Una visita relámpago a Luxemburgo, un diminuto país con mucho que ver y hacer
Castillos y abadías medievales, paisajes de viñedos y de cuento de hadas, pero también edificios de cristal y acero para la gran banca y las instituciones europeas. Caben muchas cosas interesantes (y también mucho dinero) en uno de los territorios más pequeños del mundo
¿Qué país europeo, de tan solo 84 kilómetros de largo, se cuenta entre los tres países más ricos del mundo? Curiosamente, pese a su imagen rural, es Luxemburgo. Todo un logro, si se tiene en cuenta que prácticamente fue destruido durante la II Guerra Mundial, una triste historia que es recordada en los museos de la guerra repartidos por todo el país, sobre todo en Diekirch. El pequeño país europeo es en su mayoría forestal, limita con Bélgica, Francia y Alemania, con el denso bosque de Ardenas y áreas verdes en el norte, los desfiladeros rocosos de la región de Mullerthal en el este y el valle del río Mosela en el sureste. Su capital, la ciudad de Luxemburgo, es famosa por su antigua ciudad medieval fortificada que se ubica en riscos escarpados.
El milagro económico del país se inició con el acero, pero actualmente se basa, sobre todo, en los bancos: los belgas bromean con que solo se va a Luxemburgo a sacar dinero. Pero no es un país solo para banqueros y eurócratas. Merece la pena un desvío o una escapada, aunque sea relámpago (por ejemplo, desde Bruselas, desde el norte de Francia o desde Colonia o Fráncfort, en Alemania).
El centro histórico de la capital, colgado en lo alto de un risco, guarda el aspecto de un pueblo de cuento de hadas. Y más allá se extienden suaves colinas con bosques y una serie de encantadores pueblos a los pies de castillos medievales. Y si le damos otra oportunidad al país y alargamos la escapada, nos encontraremos con la sorpresa de los viñedos del Mosela, con sus espumosos, o las excursiones por los minúsculos desfiladeros de Mullerthal.
Información en la nueva guía de Bélgica y Luxemburgo de Lonely Planet y en lonelyplanet.es.
El balcón más bonito de Europa
En la capital luxemburguesa todo es pulcro, ordenado y muy centroeuropeo, como en un cuento de hadas. Dicen quienes lo conocen que el Chemin de la Corniche, el camino peatonal que sigue las murallas de la ciudad de Luxemburgo, es el balcón más bonito de Europa. A él se debe gran parte del encanto del casco antiguo de la capital en el que contrastan bonitos edificios antiguos con los modernos museos y los restaurantes de lujo. Las murallas rodean la plaza de la Constitución, los jardines del desfiladero y las callejuelas antiguas tras el Gran Palacio Ducal, aunque el corazón de la ciudad sea la animada Place Guillaume II, con su Ayuntamiento neoclásico.
Desde lo alto del Chemin de la Corniche las vistas son preciosas, y bajo la entrada a las casamatas de la muralla se abre un laberinto de galerías y pasajes excavados en las rocas por los españoles en el siglo XVIII, que han albergado de todo: desde panaderías hasta mataderos, barracones para soldados o refugios para la población durante las guerras mundiales.
La otra zona clásica de la ciudad es el barrio de Grund, que se encuentra muy por debajo del casco viejo, junto al río, en la base de un espectacular saliente fortificado y tiene un aire más añejo. Así que la visita a la ciudad solo está completa si se pasea por las dos zonas, con amplias zonas peatonales. Y para quien se canse, hay un práctico ascensor hasta el Plateau du Saint-Esprit.
En conjunto, en la capital del Gran Ducado nos encontraremos muchos bancos y oficinas de la Unión Europea, pero también un casco antiguo que es casi una joya inesperada, declarada patrimonio mundial de la Unesco en 1994, sobre todo por su increíble ubicación, sobre los desfiladeros de los ríos Alzette y Pétrusse. Para encontrar la mayor parte de los nuevos edificios de cristal que albergan las sedes de muchas organizaciones de la UE, como el Banco Europeo de Inversiones y el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, tendremos que ir al otro lado del río, a la zona de Kirchberg.
