Pistas para un descubrir un Marraquech diferente más allá de la plaza Jemaa el-Fna y otros tópicos
Al exotismo de la ciudad marroquí se suman sofisticadas tiendas de artesanía y antigüedades y también restaurantes, cafés y clubs nocturnos donde disfrutar de los sabores locales
En su reciente ensayo Ciudad feliz, el urbanista canadiense Charles Montgomery sugiere unas cuantas ideas para mejorar la empatía en las urbes modernas y, entre otras cosas, recuerda que una ciudad debe permitirnos construir y reforzar lazos entre amigos y extraños que den sentido a la vida. El viajero que vaya o que repita visita a Marraquech sabe que puede contar de antemano con esta premisa, porque si algo hay en la ciudad marroquí es contacto y aquí sí, viajar es un arte. El cielo liso permanentemente despejado que otorga esa luz particular y radiante, los burros que ralentizan el paso, los saludos misteriosos desde las motos; la medina que tiene ojos y que tiene oídos y que en cualquier esquina te recuerda que la mentira tiene una distancia de cuatro dedos, los que separan la boca del oído; el que te arenga a que comas aquí; el que te invita a que compres un turbante que te pone en la cabeza; y el que te sigue y te habla en tu idioma y te indica que hoy, y solo hoy, bajan mujeres del Atlas para vender sus artesanías hechas a mano en un mercado secreto y magnífico; y la moto que pasa como por casualidad en ese mismo instante con un conductor que te apremia a que subas, que te lleva a ese mercado, y el turista que sube, consciente a un mismo tiempo de su error y de que el mejor viaje es el que menos se planifica, ese en el que los dioses se harán cargo de todo. Ay...
Todo viajero deja atrás su guarida empujado por la voluntad de conocer otros lugares y porque una semana fuera de casa ocupa más espacio en la memoria que 358 días de rutina. No falta en Marraquech intensidad ni tampoco aquello que Stefan Zweig definió como “excitación psíquica”.
Que el tiempo no pasa igual aquí que en otras ciudades del mundo es una obviedad. Se adapta a la modernidad sin perder de vista el pasado. Las últimas tecnologías conviven con la tradición y, dada su oferta nocturna y el fervor que despierta en visitantes de todo el mundo, hay quien la considera el Nueva York de África. Aunque el mejor viaje suele ser el que menos se prepara, he aquí unas sugerencias de un nuevo Marraquech más allá de los tópicos:
1. Beldi Country Club
A 10 minutos en coche del centro de Marrakech, el Beldi Country Club es un mundo aparte camuflado como jardín exclusivo en el que pasar el día entre limoneros, olivos, albercas, cantos de pájaros y esencias de flores. En realidad, este lugar eleva el concepto douar marocain (aldea, pueblo, cooperativa) a un nivel selecto, que no pretencioso, y lo refina para crear un ambiente campestre y poético. Y es mucho más. Es la historia de una tradición. ¿Qué sería de un douar sin artesanos encantados de compartir su savoir faire? En el souk del Beldi se encuentra la bella simplicidad de lo hecho a mano: bordados, alfombras, alfarería, tejidos, panadería... y es, además, un placer participar de las actividades propuestas en cada uno de los talleres: bordar manteles y cojines, fabricar vasos con cristal a la vieja usanza a partir de vidrio reciclado, hacer vasijas de cerámica, elaborar pan... Todo irradia un aire de pueblo que se extiende por las tumbonas que rodean entre olivos las piscinas y las mesas de su restaurante, que permite explorar gastronomía marroquí y mediterránea, siempre al aire libre, con vistas a las nevadas cumbres del Atlas. Hay quien viene a pasar el día en familia y, a la hora de irse, maldice no quedarse a dormir en el hotel.
2. Tienda 144 de Mustapha Blaoui
Al hablar de mundos aparte no se puede descuidar la tienda (por llamarlo de alguna manera sencilla) de Mustapha Blaoui, uno de los secretos peor guardados de Marrakech. No hay ningún cartel que anuncie su presencia, hay que empujar una enorme puerta de madera para penetrar en una especie de cueva de Alí Babá donde dejarse conducir por la inercia, la extrañeza y la fascinación. Este paraíso de antigüedades no termina nunca y tiene todo en cuanto a decoración se refiere: lámparas, alfombras, cuberterías, espejos… También hay sombreros, joyas, cuadros, muebles sirios bañados en nácar, pasillos y salones de aire oriental.
