros del siglo XVII, además de cocina de proximidad y cerveza local proporciona a cada huésped un mapa con recomendaciones en el parque.

En la cabecera de Ventaniella, un paraje amplio y verde escoltado por laderas de hayas y robles, sobrevuelan cornejas y ratoneros. La cresta del paso hacia el concejo de Caso –frente a nosotros– fue un destacado cantadero de urogallo cantábrico. El lugar roza lo bucólico, pero a las empresas de rutas interpretadas (como Geoface) les cuesta atraer clientes hasta aquí; incentivar no solo la desestacionalización turística, sino también la dispersión por el territorio que amplifique el impacto positivo en la economía local que distingue al verdadero ecoturismo. Para ello, Guillermo Arregui, guía de observación de flora y fauna orientado a la etnografía, reclama “pasar del conservacionismo a un ecologismo que contemple la presencia del hombre en la naturaleza, y que reconozca sus aportaciones”. Como el mantenimiento de estos paisajes ganaderos, “que nosotros vendemos”, gracias a oficios tradicionales como el pastoreo extensivo y la producción artesanal de queso, para los que reclama más atención y flexibilidad normativa. La ruta etnográfica que ofrece por el concejo de Onís (4 horas y media, 45 euros; 630 451 475) incluye una visita a la microquesería artesanal La casa vieya, cuyo Gamonéu es DOP ecológica. De cada 45 euros que ingresa por la actividad, “20 son para estos pastores y artesanos queseros”, concreta.
Al llegar al mirador de les Bedules, se vislumbra la pista forestal que se adentra en las profundidades de Peloño. Este profuso bosque de hayas, al borde de la otoñada, concentra a senderistas y ornitólogos. Gozan de las vistas hacia Picos de Europa cuando se abre el dosel arbóreo; desde Collado Granceno; el juego de sol y nubes confiere volumen al paisaje. Los pajareros acuden además por el reyezuelo sencillo y listado –una de las especies más pequeñas de Europa–, el rojizo camachuelo, el agateador europeo trepando algún tronco, o el carbonero palustre, más complejo de ver, advierte Frechillas. A los seis kilómetros de caminata, un cartel anuncia el desvío hacia el singular Roblón de Bustiello.
“La presencia de hayedo aquí es reciente, unos 3.000 años, pero la disposición de sus hojas bloquea el paso de la luz hasta el suelo y que crezcan otras especies”. En Peloño aniquiló el dominio de roble albar precedente, explica el biólogo, salvo este ejemplar superviviente gracias a sus dimensiones: casi 30 metros de altura y unos 8 de perímetro de tronco. Rodear el Roblón concede la excusa perfecta para adentrarse y bucear entre hayas, abedules, serbales y algún gran acebo, ya que por cuestiones de conservación se recomienda atravesar Peloño sin salirse de la pista principal.

Terreno de osos
“El protagonista aquí es el oso” asevera Pierre Boutonnet, guía especializado en su observación en el parque natural de Las Ubiñas-La Mesa. Esta misma mañana han avistado tres ejemplares junto al grupo alojado esta semana en Casa Folgueras, donde Boutonnet y su mujer Marie ofrecen estancias de ocho días en un caserón reconstruido y apartado en Villanueva (1.350 euros; pensión completa), cerca de Proaza, durante las que realizan salidas diarias al encuentro de osos, martas, nutrias, rapaces. También de ornitología en la bahía de Santander, a través de una agencia local.
El último recuento de osos en libertad en la Cordillera Cantábrica osciló entre 350-380 ejemplares; “ahora debe haber más de 400”, estima el biólogo Luis Frechillas. Se pueden avistar por libre desde el mirador de Proacina, frente al desfiladero de Peñas Juntas, pero Boutonnet pone el énfasis en la interpretación. “El guía transmite otras cosas; también la paciencia y la constancia que requieren la posibilidad de ver algún ejemplar”. Y conoce los lugares más idóneos en cada momento del año, claro. En su caso, trabaja solo con “grupos pequeños, para dar un servicio de calidad. Requiere de clientes con poder adquisitivo medio-alto”, reconoce, “pero ese público existe y hay que atraerlo”.
Ecoturismo científico
Hace cuatro años, un polluelo de quebrantahuesos nacido en libertad, Juanito, volvió a sobrevolar los Lagos de Covadonga. Un hito en la reintroducción de la especie en el parque nacional de los Picos de Europa (desapareció aquí en la década de 1930) que desde 2010 desarrolla la Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos (FCQ). Desde una altiplanicie cercana al centro de visitantes Pedro Pidal, Gerardo Báguena, presidente de la fundación, recuerda la emoción de aquel momento. “Hemos pasado de cero a 50 ejemplares y cuatro parejas reproductoras, que pueden sacar entre uno y cuatro pollos cada año”, celebra.