Palacios, catedrales, museos y grandes vistas
Tres visitas obligadas (el Gran Palacio Ducal, la catedral de Notre-Dame y el Casino) y dos museos interesantes: el Museo de Arte Moderno Gran-Duc Jean (MUDAM) y el Museo Nacional de Historia y Arte (MNHA), un edificio sorprendentemente moderno para estar en el casco antiguo, que alberga el típico museo con un poco de todo, desde piezas neolíticas hasta cuadros de Cézanne o Picasso.
El Palacio Ducal, desde el que todavía se gobierna el país, es de lo más fotogénico, con torres puntiagudas y muchas ampliaciones desde que se construyó en el siglo XVI. Hoy sigue albergando el despacho del Gran Duque y en él se reúne el Parlamento. En verano abre para visitas turísticas que deben concertarse previamente y con tiempo porque dejan entrar a poca gente. La catedral está a tono con el estilo medieval del palacio, con estilizados chapiteles negros. Actualmente, el casino no funciona como tal: el edificio de finales del siglo XIX fue en su día una majestuosa mansión donde Liszt dio su último concierto y hoy es espacio de exposiciones de arte contemporáneo.
El Museo de la Villa de Luxemburgo resulta más interesante: oculta entre una serie de casas del siglo XII una antigua residencia de vacaciones del obispo de Orval. Tiene un precioso jardín y una terraza con grandes vistas.
De bares y cafés por el Grund, Îlot Gastronomique y Clausen
Tras el paseo imprescindible por los hitos del casco antiguo y después de contemplar las vistas desde el Chemin de la Corniche, llega el momento de tomar el pulso a la ciudad. El barrio bajo del Grund es un buen lugar para un respiro y cuenta con un magnífico ambiente nocturno. Junto al río, abajo, la principal atracción de la zona es pasear de café en café por las calles peatonales que van del casco antiguo hasta Clausen.
En Grund la referencia es la abadía de Neumünster, un gran complejo recién restaurado que, además, tiene ahora una galería de exposiciones, una tienda de arte y una brasserie. Es también una de las zonas interesantes para hacer un alto y tomar algo, como lo son la reformada zona de Clausen o los callejones y pasajes del centro conocidos como el Îlot Gastronomique, justo detrás del palacio. Para comer (que no es barato) se puede probar por ejemplo en Am Tiirmschen, un lugar estupendo para conocer platos típicos, o en Le Sud, en Clausen, donde tras atravesar un alambique de cobre se puede subir a un ascensor para disfrutar de una comida francesa con lo mejor del país. Si uno no puede permitirsesus precios, siempre es posible subir a tomar algo al bar panorámico.
Para las copas tampoco hay que dejar el casco antiguo, Grund o Clausen, con sitios como el Café des Artistes, con su viejo piano con candelabros, las paredes llenas de pósters y un ambiente encantador. O el Brauerei, que fue una fábrica de cerveza de la que conserva algunas cubas.
La marcha está en lo que era el complejo de la cervecería Mousel, en Rives de Clausen, donde ahora comparten espacio una docena de bares-restaurantes-clubes, como el Verso o el Rock Box.
El Luxemburgo institucional, de cristal y acero
Algunas instituciones europeas, como el Tribunal de Justicia y el Banco Europeo de Inversiones, se encuentran en un barrio nuevo situado sobre una meseta: Kirchberg. Son la otra cara del país, en contraste con sus tradiciones medievales. Aquí la arquitectura es brutalmente moderna: torres de cristal azul y duros perfiles de acero. Los fines de semana la zona se queda prácticamente vacía, lo que crea un panorama urbano distópico. Pero por la zona aún quedan restos de macizas fortificaciones y varias atracciones de interés cultural.
Sus dos hitos son el MUDAM, un icono arquitectónico de 2006, obra de I. M. Pei (famoso por la pirámide del Louvre, en París), que presenta revolucionarias exposiciones de arte moderno, experimental y todo tipo de instalaciones sobre fotografía, moda, diseño y arte multimedia. La otra referencia es el Fort Thüngen, un edificio del siglo XVIII con dos torres gemelas, que es una ampliación del enorme complejo de bastiones de Vauban. Si la puerta está abierta, se puede subir a la azotea para disfrutar de la panorámica y ver los tejados de cristal del museo.