Dirección imprescindible de la medina, Mustapha Blaoui (144 Arset Aouzal, Dar el Bacha) lleva más de 40 años recibiendo a viajeros en busca de antigüedades y objetos de decoración. Aquí se dan cita diseñadores, creadores, influencers y decoradores de todo el mundo. Mustapha es una institución. Se inició en la artesanía y la decoración a los 12 años. “De niño me encantaba ir con mi tío al gran zoco anual de Taous, cerca de la frontera argelina. Íbamos a cambiar productos nuevos por viejos. Durante el día, cada uno se ocupaba de sus asuntos, pero por la noche comíamos, bailábamos y festejábamos todos juntos”, confesaba en la revista LIFE is Morocco.
A los 19 años abrió su primera tienda, que iba llenando de objetos que compraba en sus viajes de medio año por el mundo, así puso su enorme grano de arena para dignificar el oficio de anticuario. Su reputación permanece inalterable y ahora artesanos de todas partes peregrinan hasta aquí para ofrecer sus creaciones. Además, él es requerido por periodistas, por vecinos o por celebridades que buscan su consejo y siempre tiene a punto un té a la menta o un cuscús y buena conversación para el interesado.
3. Bacha Coffee
Cerca de la tienda de Mustapha se encuentra el palacio Dar El Bacha, icono ineludible de la medina que alberga el Museo de las Confluencias, y, por supuesto, el Bacha Coffee, el lugar de moda para gastrónomos en busca de uno de los mejores desayunos del mundo. Como abren a las diez de la mañana, es recomendable llegar con media hora de antelación, así podrá saludar a los que hayan llegado antes, algo habitual. Eso demuestra dos cosas, por un lado que el aforo es limitado y por otro que, una vez sentado, ningún comensal tiene prisa por salir. Nadie protesta por pagar la entrada al museo para acceder al café. Es uno de los lujos más requeridos de la ciudad. Se recomienda el desayuno Marraquech, con café a elegir entre incontables referencias y variedades de todo el mundo, zumos, fruta, viennoiserie (panadería) y los famosos huevos al plato con khili (carne ahumada). Estamos en uno de los salones tradicionales del palacio. El ambiente es ilustrado en la forma y auténtico en el fondo.
Dar El Bacha es una gran residencia construida en 1910. Fue hogar de Thami El Glaoui, nombrado pachá de Marraquech por el sultán Moulay Youssef en 1912. En 2017, el edificio fue renovado y transformado en un museo que sirve como ejemplo de la arquitectura tradicional del país. Atención a las fuentes, a los patios repletos de naranjos, a las paredes decoradas con intrincados mosaicos y llamativos azulejos de colores, a las cúpulas y a los minaretes que aportan monumentalidad y riqueza histórica y cultural al lugar.
4. Le Bain Bleu
Ese ancestral ritual de las sociedades de Oriente Próximo que conocemos como hammam (baño) sigue siendo un elemento fundamental de la cultura marroquí y no puede faltar en una visita a Marrakech. Le Bain Bleu eleva la idea de purificación y es, sin duda, la opción ideal por varios motivos: su enfoque sostenible (solo se usan productos ecológicos fabricados en Marruecos: aceite de argán, jabón negro o arcilla de rosa), su capacidad de desconexión y de inmersión en la cultura marroquí, su ambiente vaporoso, su cantidad de exfoliaciones, tratamientos hidratantes y la calidad de sus masajes con aromas de aceites esenciales de rosa, mejorana, verbena y eucalipto. En el regreso a la realidad ayuda el té y la selección de dulces, así como la música lejana que devuelve la idea y el pulso del exotismo y la luz tenue del solarium entre cuya evanescencia uno se siente integrado.
5. Soufiane Zarib
Soufiane Zarib es uno de los jóvenes diseñadores más determinantes y cosmopolitas del Marruecos actual, el maestro del tapiz contemporáneo. Visitar su tienda principal (hay otra más pequeña junto al archiconocido Jardín Majorelle) es una experiencia reveladora de la modernidad y el talento de una ciudad que no deja de abrir puertas. Soufiane Zarib, el gran connaisseur de las alfombras bereberes, trabaja con nombres como Studio KO o la decoradora y diseñadora de interiores Sarah Lavoine. Cualquiera se rinde ante la calidad y belleza de unas alfombras cuyas proporciones desafían a menudo lo común. El espacio contiene sala de exposiciones y café en la azotea, y representa la culminación de un proyecto que empezó siendo un negocio familiar de tapices bereberes fabricados en las montañas del Atlas. Hoy, sus diseños minimalistas, deudores de las líneas puras del art déco, han dado un giro a la tradición y de aquí salen continuamente modelos hacia Nueva York o París (con precios que van desde los 100 euros de un sencillo kilim hasta los 5.000 euros). Son piezas únicas, elaboradas artesanalmente en la región del Atlas por tejedores y tejedoras tradicionales a partir de lana de ovejas bereberes locales que llevan generaciones creando tejidos reconocidos por su belleza, durabilidad y complejidad de fabricación.