De abril a octubre, la FCQ organiza una experiencia de ecoturismo científico (cuatro horas; 40 euros; grupos hasta ocho personas) que muestra, en dos actos, el proyecto de conservación. Primero con la visita al Centro de Interpretación de las Montañas del Quebrantahuesos, en Benia de Onís, donde los biólogos explican desde cómo se rescatan huevos abocados al fracaso en los acantilados de los Pirineos, hasta la crianza en cautividad de los pollos –incluida una animada técnica de alimentación– y el traslado al hacking (jaulas) en plena naturaleza desde donde echarán a volar. Después, acompañados de un guía, acuden al Mirador de la Reina y los Lagos de Covadonga para intentar contemplar su hipnótico vuelo en libertad.
Pero “sin economía no hay ecología”, advierte Báguena, refiriéndose a otra crucial vertiente del proyecto: la reintroducción social. “Nos planteamos qué podía aportar la biodiversidad al sector ganadero, que entonces malvendía su producción, para que la recuperación del quebranta estuviera subordinada a la recuperación de la ganadería extensiva de montaña”, alimento básico para esta especie que se nutre solo de huesos. Comenzaron así a financiar el traslado en helicóptero del pienso para los mastines que protegen a ovejas y corderos de la presencia del lobo en el parque nacional –evitando el uso de venenos químicos que acabó con esta rapaz hace casi un siglo–, y “creamos la marca de garantía Pro-Biodiversidad, registrada en el Ministerio de Industria y Turismo”, detalla Báguena, que identifica a explotaciones ganaderas de pastoreo ecológico o y con la que comercializan y garantizan a los pastores la venta de toda su producción anual a un precio realmente justo: “Antes de nuestro proyecto el precio de referencia era 37-38 euros por cordero; con nosotros cobran más de cien”. Invertir en biodiversidad puede ser rentable.
Otros planes del proyecto Reserva Ecoturista de la España Verde

Pardelas a babor en Galicia
Un pesquero histórico, prismáticos al cuello y cero envases de plástico a bordo. El crucero ecoturista a bordo de El Chasula por la ría de Arousa y archipiélago de Sálvora (8 horas; 133 euros) vislumbra la posibilidad de avistar paíños de Madeira y de Wilson, gaviotas de Sabine o pardelas capirotadas, poco habituales en latitudes europeas. Y si hay suerte, quizá delfines o el soplo de alguna ballena. Se navega con guía especializado y un compromiso: velocidad máxima de siete nudos para reducir contaminación y ahorrar energía.
Entre castaños milenarios en el País Vasco
Aunque las estrellas del parque natural de Izki, al sureste de Álava, sean uno de los mayores bosques de roble melojo de Europa y el 30% de la población ibérica de pico mediano, esta experiencia agroturista mira hacia otros de sus tesoros forestales: los castaños milenarios de Apellániz. La propuesta (3-4 horas; 60 euros) consiste en familiarizarse con las diversas labores –plantación, injertos, poda, recolección– del manejo del castañar, que lo convierten en el mejor conservado de la comunidad.
Tesoros geológicos en Cantabria
El geoparque de Costa Quebrada, incorporado este 2025 a la red mundial de la Unesco, protege un tramo de litoral cántabro de profundo valor geológico, trufado de acantilados, tómbolos e islotes costeros. En un crucero interpretado desde la bahía de Santander (hora y media; 35 euros) se descubren los procesos que han modelado este paisaje hasta la actualidad. El 10% de lo recaudado se dedica a la conservación del Águila pescadora a través del Colectivo Osprey Centre.
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