Por el valle del Mosela
Bienvenidos a una de las regiones vinícolas más pequeñas de Europa. El ancho río Mosela marca la frontera con Alemania, con altas colinas a los lados cubiertas de viñedos. En verano el paisaje se cubre de un bello verde esmeralda y las viñas crean una superficie que parece peinada. Por la orilla, desde Schengen hasta Wasserbillig, se suceden pueblos y ciudades vinícolas a ambos lados de la frontera. Ninguna destaca visualmente, pero hay bonitos paisajes al norte de Ahn y por encima del pueblo de Wellenstein.
Una buena alternativa para visitar la Ruta del Vino de Mosela es alquilar una bicicleta o, en verano, navegar en barco por el río. El punto de inicio suele ser Schengen, un nombre que a todos resulta familiar por los tratados aquí firmados sobre el libre tránsito sin pasaporte por toda Europa occidental (salvo el Reino Unido): el espacio Schengen. En realidad, la firma tuvo lugar en un barco anclado frente a Schengen, en un punto intermedio del río donde, simbólicamente, hacen frontera Francia, Alemania y el Benelux. Mucho antes de que naciera la Unión Europea, Goethe y Victor Hugo se habían alojado en la torre del castillo de Schengen, de 1779, cubierta de hiedra, junto a la que ahora hay un castillo más grande del siglo XIX reconvertido en restaurante.
Unos 50 kilómetros al sureste de la capital está Remich, centro de transportes de la Ruta del Vino. Es un pueblo agradable donde la gente viene a comer bien, pasear junto al río y darse un chapuzón en su piscina al aire libre. Los amantes del vino visitan Saint-Martin, con unas bodegas que ocupan cuevas abiertas en la pared de roca y ennegrecidas por el tiempo. El excelente crémant de Saint-Martin, en realidad, se produce en otro lugar, pero el proceso de elaboración (el actual y el tradicional) se explican en estos fríos túneles.
Posted by Caves St Martin on Tuesday, September 6, 2022
Pero se dice que los mejores crémants del Gran Ducado proceden de las Caves à Crémant Poll-Fabaire, unas grandes bodegas en Wormeldange, otro de los pueblos del Mosela según se avanza hacia el Norte.
Y también más al norte está la prosaica Grevenmacher, la mayor población de la Ruta del Vino. Junto al río y con Alemania al otro lado del puente están sus Caves Bernard-Massard, majestuosas bodegas con aspecto de gran hotel. Probablemente sean los productores de espumosos más conocidos de Luxemburgo, y ofrecen frecuentes y divertidas visitas guiadas de 20 minutos de la mano de elegantes guías. El precioso café-sala de catas tiene una terraza de verano con vistas al río.
Una excursión por bosques y cañones
Otra de las excursiones imprescindibles y cercanas a la capital es la que lleva, desde la antigua Echternach, en la frontera alemana, a recorrer los bosques de Mullerthal y los minúsculos cañones de roca.
Mullerthal es un terreno perfecto para hobbits y duendes, con sugerentes paisajes cortados en la piedra, cubiertos de musgo, entre arroyos de aguas cristalinas y extrañas formaciones rocosas. Pero para llegar a estos rincones ocultos habrá que desplazarse hasta los bosques al oeste de la histórica Echternach, curiosa ciudad de fantasmas romanos y danzas con pañuelos. Esta es una región para perderse por pueblecitos a los pies de algún castillo o remar por el Sûre. Echternach, la ciudad más antigua de Luxemburgo, además de ser un buen punto de partida para excursiones a pie y en bicicleta, cuenta con la plaza Mayor más bonita del país, la iglesia-basílica más importante y el festival folclórico más internacional.
Echternach, donde en el siglo I se levantaba una villa romana, pasó a ser dominio de los reyes merovingios, que a su vez cedieron el lugar a san Willibrord, misionero escocés que fundó una iglesia en el año 698. Alrededor creció una enorme abadía benedictina y una ciudad en torno a ella. Hoy, además de la abadía, están las ruinas de la gran villa romana de Echternach, que se descubrieron en 1975, durante la creación de un pantano.