6. Restaurante Dar Justo
Una ruta gastronómica por Marraquech daría para un libro de cocina o, al menos, para un recetario que definiera de modo preciso la relación entre la comida y la cultura y la importancia de sacar provecho de los productos autóctonos y de temporada. Comer en Marraquech es siempre tentador y hay opciones para todos los gustos. Hay manjares baratos como un kebab en la Rue des Princes o esas brochetas humeantes y demás variedades de los puestos de comida callejera de la maravillosa, bulliciosa e inimitable plaza Jemaa el-Fna. Hay cocina contemporánea y cócteles en Kabana, cuya terraza es de los rincones más seguidos por Instagram y cotizados de la medina. Hay restaurantes estrictamente tradicionales como Lafarmacie, junto al famoso Café de France, otros que lucen el charme que otorga la reputación de la historia y del mito como el Grand Café de la Poste, ya en Gueliz, o el propio Dar Moha, elegante laboratorio de nouvelle cousine en la antigua residencia del diseñador Pierre Balmain, y otros con cocina india y terraza extraordinaria como Les Jardins de Balà.
No obstante, para degustar cocina tradicional marroquí y disfrutar de una experiencia auténtica, asequible de precio y en un ambiente distendido y felizmente comunitario (aquí uno hace amigos aunque no quiera), nada como el restaurante y bar Dar Justo, cuyo colorido salón se abre a una azotea ajardinada con envidiables vistas a la Koutubia y a las montañas del Atlas. Apreciada por críticos gastronómicos internacionales, es vox populi que aquí se come la mejor pastela (de pollo o de almendras), además de otras especialidades verdaderamente bordadas como el tajín de sardinas, el cuscús de verduras, la sopa harira o el clásico e imbatible pollo al limón.
7. Palais Jad Mahal
De un tiempo a esta parte, esta ciudad se ha convertido en un enclave de ocio y vida nocturna que atrae a party animals de todo el mundo. Hay discotecas clásicas (Pachá, Silver, Theatro, Nikki Beach, etcétera), pero también han proliferado lugares mastodónticos con cena, espectáculo (no falta la danza del vientre, claro), música en directo y baile hasta altas horas. Comparten el concepto sitios como Comptoir Darna o Le Bôzin, y también el Palais Jad Mahal, en el selecto barrio de Hivernage, al lado de la Mamounia y el Royal Mansour, un icono de la noche del Marraquech actual. Es algo pomposo, es caro, es atronador, pero a juzgar por el ambiente festivo que se genera tras la cena, nadie se aburre.
Son lugares expansivos, con patio, salones, bailarines de danza con fuego... A veces carne de turista poco discreto. Por eso se puede dar el caso de ver a alguien capaz de pedir la botella de champán más cara para que le llegue acompañada de bengalas y recibir así el fervoroso aplauso general. En fin, hay gente para todo. La música, eso sí, a cargo de The Mahal’s Band es eficaz y puede con todo.
8. Tiendas y museos
Más allá de la fiesta, la luminosidad de la ciudad se extiende en tiendas contemporáneas como El Fenn, Valerie Barkowski o Corinne Bensimon que reúnen propuestas de tejidos o cerámica de jóvenes diseñadores locales que se complementan con el prestigio y el buen hacer de otras casas tradicionales de alta costura como Beldi Marraquech (en 9 Souk Laksour, Marrakech 40000), o la eterna Place Vendôme, pura historia del barrio de Gueliz, especialista en pieles y cuero.
Para concluir, conviene tener en cuenta dos museos de primer nivel, por un lado la Maison de la Photographie, siempre elocuente, reveladora de propuestas y artistas y, por supuesto, el impresionante Museo Yves Saint Laurent (en la misma calle que el Jardín Majorelle), con una estupenda visita cronológica y biográfica, rica en imágenes y en obra, sobre uno de los mayores genios de la moda del siglo XX que se fascinó con la luz y el color de Marrakech, en un edificio a cargo del Studio KO que, a partir de un minimalismo incisivo, homenajea también con tonos ocres y terracota a la sabiduría vernácula de las construcciones de este lado del mundo.
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