Luxemburgo, 24 horas en el corazón de Europa
Del bello paseo de la Corniche, en la parte alta, a la marcha nocturna de un antiguo arrabal junto al río Alzette, ruta por una ciudad a dos alturas que incluye un ascensor panorámico
Es la gran desconocida. Y no por falta de méritos, pues el escenario es grandioso: cuatro mesetas (plateaux) enhebradas por un tajo profundo y sinuoso, cuyas paredes están acorazadas por baluartes y casamatas. Verde por todas partes, abajo, arriba y, sobre todo, alrededor; lo que podrían ser barrios, son bosques tupidos. Un decorado campestre y medieval, pero algo engañoso: en las mesetas deslumbran los autos de alta gama, las vitrinas de joyeros y reyes de la moda, el gusto refinado. Luxemburgo ciudad cuenta con unos 115.000 vecinos y el censo del Gran Ducado apenas supera los 600.000 habitantes; un país más o menos como la provincia de Bizkaia. Ese es el tamaño del corazón de Europa. En este territorio se han cruzado calzadas romanas, rutas medievales o el ahora impulsado Camino Español, o Camino de Flandes, que seguían tropas, artistas y comerciantes de Italia a los Países Bajos. La historia no es pasado: este país pequeño fue uno de los fundadores de la Comunidad Europea, en 1952, y en esta ciudad chica tienen sede algunas instituciones de la Europa actual. Se diría que nada le falta para despertar a la vez el asombro y la simpatía.
9.00 Vista desde el mirador
Para hacerse una idea de la compleja anatomía de la ciudad, lo mejor es empezar en la plaza de la Constitución (1), donde una Victoria dorada recuerda desde 1923 a los héroes de todas las guerras. A los pies del mirador se abre el valle de la Pétrusse, que enlaza con el cañón del río Alzette. A su espalda, con solo cruzar la calle se llega a la catedral (2), más interesante por dentro que por fuera; en su cripta está el panteón ducal, con algunos nichos inquietantes a estrenar. Desde el templo gótico se llega a dos plazas cuasi geminadas: la de Armas (3), el salón de la ciudad; y la plaza Guillaume II (4), donde está la oficina de turismo (organiza tours guiados en español) y en la que se monta un colorido mercado los miércoles y sábados por la mañana. La Rue de la Reine lleva al palacio Gran Ducal (5), de traza renacentista y visitable, con la Cámara de Diputados recostada en una de sus esquinas.
11.00 Dos elevadores y un funicular
Todo queda apretado en esta Ville Haute (la ciudad alta) que, junto con el sistema formidable de defensas, fue declarada patrimonio mundial y donde los rótulos de calles y monumentos alternan las tres lenguas oficiales: francés, alemán y luxemburgués. Detrás del palacio Gran Ducal se alza el Museo Nacional de Historia y Arte (6) y, un poco más abajo, el Lëtzebuerg City Museum (7). El Lëtzebuerg ha estrenado un macroascensor de cristal que atraviesa, por el interior del edificio, los diversos estratos que han ido formando la ciudad; desde la pura roca prehistórica hasta el actual empedrado. Los elevadores son piezas clave en esta urbe, que parece más bien un bloque de pisos; aparte de este del museo, hay otros dos ascensores públicos, uno de ellos panorámico —el de Pfaffenthal (8)— que une la ciudad alta con las riberas del río Alzette en 30 segundos. También hay un funicular (9) para subir al plateau de Kirchberg, el barrio europeo. A partir de marzo de 2020 todos los transportes y elevadores públicos serán gratuitos.
13.00 Una isla gastronómica
El borde del plateau sobre el que nos estamos moviendo es la Corniche (10), “el más bello balcón de Europa” según muchos. El paseo lleva a la iglesia de San Miguel (11), junto a la cual se esconde la llamada isla gastronómica, un pequeño laberinto de restaurantes que reflejan la diversidad étnica local (más de 160 naciones), pero que queda desierto por las noches y fines de semana, pues atiende sobre todo a trabajadores. Los turistas pueden encontrar un plat du jour a precio razonable en la Grand Rue y en los museos. Un par de viernes al mes se organizan, en diferentes sitios, los llamados conciertos del mediodía (gratuitos).
16.00 23 kilómetros de galerías
Debajo de la Corniche, asomadas al río, se imponen la aguja y tejados de pizarra de la antigua abadía benedictina de Neimënster (12), convertida en activo centro cultural. Junto a ella, la iglesia de San Juan alberga el Museo de Historia Natural (13), que cuida algunos de los huertos urbanos que se escalonan por esta ribera. El zócalo rocoso de la Corniche está convertido en un queso emmental, horadado por casamatas que suman 23 kilómetros de galerías; solo Gibraltar o Nápoles poseen un termitero militar comparable.
18.00 El barrio europeo
Desde las riberas de Clausen y Pfaffenthal (así se llaman los barrios ribereños) se puede subir con un reciente funicular a Kirchberg (14), el distrito europeo. Cuyo ombligo es la Place de l’Europe (15), diseñada por Ricardo Bofill en 2004. En torno a ella siguen creciendo como setas flamantes edificios de cristal. Entre ellos, el icónico museo de arte moderno MUDAM (16), firmado por I. M. Pei, el arquitecto de las pirámides del Louvre. En esta zona se encuentran la Secretaría General del Parlamento Europeo, el Tribunal de Cuentas Europeo, el Tribunal de Justicia de la UE y diversas comisiones, auditorías o bancos comunitarios. Robert Schuman —no el compositor romántico, sino el padre de la Europa unida— nació abajo, en el barrio de Clausen. Otro de los edificios emblemáticos de la zona es la Philharmonie (17), del premio Pritzker de arquitectura Christian de Portzamparc, un auditorio blanco, rutilante, que acoge conciertos y un buen restaurante.
20.00 La nuit
Las representaciones de ópera y ballet se celebran en el Grand Théâtre de la Ville (18), en la ciudad alta. Otro escenario importante (hay seis en la ciudad) es el Théâtre des Capucins (19), en la Place du Théâtre. Esta plaza es uno de los dos principales focos de animación y vida nocturna, con bares y restaurantes (en verano además se convierte en la playa de Luxemburgo, llena de arena y hamacas). El otro polo para noctámbulos es el área llamada Rives de Clausen (20), antiguo arrabal junto al Alzette de naves industriales convertidas en bares, terrazas, restaurantes o discotecas que, una vez más, reflejan en sus platos, bebidas y músicas un abanico étnico formidable, como no podía ser menos. En el corazón de Europa late el corazón del mundo.
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