Al este están los senderos de Mullerthal, bien señalizados, que atraviesan gargantas de la anchura de un hombre, arroyos con las orillas cubiertas de musgo y formaciones de arena erosionadas. Lo que no tiene de majestuoso lo tiene de pintoresco, y uno casi espera ver salir a Asterix y sus amigos tras uno de esos pináculos rocosos. Si se tiene ganas de más, hay senderos más largos que permiten explorar la “pequeña Suiza” de Luxemburgo, llamada así por el mosaico de bosques y praderas de la zona (que nadie espere encontrarse cumbres alpinas).
Cuatro pueblos con castillo
Luxemburgo se identifica sobre todo con castillos, con cuentos de hadas, príncipes y princesas. Y es verdad que cada pueblo tiene un encanto como de leyenda. Para ver fortalezas encantadoras se puede ir hacia el norte de la capital, y hacer una pequeña ruta enlazando cuatro pueblos: Larochette, Beaufort, Bourscheid y Vianden, ya en la frontera con Alemania.
En Larochette dos modestos ríos abrieron un espectacular tajo en una llanura arbolada y la pequeña población quedó en medio. Las sólidas casas con tejado de pizarra del pueblecito, encajadas entre las aguas, luchan en vano por remontar el valle, pero la mayoría quedan postradas a los pies de las espectaculares ruinas del castillo medieval, en lo alto del despeñadero.
Un poco más al norte está Beaufort. Al otro lado de un bonito valle con bosques, tras el pueblo se extienden las imponentes ruinas de una fortaleza medieval de piedra de cinco niveles que ocupa el lugar de un antiguo campamento romano. El castillo de arenisca, creado en el siglo XII, se amplió, pero nunca se recuperó de los bombardeos de la batalla de las Ardenas, en la II Guerra Mundial. No hay interior ni decoración, pero sí varios niveles para explorar.
Hay que ir muchos más kilómetros hacia el norte para llegar a Bourscheid, probablemente el castillo más espectacular del país, al menos de lejos. De cerca, se hace más evidente que está bastante deteriorado, pero aun así resulta muy interesante curiosear entre los restos. Se puede ver la torre del homenaje del sigo XII, cuadrada y bastante chata, donde, entre almenas, ver el meandro del río rodeado de bosques.
Y queda la cuarta parada, Vianden, ya en la frontera alemana. ¿Palacio, ciudadela o catedral fortificada? A primera vista es difícil decir qué es esa mole que se levanta entre la niebla y los bosques. De hecho, es un enorme castillo con tejados de pizarra cuyas paredes de piedra blanca porosa brillan por la noche a la luz de los focos, que crea una de las imágenes más fotogénicas de Luxemburgo. El atractivo casco antiguo de Vianden se compone básicamente de una calle adoquinada, la Grand Rue, que cubre 700 metros desde un puente sobre el río Our hasta las puertas del castillo. El pueblo sigue por las orillas del río, en ambas direcciones.
Vianden fue una de las primeras ciudades de la región que ganó este estatus, en 1308, y creció como importante centro artesano y de elaboración de la piel. Creció y prosperó hasta que, a finales del siglo XVIII, al igual que el resto de Luxemburgo, fue engullido por la Francia revolucionaria y a partir de entonces decayó. El comercio desapareció y muchos de sus habitantes se vieron obligados a buscar trabajo como trovadores ambulantes. Mientras tanto, el rey neerlandés que había adquirido la ciudad no le vio utilidad a su gigantesco castillo, tan difícil de calentar, así que en 1820 se lo vendió a un chatarrero que se llevó todo el material de construcción que podía vender. Los restos del castillo fueron quedando en ruinas a pesar de los ocasionales intentos de apuntalar las paredes. Hasta 1977, no empezaron las largas tareas de restauración. El resultado fue espectacular y a partir de entonces no solo se convirtió en un imán para los turistas, sino también en decorado para películas como La sombra del vampiro, de 1999.
Y antes da dejar Vianden, todavía nos quedaría echar un vistazo a la Maison de Víctor Hugo, la casa museo donde se supone que, en 1871, el escritor pasó tres meses de los 19 años de su exilio de Francia. Las ventanas de la casa ofrecen algunas de las mejores vistas del castillo.
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